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Opinión

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Pornoeconomics

Cada vez incorporamos más en nuestras decisiones de consumo mayor información sobre su impacto en nuestra salud, el medio ambiente y el bienestar de otras personas. La información nos permite medir las consecuencias de lo que consumimos y hacernos responsables. Como resultado, nuestras decisiones de consumo fomentan o deprimen la oferta.

Son ejemplos claros de lo anterior el crecimiento de la industria de materiales reciclados, de empaques biodegradables, de productos orgánicos, de energías limpias, de vehículos eléctricos, de focos ahorradores y de prendas producidas con menor impacto en el ambiente y bajo condiciones laborales justas.

Aunque las leyes en muchos países intentan limitar la producción y consumo de bienes y servicios que producen externalidades graves, mientras haya demanda por un producto o servicio, siempre habrá quien lo produzca dentro o fuera de la ley o donde no existan prohibiciones.

Un ejemplo dramático del daño que puede causar el consumo desinformado es la explosión del consumo de pornografía, ligado con el crecimiento de la conectividad. Desde una perspectiva de salud física y mental, cada vez existe más evidencia que relaciona causalmente un mayor consumo de pornografía con mayor violencia doméstica, violaciones, disfunción sexual, problemas de pareja y abuso de menores. Desde el punto de vista de género, el grueso del contenido pornográfico erotiza la coerción de las mujeres. Finalmente, desde una perspectiva de mercado, el consumo de pornografía alimenta la oferta y, con ello, el tráfico de personas (incluidos niños y otros grupos vulnerables) que participan en el contenido bajo coerción económica, física o psicológica.

Muchos grupos conservadores y religiosos asignan al gobierno la responsabilidad de abolir la pornografía y promueven censurar y restringir el acceso. Aunque la ley y la autoridad deben ejercer su papel, las prohibiciones garantizan altos costos operativos, rentas económicas e incentivos a la corrupción a cambio de pobres resultados. Sin embargo, existen enfoques como el de antiporn.org que rechazan la censura y apuestan por la educación y la ciencia para informar las decisiones de individuos responsables.

Como consumidores tenemos el poder de deprimir la oferta al hacernos conscientes de que con cada clic que damos a contenido pornográfico promovemos la oferta de ese contenido, financiamos la explotación de personas, atentamos contra las mujeres, ponemos en peligro nuestra salud física y mental, afectamos nuestras relaciones y deterioramos nuestra calidad de vida.

achacon@eleconomista.com.mx

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