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Consolidación en telecomunicaciones, Parte II
José F. Otero | TIC y Desarrollo
La consolidación de la industria de telecomunicaciones en América Latina no es un fenómeno reciente ni pasajero; es un proceso estructural que se ha manifestado en distintas olas desde principios del siglo XXI y que continuará en el futuro con nuevos actores, tecnologías y servicios en juego. Ya en 2004, el sector fue testigo de una transformación importante con la compra de los activos de BellSouth en la región por parte de Telefónica Móviles, lo que impulsó una expansión de la marca Movistar y sentó las bases para una oleada de adquisiciones, fusiones e integraciones verticales. Antes de ese momento, el alcance de la marca Movistar era limitado a pocos mercados, como, por ejemplo, Puerto Rico mercado en el cual enfrentó numerosos problemas hasta su salida en 2007.
Curiosamente, las circunstancias tras la salida de BellSouth Internacional de la región guardan bastantes paralelismos con el presente del Grupo Telefónica. En ambos casos, el vendedor utiliza sus activos latinoamericanos para obtener efectivo que le permita reducir sus niveles de deuda. Esta razón se ha ido repitiendo periódicamente en la región.
Los bajos márgenes de ganancia en algunos mercados en conjunto con inestabilidad económica y política son un coctel mortal para empresas que han ido acumulando niveles exorbitantes de deuda por medio de adquisiciones o sobre pago por licencias de espectro, muchas de ellas gracias a un 3G que nunca vivió para cumplir todas las promesas que se hicieron a su alrededor. ¿Suena conocido?
De esta forma empresas como Verizon decidieron deshacerse de sus operaciones latinoamericanas, pero también aquellas bajo jurisdicción estadounidense en Hawái (2005) y Puerto Rico (2006). Otro operador que decidió salir de la región para atender sus niveles de deuda fue Telecom Italia, empresa que paulatinamente fue reduciendo sus operaciones regionales que en un momento lo colocaban como gran protagonista al ofrecer servicios en Argentina, Bolivia, Brasil (donde permanece), El Salvador, Chile, Paraguay, Perú y Venezuela.
Quizás el único operador que no ha cumplido todos los deseos de sus accionistas sea AT&T, quien en 2019 recibe una carta del fondo de inversión Elliot Management exigiéndole a la empresa concentrarse en su negocio principal para superar el bajo desempeño que la empresa viene arrastrando luego de inversiones por más de 200 mil millones para diversificar su portafolio. De esta forma, Elliot exige la desinversión en activos como DirecTV (tanto en EEUU como en América Latina), Time Warner, Xandr, AT&T Puerto Rico, AT&T Wireless Caribbean y AT&T México (la única que ha sobrevivido hasta el momento), entre otros negocios.
Como se puede observar, los procesos de consolidación, inversión y desinversión son constantes en la región. Lo que no se puede ignorar es que la consolidación respondía principalmente a la necesidad de alcanzar economías de escala, integrar servicios móviles y fijos, y reducir costos operativos mediante la unificación de plataformas tecnológicas y redes. O simplemente, salirse de mercados que no resultaban rentables para sus accionistas, como fue el caso de Claro en Panamá y Jamaica, Digicel en Honduras y Panamá o MIO en las Antillas Menores.
Tampoco hay que olvidar los contextos en que se dan las transacciones. A principios de siglo XXI, los operadores enfrentaban fuertes desafíos regulatorios: restricciones a la inversión extranjera, marcos normativos fragmentados, y la presencia dominante de antiguos monopolios estatales convertidos en operadores incumbentes.
Hoy, en 2025, la historia parece repetirse, pero bajo un enfoque más matizado y, en muchos casos, con protagonistas diferentes. La consolidación sigue avanzando, ahora empujada por la convergencia tecnológica, el crecimiento exponencial del tráfico de datos, y las nuevas demandas sociales en torno a la inclusión digital.
Sin embargo, el foco ya no está solo en las grandes ciudades o en las fusiones entre operadores tradicionales. El nuevo capítulo de la consolidación se desarrolla en zonas rurales, remotas y desatendidas, donde los operadores independientes, muchas veces invisibles para las políticas públicas, se han vuelto esenciales. Son estos actores locales quienes realmente conocen el terreno, las necesidades de conectividad de sus comunidades y las soluciones más costo-eficientes para atenderlas.
En América Latina y el Caribe, estos operadores enfrentan barreras significativas: desde el desconocimiento por parte de las autoridades hasta la exclusión en los esquemas de subsidios y financiamiento. También sufren el desinterés de los grandes proveedores de infraestructura y equipos, que los ven como actores marginales. Pero su rol es estratégico. Solo con su participación se podrá cerrar de forma eficiente la brecha digital. Ignorarlos es repetir el error de diseñar políticas desde los centros urbanos para realidades que no conocen, mientras se desperdician recursos y se ralentiza el progreso.
La consolidación que se avecina no será homogénea ni replicará el modelo del pasado. En lugar de grandes fusiones entre gigantes multinacionales, veremos adquisiciones selectivas de operadores locales por parte de grupos regionales; alianzas público-privadas orientadas a atender el último kilómetro; la expansión de modelos MVNO (operadores móviles virtuales) por parte de cableoperadores o ISP regionales; e integraciones verticales que incluyan desde infraestructura pasiva hasta servicios en la nube, inteligencia artificial y contenidos digitales. También veremos más actores no tradicionales, desde cooperativas rurales hasta empresas tecnológicas, incursionando en el espacio de telecomunicaciones, buscando aprovechar licencias, espectro o fondos de conectividad universal.
Es importante que los reguladores aprendan del pasado: la consolidación no debe entenderse únicamente como una oportunidad para fortalecer marcas o expandir cobertura nacional, sino como una herramienta para fomentar competencia real, impulsar eficiencia operativa y garantizar acceso equitativo a servicios de calidad. Si las reglas del juego favorecen a unos pocos, marginando a quienes están mejor posicionados para conectar lo desconectado, el resultado será un mercado más concentrado, pero menos justo y útil para la población.
En resumen, la consolidación en telecomunicaciones en América Latina ha sido y seguirá siendo una constante. Su naturaleza evoluciona, pero su lógica responde a los mismos principios: eficiencia, escala, integración. Lo que debe cambiar es la visión de quienes regulan y financian el sector, para incluir a todos los actores, especialmente a aquellos que han sido históricamente invisibilizados pero que son esenciales para lograr una verdadera universalización de los servicios. La consolidación no es un problema en sí misma, el problema es quiénes son incluidos en ese proceso y en qué condiciones.