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Sobre un corazón desbocado
Tras 27 años, la obra de Riccardo Zandonai regresa al Met para ser puesta en una versión fastuosa, llena de pasión, música admirable y buen gusto.
La ópera Francesca da Rimini es la historia del adulterio cometido por Francesca y Paolo Malatesta en agravio del hermano de este último, Gianciotto, ocurrido en Ravena, en el siglo XIII; obra de Riccardo Zandonai (1833-1944) que luego de 27 años de haber sido escenificada en el Met de Nueva York regresa del olvido para ser puesta en una versión fastuosa, llena de pasión, música admirable y buen gusto.
Es de alabar este resurgimiento de Zandonai en el escenario neoyorquino. Más allá de los pequeños errores, se trató de una atractiva puesta en escena, que pudimos disfrutar en transmisión HD en el Auditorio Nacional.
DESDE EL INFIERNO
El libreto en italiano es de Tito Ricordi sobre la obra de Gabriele dAnnunzio, basada a su vez en El Infierno de La divina comedia de Dante Alighieri.
De acuerdo con La divina comedia, Francesca da Rimini fue condenada al segundo círculo del infierno, en donde están confinados los que se dejaron llevar por la lujuria. Ahí aparece ella junto con Semíramis, Dido, Cleopatra, Helena, Aquiles, Paris, Tristán
Precisamente por estar basada en esta parte de la obra de Dante, uno pensaría en Francesca como en una especie de reina del erotismo y la pasión; cosa que no es así.
Se trata de un melodrama grave en el que la protagonista Francesca da Rimini (Eva-María Westbroek, soprano holandesa) va cayendo en las trampas del amor debido a sus fallas de carácter, pero también a las circunstancias: sobre todo al hecho de que su marido Gianciotto (Mark Delavan, barítono estadunidense) sea un tipo desalmado y grotesco; y a que su cuñado sea lo contrario de éste, es decir, un tipo moralmente bueno, que en el nombre lleva la fama (Paolo El Bello, Marcello Giordani, tenor italiano).
Pero también ella es víctima de una confusión inicial: cuando conoce a Paolo, cree que es su prometido y ahí se inicia la atracción que los llevará a la muerte.
El siguiente paso, lógico por cierto, es que los amantes no puedan ocultar su amor. De esto se da cuenta el otro cuñado de Francesca, de nombre Malatestino (Robert Brubaker, tenor estadunidense), quien se quiere aprovechar de la situación para llevarla a la cama. La mujer se niega, lo acusa con su marido, y Malatestino simplemente le ofrece a Gianciotto la información que tiene sobre la relación de su esposa con su hermano; los espían, y el marido los mata: a ella, por accidente.
Encontramos aquí un problema con la caracterización de Eva-María Westbroek, a quien no vemos que dé el papel de mujer apasionada, erótica, sensual, adúltera. Por el contrario, es una cantante fría y su sello más que el erotismo es la ternura y la ingenuidad. Por lo demás el vestuario no le ayuda. Solamente hacia el último acto ella usa un vestido rojo oscuro de escote generoso. Aunque en general su desempeño como cantante es bueno, su voz es poco potente y en ocasiones la orquesta se sobrepone a ella.
El que sí consigue una caracterización fabulosa, y al que le ayuda el vestuario, su parche en el ojo izquierdo, y su potente y bien trabajada voz de tenor, es Robert Brubaker, a quien al final se le notaba contento, satisfecho con su actuación, señal inequívoca de que había hecho un buen trabajo.
LA PURIFICACIÓN DEL ESPECTADOR
La obra fue creciendo en intensidad dramática a lo largo de cuatro actos bien balanceados, que culminan en una tragedia con una fuerza monumental. Se logra la catarsis entendida como la purga que pretende purificar al espectador de emociones perniciosas y no sólo escandalizarlo por un doble asesinato y un adulterio entre hermanos. Gianciotto (el marido ofendido) realiza un excelente papel y despliega una voz poderosa, de ricos matices. Lo mismo ocurre con Marcello Giordani (El Bello) quien dio muestras de una gran capacidad histriónica y buen manejo de su línea tenoril.
La escenografía está muy bien realizada (Ezio Frigerio). La orquesta estuvo a cargo de Marco Armiliato.
ricardo.pacheco@eleconomista.mx