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Opinión

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En el país de las limosnas, el dadivoso es Rey

“Yo creo que el mejor medio de hacer bien a los pobres no es

darles limosna, sino hacer que puedan vivir sin recibirla”. Benjamin Franklin.

El Diccionario de la Lengua Española define actualmente la palabra limosna como “Cosa, especialmente dinero, que se da a otro por caridad”, lo que supone de antemano que, hay quien sin mediar obligación legal alguna, decide desprenderse libre y desinteresadamente de parte de su patrimonio, en favor de un tercero que, dada su condición social, económica, de salud, edad avanzada o cualquiera otra condición de vulnerabilidad, así lo requiere o amerita; en otras palabras, el menesteroso o mendigo. El mismo diccionario, pero en ediciones anteriores (2001) establecía como primera acepción “Cosa que se da por amor de Dios para socorrer una necesidad”, en donde evidentemente está presente la visión cristiana como causa y motor de la acción.

Por otra parte, en esa línea de antecedentes; a la luz de la visión cristiana, la limosna o caridad sí es una obligación moral a cargo de los que más tienen en justicia con los menos favorecidos, al grado que en la misma Biblia, en uno de los textos más fuertes del Evangelio (Mateo 6), Jesús advierte y califica una serie de conductas relacionadas con los actos de caridad con sentencias como “…Cuando ayudes a un necesitado, no lo publiques al son de las trompetas; no imites a los que dan espectáculo en las sinagogas y en las calles, para que los hombres los alaben…Tú, cuando ayudes a un necesitado, ni siquiera tu mano izquierda debe saber lo que hace la derecha…”. Es curioso, pero tal vez algunos de los criterios ESG tienen ya un par de miles de años.

Pero qué es lo que sucede cuando estas conductas se insertan en las sociedades y forman parte de sus estructuras socioculturales, al grado de volverse económicamente relevantes. Cuando ya no sólo se refieren a los casos de extrema necesidad ya mencionados, sino que se vuelve parte del modus operandi de un grupo de personas, convirtiéndose en insumo importante si no es que total de sus mecanismos de ingreso. Lo anterior cobra relevancia cuando se trata de un país con alrededor del 36.6% de su población en situación de pobreza y el 7.1% en condiciones de pobreza extrema. Pareciera entonces que la mendicidad pudiera graduarse, de manera tal que las personas que lamentablemente se encuentran en ese extremo de la exclusión social representan sólo una porción del fenómeno en lo general. Sólo como referencia, el Consejo para Prevenir y eliminar la Discriminación en la CDMX, en el último estudio que publicó (2017) contabilizó 6,754 personas en situación de calle en la Ciudad de México. Supongo que aquí habrá coincidencia de la mayoría en cuanto a que es claramente una obligación del estado, e incluso una responsabilidad social el atender a dicha población y procurar sacarla de la indigencia.

Pero después este abanico se abre y presenta mayor diversidad, y sobre todo múltiples tonos de gris en su paleta de colores. Cabe señalar que en nuestro país, la mendicidad no es una conducta punible, salvo que se trate del supuesto de la mendicidad forzada o explotación de la mendicidad ajena, según lo dispuesto por el Art. 24 de la Ley General para prevenir, sancionar y erradicar los delitos en materia de trata de personas y para la protección y asistencia a las víctimas de estos delitos; caso en el cual, se estipulan fuertes penas para los delincuentes que incurran en dichas conductas, sobre todo cuando se involucren menores de edad. En otras palabras, las mafias (familiares u organizadas) que operen con este tipo de actividades ilícitas, estarán sujetas al ejercicio de la acción penal respectiva, y por lo mismo, este supuesto queda por su naturaleza cerrado.

Después comenzamos con la referida escala de tonos grises, ya que existen quienes, con la finalidad de obtener recursos por vía de caridad, se hacen pasar por personas con alguna discapacidad motriz, cognitiva, visual, etc., convirtiéndose dicha actividad en su ocupación diaria y fuente de ingresos. Este supuesto implica que son personas plenamente capaces que crean un personaje discapacitado como herramienta para obtener ingresos por medio de la limosna. Es real, pero tampoco es nada nuevo, ya que tales personajes han existido desde tiempos antiguos en todas las culturas de la humanidad. Básicamente, son pillos que se caracterizan por tener un fuerte cinismo.

El siguiente grupo, es más complejo y menos abiertamente cínico, ya que se caracteriza por representar personajes nobles y honorables, para poder hacer exactamente lo mismo, pedir dinero sin prestar servicio alguno, pero siempre abanderados por causas admirables. Supongo que alguna vez hemos visto aquéllos esforzados rescatistas que ataviados con todo el equipo, están durante horas, días, años y lustros, en ciertos cruceros de la ciudad solicitando con su casco la generosidad de los paseantes para la colecta de su respectiva organización, así como de algunas comprometidas voluntarias que estratégicamente se posicionan a los lados de las máquinas para pagar los estacionamientos en algunos centros comerciales y cuya colecta en ocasiones es para ayudar a los niños con cáncer, las mujeres con cáncer de mama, los niños con parálisis cerebral, etc. Como suele suceder, pagan justos por pecadores y habrá casos en los que dicha actividad es auténtica, pero se ve perjudicada por los monta colectas.

Otro supuesto, por cierto, más sutil que los anteriores es el de las personas empleadas que venden bienes o prestan servicios, y que por ello reciben (buena o mala) una contraprestación, pero que tienen la percepción que por hacer lo que deben hacer, ameritan una dádiva de quien recibe sus servicios o compra sus bienes, en adición al pago establecido. Mientras en algunos países está mal visto que por ejemplo un mesero en un restaurante espere una propina, aquí no es difícil encontrar al bonito cochinito rosa colgado de un alambre con letreros como ”gracias” o “propina” en casetas de peaje en carretera, con los cajeros de cadenas de tiendas de conveniencia, cadenas internacionales de cafeterías, cajeros de estacionamientos públicos, etc. Curioso, pero en ese caso, las personas esperan que los demás les den dinero, considerando que merecen recibir ese recurso del sujeto indeterminado que se llama sociedad y que por circunstancia cruce esa caseta o compre unos chicles en su lugar de trabajo.

La idea de que los demás deben dar dinero, sin mayor requisito que la petición correspondiente, tiene tantas facetas como rico es el folklor mexicano, y a veces se le llama jalogüin, calaverita o navidad, ingresos estacionales dependiendo de la temporada de que se trate (que distan notablemente de las tradiciones que les dieron origen), y otras manifestaciones más, pero aquí el punto es que tales costumbres están arraigadas en nuestra cultura y por lo tanto impactan en menor o mayor medida los distintos ámbitos de nuestra sociedad. Esto llevado al extremo, coincide con la petición de moches y el dinero pa’ los chescos e incluso, puede hacernos pensar si en la relación con los Estados Unidos, los recursos que en distintas administraciones se han brindado, se piden por el gobierno mexicano en calidad de ayuda (partiendo de la base de nuestra incapacidad), o de compensación (asumiendo corresponsabilidad de los norteamericanos), por ejemplo, tratándose del combate al crimen organizado.

Finalmente, si partimos de la base de que el Estado es responsable y debe prestar una gama de servicios públicos, que se van a cubrir con cargo al erario y nuestras contribuciones, entonces el Estado está obligado a prestar tales servicios en forma eficiente y apropiada; dicho de otra manera, no es una caridad, dádiva, gracia o liberalidad del gobierno, sino simplemente, es cumplir con su obligación constitucional. Así las cosas, en una cultura en la que existe la proclividad y fuerte percepción de que hay que implorar las dádivas y agradecer cuando se reciban, la tentación de sustituir la obligación de hacer cambiándola por la de dar es mayor, y la subordinación en consecuencia, también es más fuerte, porque ya no se trata de la relación democrática con exigencia y rendición de cuentas, entre ciudadano y gobierno, sino de la expectativa de la generosidad que la autoridad se sirva obsequiar con lo que se pueda y cuando se pueda.

Twitter: @LBartoliniE

e-mail: lbartolini01@gmail.com

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