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Gaia
Gaia es el nombre de la diosa griega de la tierra y la nominación que el doctor James Lovelock dio a su teoría sobre el planeta tierra como un ser vivo. Su teoría nació en los años 70 pero no recibió gran atención sino hasta, tal vez, 15 años después.
En su nacimiento, y hasta muy recientemente, la teoría de Lovelock no se vinculaba con el concepto del cambio climático. Sin embargo, ahora no habría cómo evitar dicha vinculación.
Gaia sería el nombre propio que Lovelock da al conjunto de la corteza terrestre y la biósfera. Su visión de la tierra se encuentra ahora con la realidad del cambio climático, se suma a ella y abunda en los conceptos que se han desarrollado por los científicos que estudian la parte antropogénica del cambio climático, sus efectos esperables y las propuestas de solución.
Como habría que esperar, la energía forma parte de uno de los elementos argumentativos más relevantes tanto de la teoría de Gaia como la del cambio climático.
Lovelock se definiría como ecologista y, sin embargo, es un gran crítico de algunos postulados de los partidos verdes, como la preeminencia -y suficiencia- de las fuentes renovables de energía como sustento para el futuro.
Enfatiza que el desarrollo tecnológico alrededor de las renovables no es suficientemente maduro como para ser confiable y garante del suministro energético. Por contra, argumenta, y coincidiría con él, la energía nuclear es ya una realidad tecnológica.
En efecto, mientras las energías renovables son políticas públicas que no deben ser omitidas, también es cierto que su grado de desarrollo obliga a que se tenga siempre un respaldo con plantas termoeléctricas que utilizan hidrocarburos como combustible.
La energía nuclear no tiene emisiones nocivas al medio ambiente y es una fuente confiable de suministro.
Existe siempre el argumento respecto de los desechos nucleares. Lovelock presenta un dato interesante al indicar que reunir todos los desechos de combustible radioactivo del mundo constituiría un cubo de 16 metros por lado.
Mientras que si pudiéramos solidificar el bióxido de carbono emitido por la generación eléctrica con hidrocarburos el almacenamiento tendría que ser de 20 kilómetros por lado y 1 kilómetro de alto.
El desecho radioactivo es muy peligroso, pero eso no quita que el bióxido de carbono es un veneno. Nuestra preocupación por los desechos de combustibles nucleares es desproporcionada. Especialmente si comparáramos las muertes causadas por ellos con aquellas que produce el bióxido de carbono constantemente.
La propuesta no sería abandonar el desarrollo de las energías renovables.
Sólo que puestas en contexto tampoco puede apostárseles el suministro energético. Hay que acelerar el paso para implementar un programa amplio de energías renovables en México. Pero cada día que pase en que no implementemos -también y antes incluso- un programa amplio alrededor de la energía nuclear, estaremos comprometiendo la capacidad futura del país.
Un profundo compromiso nacional para atenuar los efectos del cambio climático pasaría por definir una agenda nuclear que incluya la investigación y desarrollo, la enseñanza en las universidades y, desde luego, un programa de inversión en plantas nucleoeléctricas tan agresivo como la realidad lo permitiera.
Si bien nuestro país no podrá mostrar grandes avances respecto de las energías renovables en la cumbre climática de Cancún en noviembre, sí podría marcar una línea de política pública muy eficaz al anunciar que el país se embarcará en un programa nuclear como parte de su aportación en la pelea contra el cambio climático.
*Presidente de la Fundación México Necesita Ingenieros.