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Jugando con ?la libertad ?y la conciencia
El pensador mexicano, Roger Bartra incorpora las ciencias sociales al debate filosófico y neurocientífico sobre la mente humana.
Si existe un problema que ha trascendido todas las fronteras humanas de raza, geografía, tiempo y hasta las divisiones entre las disciplinas, ése es, sin duda, el de la conciencia y el libre albedrío. Filósofos, religiosos, científicos, juristas, literatos, historiadores, psicólogos y demás tienen especial interés en que se resuelvan las preguntas: quién soy, por qué hago lo que hago y por qué pienso lo que pienso y quiénes son los otros, por qué hacen lo que hacen y piensan lo que piensan.
Actualmente, esa pelota parece estar sobre todo en la cancha de los filósofos y los neurobiólogos, pero el sociólogo Roger Bartra, en su más reciente libro, Cerebro y libertad. Ensayo sobre la moral, el juego y el determinismo, espera involucrar a otros jugadores.
Por cierto, las palabras pelota y cancha están obviamente usadas arriba en sentido metafórico, pero no es ése el caso de jugadores, y es que, después de leer Cerebro y libertad, queda claro que para Bartra todo esto es, afortunadamente, un entretenido juego.
EL EXOCEREBRO COMO EXPLICACIÓN
En los primeros capítulos, Bartra muestra cómo las hipótesis física (la mente se explica sólo desde la materia y la energía tangibles y nuestras acciones están determinadas sólo por ellas) y metafísica (se explica con algo más que lo material) no han sido suficientes a lo largo de los siglos para dar una explicación completa de la conciencia ni de si tenemos o no libre albedrío y hasta dónde llega éste. Entonces propone que existe otra dimensión en la determinación de la conducta humana: la cultura, desde la íntima y hogareña hasta la, sobre todo ahora, global.
Llama la atención la validez y relevancia que tienen ideas como las de Spinoza, del siglo XVII, ante los experimentos que se están haciendo en estos momentos en los laboratorios de neurobiología. Seguimos haciendo las mismas preguntas.
Justamente ese punto donde se tocan la filosofía, las ciencias humanas y las ciencias naturales es un punto de contacto muy sintomático y al mismo tiempo muy complicado. Hay muchos cortocircuitos, hay una resistencia antigua de los neurocientíficos a aceptar tesis filosóficas, que está bajando, y hay una gran resistencia de los humanistas a dejarse perder por las ciencias duras, las naturales y las físicas.
Ha habido conflictos y asperezas, pero en los últimos tiempos, los neurocientíficos han descubierto la enorme utilidad de penetrar los territorios de los filósofos, los antropólogos, los sociólogos, los economistas. Esta invasión de terrenos ha sido muy saludable, porque al mismo tiempo se dejan invadir por los otros.
¿Esta confluencia de disciplinas se da en otros terrenos del conocimiento?
Se da sobre todo en el terreno de la conciencia. Incluso la neurobiología de los actos reflejos o de la epilepsia no propicia tanto la confluencia con otro tipo de pensamiento. Hace un par de decenios, los neurocientíficos no se metían en el tema de la conciencia, les parecía que era tema para psicología o la sociología, y ahí ha habido una revolución, un cambio notable de actitud [ ] Las distintas aproximaciones desde luego chocan, pero también por eso se generan nuevas ideas.
Y hay más interesados en el tema, que tiene repercusiones morales.
Sí. Y es que si tuviesen razón las tesis deterministas (las que suponen que nuestra conducta es sólo una reacción ante el medio), en plantear que todos los actos humanos están determinados y que no hay libre albedrío, le dejarían todo el campo a los psiquiatras y neurólogos, no habría un espacio para abogados y jueces. Si todo está determinado, no hay responsabilidad individual que castigar, se vendría abajo todo el edificio del derecho, que parte de la idea de que los individuos son responsables de lo que hacen bien o mal.
¿Su propuesta del exocerebro podría resumirse como: no es solamente la biología del cerebro la que determina la conducta de un individuo sino que hay también influencia cultural?
Sí. Hay un circuito externo que, en interacción con el interno, permite el libre albedrío. Sin ese circuito externo, que es una red simbólica, no seríamos humanos.
Y este libre albedrío se manifiesta claramente en los juegos.
Sí, porque son la gran combinación de las reglas con la libertad.
Entonces podemos decir que este ?libro es un juego.
Claro, y esta entrevista también es un juego, tiene sus reglas y sus espacios de libertad. El periodismo, la tradición, imponen ciertas reglas; al mismo tiempo, entrevistador y el entrevistado pueden decidir encaminar las cosas hacia un lado u otro sin romper las reglas básicas de la entrevista que tiene que salir en un medio.
¿Podemos decir que la cultura de un país es un reflejo de la libertad de la que gozan sus ciudadanos?
Sí o más bien al revés. La libertad de cada ciudadano es una emanación de la cultura. Porque lo que permite el libre albedrío es justamente el hecho de que los humanos somos seres culturales.
Independientemente de cuál viene primero, con estos elementos, ¿podemos decir que hay países más libres que otros? ¿Cómo vemos la cultura mexicana en esa óptica?
El México de los 40, 50, 60 y 70, el México del antiguo régimen, era muy distinto, era un país que no propiciaba el uso del libre albedrío como hoy lo propicia.
A comienzo de los años 60, tomé la libre decisión de repartir un panfletito muy antiimperialista, muy en ese tono de la izquierda de la época, en los momentos en que visitaba México el presidente Kennedy. Era un discurso bastante elemental, ya he abandonado esas ideas, pero ejercía mi libre albedrío. ¿Cuál fue el resultado? Que me agarró la policía y me tuvo 10 días en la cárcel, porque tuve la desgracia de que me agarraron una semana antes de la visita y me soltaron hasta que se fue.
Eso, hoy en día, no podría pasar. No digo que no haya represión, la hay, pero tiene otro carácter.
La conversación, sujeta a nuestro uso del libre albedrío, siguió por caminos diversos.
manuel.lino@eleconomista.mx