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¿De un gobierno indiferente a un gobierno intruso? ¡No gracias!
Está por concluir uno de los gobiernos más impopulares, despreciados y castigados que haya tenido México en su historia reciente. La lista de escándalos, abusos y excesos es larga, tanto como el ego que les impidió sentir y entender la realidad de un país tan complejo que demandó, exigió y reclamó un sinnúmero de temas y causas sin ser escuchado.
La mayoría de los políticos suele cegarse muy pronto con el poder. Su egoísmo e indiferencia les impide mantener una conexión real y canales de comunicación abiertos y fluidos con los ciudadanos. Entre más lejos de las personas, más indiferentes son, pues poco o nada les importa lo que realmente suceda fuera de sus círculos de influencia.
El gobierno que termina fue muy castigado en las elecciones por el enojo que generó tanto egoísmo e indiferencia que derivó en tantos escándalos de corrupción y en una impunidad rampante. Muchos mexicanos nos sentimos ignorados cuando intentamos dialogar y proponer. El problema es que el péndulo suele moverse de un extremo a otro y México no es la excepción. ¿Dónde quedan los puntos medios? Parece que aún estamos lejos de un centro verdaderamente democrático.
Todo indica que estamos a punto de pasar de un gobierno indiferente a un gobierno intruso. Ambos extremos son lamentables e indeseables. En términos de libertad, un gobierno intruso es una amenaza para que cada mexicano elija quién quiere ser, qué quiere hacer, cómo quiere conducir su vida, en qué quiere creer y qué quiere tener y lograr.
Cuando un gobierno asume una superioridad moral y trata a los ciudadanos como súbditos, el riesgo es que se cometa cualquier tipo de abuso o atropello desde el poder. Dos son las señales de alerta hasta ahora. El deseo de redactar una Constitución Moral de la que se habló desde la campaña y las declaraciones de la próxima secretaria de Gobernación sobre “democratizar a las familias”, “modificar roles y estereotipos” para “tratar de cambiar el sistema patriarcal por uno de democracia familiar.”
El gobierno no tiene por qué ocuparse del “bienestar del alma” ni debe interferir en la forma como cada familia quiera y decida vivir su vida. Muy peligroso es asumir que tienen el derecho de meterse en las familias para decirnos cómo vivir nuestras vidas o cómo organizarnos.
Hace unos días, Manuel Clouthier recordaba las palabras de su padre, Maquío: “El chiste no es cambiar de amo, sino dejar de ser perro”. La tragedia mexicana es que hay políticos que quieren ser amos absolutos, que ladran como perros y engañan a jaurías enteras. Triste realidad es que aún sean muchos los que prefieran seguir siendo perros aunque sus amos siempre acaben abusando de ellos. Ojalá rompamos la correa antes de lamentarnos más