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Opinión

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Una mexicana con estrés

Un reciente estudio de la compañía Nielsen reveló que 74% de las mujeres mexicanas se sienten estresadas la mayor parte del tiempo. Este porcentaje sólo fue superado por las mujeres de India, donde 87% de las consultadas se consideraron dominadas por esta patología de los tiempos modernos.

El estrés se define como la tensión provocada por situaciones agobiantes que originan reacciones psicosomáticas o trastornos psicológicos. Se estiman como factores que desencadenan el estrés las situaciones que obligan a procesar información al instante, las percepciones de amenaza, el ambiente hostil, el aislamiento, la presión del entorno social o laboral y la frustración.

Los síntomas del estrés son: ansiedad, sensación de ahogo, rigidez muscular, pupilas dilatadas, insomnio, falta de concentración, irritabilidad, cansancio constante, ausencia o exceso de apetito, disminución del deseo sexual, pérdida de las capacidades para la sociabilidad, estreñimiento y depresión.

La investigación de Nielsen determinó que los grados de estrés femenino detectados en el sondeo se relacionan estrechamente con el nivel de ingreso en el hogar.

Vieja, ¿qué hiciste para comer? Hice la hazaña. ¿Lasagna? Mmm, me encanta la comida italiana. No, güey, hice la hazaña de tener comida con lo que me das de gasto.

Estrés hogareño

Gorda -grita Alberto al salir del baño- ¿ya planchaste mi traje? Ya casi está -contesta Raquel con la plancha en la mano-. Al plancharlo se dio cuenta de que le falta un botón al saco. Apúrate porque se me va a hacer tarde. Ya voy, ya voy, también les estoy dando de desayunar a los niños. Los niños son Jenifer Gabriela y Michel Alberto de seis y cuatro años de edad, van a la primaria y a preescolar. Raquel, en una lata de galletas que le sirve de costurero, busca un botón lo más parecido al faltante. Afortunadamente lo encuentra. Trata de enhebrar el hilo en la aguja, se lo impide un temblorcillo en la mano al que no le da mayor importancia. Jenifer Gabriela la auxilia en la labor.

Raquel pega el botón lo más rápido que puede, no quiere que su marido se percate de su descuido. Cuando está a punto de terminar, Alberto, en calzoncillos, camisa y corbata, se para en la puerta de la cocina-antecomedor y lugar para planchar y coser: ¿Qué pasa? -pregunta impaciente-. Aquí está, es que le reforcé los botones -miente Raquel-.

Alberto sólo tiene dos trajes: éste y el de baño. Mientras se pone los pantalones, espera a que los chamacos se levanten de la barrita-desayunador para él sentarse. Niños a lavarse los dientes -instruye Raquel-. Jenifer Gabriela se los cepilla sola, a Michel Alberto mamá le ayuda. Se escucha el llanto del bebé. ¡Raquel -gruñe Alberto que desayuna- calla al bebé! Tiene hambre, ya está preparada la mamila, caliéntasela. A mí lo de la cocina no se me da. Ni siquiera sé encender la estufa. Enjuágate la boca- ordena Raquel a Michel Alberto- y apurada recorre el metro y medio que hay entre el baño y la recámara principal (master bedroom) que la pareja, de momento, comparte con el pequeñito al que aún no bautizan. Ya más grandecito le harán un lugar en la recámara donde en una litera duermen sus hermanos. De la cuna, frente a una pared en la que se ve una figura de Nuestro Señor Jesucristo en posición de firmes porque crucificado no cupo, Raquel saca al chiquillo de seis meses que deja de llorar. Tres segundos más tarde con su amorosa carga está en la cocina. No es que Raquel sea rápida, es que el departamento es chico: 49 metros cuadrados con todo y el patio de lavado. Alberto reclama que las tortillas están frías. La cónyuge les pone encima la plancha que todavía está caliente. Prende la estufa para calentar el biberón en baño María y en el burro de planchar cambia de pañales al chiquito que está hecho popó. Alberto siente asquito, sale de la cocina: Apúrate, no quiero llegar tarde -dice mientras se pone el saco-. Sin saber por qué, Raquel derrama las primeras lágrimas del día.

Toda la familia, incluyendo al pequeñín a bordo del autito modelo 86, que luce impecable porque Alberto se pasa los fines de semana arreglándolo, salen de la Unidad Habitacional Hermanos Bribiesca del Infonavit. La primera en bajarse será Jenifer Gabriela en su colegio. Con un pequeño sacrificio y gracias al aumento logrado por su papá en el despacho de contadores donde es auxiliar -gana 6,500 pesos mensuales- inscribieron a la niña en una escuela particular bilingüe: el Small Duck College. Michel Alberto asiste al Centro de Educación Preescolar Juan Molinar Horcasitas, del gobierno. Se las recomendaron porque al terminar el curso los niños están listos para hacer la Primera Comunión.

Alberto estaciona el cochecito para bajarse en su trabajo. Mientras, Raquel acomoda el asiento del chofer a su medida, recibe instrucciones: Maneja con cuidado, no le vayas a dar un golpe. Me dejas las llaves con el cuidador.

Todos los días le repite lo mismo como si fuera retrasada mental. Por no dejar, la despide con un beso en la mejilla.

El tráfico es lento pero ruidoso, en su sillita, empotrada en el asiento de atrás, el bebé llora. Raquel para el auto en el alto. Le pasa una mamila con jugo y, hasta entonces, se da cuenta de que no desayunó. No siente hambre. Cesa el llanto de la criatura. Nerviosa, la madre percibe que un motociclista de tránsito la observa. Suda frío. No tiene licencia. Apenas hace cinco meses que Alberto, a base de regaños y palabrotas, la enseñó a manejar. No ha tenido tiempo ni dinero para sacar la licencia. El policía de la moto la observa. Ella reza. ¿Qué tal si la está confundiendo con una presunta asesina de un video, como sucedió con el caso de Mariel que vio en las noticias? Raquel es delgada y la presunta gorda. Pero el Ministerio Público puede alegar que se puso a dieta para despistar. La ensoñación cesa cuando el semáforo se pone en verde. El motociclista se adelanta.

Inexplicablemente angustiada, con el niño de brazos en su carreola, Raquel entra al mercado. Todavía de buen ver y pese a traer al chamaco le sobran piropos: ¡Apachurro! ¡Merezco! Y el más vulgar: En esa cola no me formo, me meto . Compra medio kilo de carne molida para hacer hamburguesas. Y -oh milagro- le sobra para adquirir fruta de la más barata. Mientras acomoda al bebé en la sillita del auto siente, de nuevo, ganas de llorar.

Ya en la casa, prepara la comida, hace la limpieza, es interrumpida por el llanto del molesto pequeñín. Tiene que cambiarlo -le gustaría cambiarlo por otro que llorara menos-. Se da cuenta de que le puso el último pañal. Se le olvidó comprar una nueva caja, con razón le alcanzó para comprar fruta. Se apura, a las 11 tiene cita en casa de su amiga Conchita donde va a hacer una presentación a un grupo de amistades de ésta de los Cosméticos Marlen, compañía de la que es comerciante independiente. Sólo vende una loción. Lleva tres meses en esta actividad con la que piensa ayudar al gasto de la casa. Aún no recupera la inversión. Conchita le presta para los pañales y sale de volada con el tiempo justo para recoger a Jenifer Gabriela y a Michel Alberto. Luego lleva el autito al trabajo de Alberto, le deja las llaves al vigilante. El regreso es un tramo en Metro y otro en microbús. ¡Súbanle hay lugares!

Después de comer, la tarde se le va en ayudarle con la tarea a su hija. Lavar trastes, las dos camisas de Alberto y la ropa de los niños. Se siente agotada. En el último mes no ha dormido bien. Trae un nudo de nervios, que le pican y molestan, en la espalda debajo del cuello. Sirve la cena. Cepillado de dientes. Les pone pijama a los escuincles y los deja en su recámara. El bebé, al fin, duerme.

Cuando está viendo Una Familia con Suerte, su telenovela, llega Alberto acompañado de sus amigos Alfredo y Jorge. Traen cervezas. Cambian de canal en la tele, hay futbol de la Copa América. ¡Maldita la gana que tiene Raquel de recibir visitas! Tras saludarlos va a la recámara. Alcanza a oír a uno de ellos decir: ¡Qué bien luce tu casa! ¡Todo es gracias a mi vieja! Raquel que de nuevo siente el deseo irreprimible de llorar, musita: Chinguen a su madre los tres. Todavía escucha: Soy un suertudo, mi mujercita hace rendir el dinero tal como lo declara Ernesto Cordero. El llanto no le impide a la mujer hacer extensiva la mentada para los cuatro. Atemorizada piensa: sólo falta que cuando se vayan sus amigos me despierte para hacer el amor.

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