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Opinión

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Los ciclos que regresan: Coatlicue y el tiempo de México

Nalleli Candiani | Columna invitada

“Soy dueña del Universo, porque lo invento en mi verso.” —Ella

“Soy histérica, loca desquiciada. Pero a la eternidad ya sentenciada.” —Otra vez ella, Pita Amor

Una coincidencia exacta —el mismo día y mes separados por 262 años— une la caída de Tenochtitlan con la exhumación de Coatlicue. México no avanza en línea recta: vuelve.

Coatlicue, madre de todos los Dioses.

Y somos Dioses también.

Este imponente monolito mexica mide 2.52 metros de altura y 1.05 de ancho, y pesa alrededor de 2.5 toneladas.

Fue encontrado en el Centro de la Ciudad de México y desenterrado durante los trabajos de remodelación de la Plaza Mayor, bajo la administración del virrey Revillagigedo, el 13 de agosto de 1790.

Coatlicue habla con voz de milenios durante las noches:

—“Fue el 13 de agosto de 1521 que Tenochtitlan cayó. El 13 de agosto de 1790, 262 años después, me descubren haciendo trabajos de drenaje, y esto es la fuerza cíclica de estas tierras. Mis tierras, de las que nunca me he ido.”

La diosa de la muerte, la de la falda de serpientes —que mostraba un cráneo al frente y otro en la espalda, y que tenía el corazón expuesto— fue motivo de terror, vergüenza y asco.

Fue trasladada al edificio de la Real y Pontificia Universidad de México después de ser desenterrada.

En sus patios estuvo exhibida, provocando que los indios le llevaran flores y ofrendas.

“La gente comenzó a venerar a esta piedra prehispánica; por la tarde iba a la Universidad con sirios, veladoras y demás ofrendas, y se postraba frente a la figura, lo que, además de dar muestra de ese interés por el pasado, era un signo de las primeras inquietudes independentistas.”*

Al ser comparada con las obras grecolatinas y con lo considerado Arte en esos tiempos dentro de ese recinto, fue insoportable el horror provocado, y se ordenó que fuese enterrada de nuevo por los hombres que deciden.

Y sucedió hace muchos años,,,me contó Coatlicue en pesadillas que tuve —ardiendo yo en fiebre— que su historia posterior, su reivindicación, fue cuando Alexander von Humboldt la estudió durante su visita a la Universidad en 1803, en un momento en que la escultura estaba parcialmente cubierta y semienterrada. La dibujó, la interpretó y pidió que se reconociera su importancia.

Sin embargo, fue enterrada de nuevo después de esa ocasión.

Más adelante sería desenterrada otra vez para ser mostrada detrás de un pudoroso biombo dentro de la Universidad.

Luego, en 1825, mostrada en el Museo Nacional.

Y actualmente, en el Museo Nacional de Antropología.

Sí: la bestialidad masculina ha sido parte bien marcada de nuestra Historia mexicana y de nuestro Arte.

El sufrimiento indecible de un pueblo.

Ese sufrimiento que hace que un hombre tenga los ojos ensimismados, metidos, sin posibilidad de mirar más.

—“Ya no quiero ver más horrores.”

Es imposible separar musas que se valían por sí mismas del verdugo que, aun dentro de su animalismo, las idealizó.

De seres mitológicos que, después de usarlas, las tiraban a ser mendigas de la calle.

Eso me lo susurró con sus dientes perdidos Coatlicue.

Me lo dijo ya muriendo de nuevo, babeando, en su interminable agonía demencial.

Me dijo que, a todas mis preguntas, solo había esta respuesta recalcitrante:

Una fatiga brutal por todo lo ocurrido.

Yo me sentía igual

Quise preguntar por sus hijos, por su cósmico regreso al Origen de todo.

Le dije:

—“Perdóname. No he podido levantar tu cuerpo como lo mereces.”

Ella dijo de nuevo en sueños:

—“Todo está perdonado.”

No le creí.

Vi, en esas comisuras de sus ojos, un odio oculto, una rabia.

Tuve un pequeño placer.

Me invadió de nuevo el terror nocturno.

Y nada más.

Porque desde hace milenios Coatlicue es madre de Huitzilopochtli, el Dios de la Guerra.

Este nació justo para defenderla de sus hermanos.

Una bola de plumas finas cayó mientras ella barría el Templo de la Serpiente, y ella la guardó en su pecho; de ello quedó embarazada de Huitzilopochtli.

Al saber que su madre estaba embarazada, sus hijos se sintieron deshonrados, por lo que su hija Coyolxauhqui incitó a sus hermanos para matarla.

Listos para consumar su plan, fueron a buscarla.

Pero antes de poder hacerle daño nació Huitzilopochtli;

se atavió como guerrero

y mató a sus hermanos.

Porque aquí, en este lugar, el tiempo en estas tierras nunca ha sido una línea: es una espiral. Una que se tensa, se abre, se repite. Como la serpiente que asciende mudando la piel, regresó Coatlicue aquel 13 de agosto. Y cuando una espiral vuelve al mismo punto, no regresa igual: regresa reclamando lo que le fue arrebatado. México lo sabe. La diosa también.

Y la espiral no se detiene.

***

*La coincidencia del 13 de agosto en 1521, fecha de la derrota de Tenochtitlan, y del 13 de agosto de 1790, cuando se desenterró la Coatlicue durante obras de nivelación en la Plaza Mayor, está registrada en fuentes primarias y en estudios de Matos Moctezuma y López Luján. Aunque la arqueología no plantea una relación cíclica entre los eventos, la noción mesoamericana de tiempo como entidad circular (Caso, López Austin) permite una lectura simbólica de este retorno de la imagen de la diosa al espacio público poco más de dos siglos después. (Eduardo Matos Moctezuma).

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Colaboradora para el periódico El Economista columna invitada. Bailarina profesional, artista, danzaterapeuta, eterna estudiante.

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