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La economía británica, a prueba de shocks
Ningún país quiere que los acontecimientos externos aumenten sus costos de endeudamiento y debiliten su moneda, que es lo que el Reino Unido enfrenta hoy, junto con serios desafíos cíclicos y estructurales. Pero si el gobierno británico responde adecuadamente, la reciente volatilidad del mercado podría tener un lado positivo.

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CAMBRIDGE – El gobierno británico tenía razón al describir el reciente episodio de volatilidad de los mercados en el Reino Unido como producto de “factores globales” -en particular, una fuerte alza de los rendimientos de los bonos de Estados Unidos-. También estaba en lo cierto al destacar lo bien que los mercados británicos han hecho frente a las turbulencias. Pero nadie debería restar importancia a los retos adicionales a los que se enfrentará la economía británica en los próximos meses, a las debilidades estructurales que están agravando su vulnerabilidad o a las medidas políticas que se necesitan con urgencia.
El reciente aumento de los rendimientos en Estados Unidos tiene tres causas principales: una serie de datos que indican que el crecimiento económico real y potencial está superando las estimaciones de consenso, una inflación superior a la prevista (junto con un aumento significativo de las expectativas de inflación de los consumidores) y una mayor sensibilidad del mercado a la emisión de bonos que conlleva grandes déficits y deuda. Dado que las economías avanzadas compiten por la financiación de los inversores globales, no debería sorprender que el aumento de los rendimientos de Estados Unidos provocara también un aumento de los costos de endeudamiento en la mayoría de los demás países.
Este efecto fue especialmente pronunciado en el Reino Unido, donde los rendimientos de la deuda pública a diez años aumentaron con más celeridad que los de Estados Unidos y, por un margen mucho mayor, que los de la eurozona. No van a bajar significativamente en lo inmediato; incluso podrían subir más. El resultado será un aumento de los costos de endeudamiento para las empresas, los hogares (incluso a través de hipotecas) y el gobierno -una evolución que socavará el crecimiento del PIB.
Pero hay más: a pesar de estos rendimientos más altos, la libra esterlina ha sufrido una depreciación pronunciada. Esta evolución -que es más probable ver en los países en desarrollo que en las economías avanzadas- puede intensificar las presiones inflacionarias. Como resultado de ello, los temores de estanflación van en aumento, aunque los movimientos en los mercados de divisas hayan sido relativamente ordenados.
La combinación de rendimientos más elevados y de una moneda más débil plantea un desafío particularmente espinoso, ya que obstaculiza la capacidad del gobierno de organizar una respuesta de política fiscal y monetaria. Los mayores costos de la deuda consumen los ingresos fiscales, reduciendo el margen fiscal del gobierno y, potencialmente, planteando la necesidad de recortar el gasto, subir los impuestos y/o aumentar el endeudamiento. El efecto inflacionario de una moneda más débil hace que el Banco de Inglaterra se muestre más reacio a recortar las tasas de interés.
Más allá de las perspectivas económicas inmediatas se cierne un motivo de preocupación de larga data. Aunque el gobierno del primer ministro Keir Starmer se haya esforzado por mejorar la productividad, fomentar la inversión y promover un crecimiento más rápido y duradero, la economía británica sigue aquejada de debilidades estructurales a largo plazo que la dejan expuesta a los shocks externos. Si cualquier parte del mundo estornuda, el Reino Unido corre el riesgo de resfriarse.
Todo esto ha alimentado una imagen decididamente, y a menudo excesivamente, poco halagüeña de la economía británica. La percepción de que es un lodazal de crecimiento lento, productividad e inversión anémicas, deterioro de los servicios públicos, déficits elevados y grandes deudas será difícil de disipar. De hecho, como ponen de manifiesto tanto la evolución de los precios como los comentarios de los analistas, los mercados no le dan suficiente crédito al gobierno por su manejo del desastre económico y presupuestario que heredó.
En este contexto, el gobierno de Starmer debe comunicar mejor lo que ya está haciendo para mejorar las condiciones económicas del Reino Unido -y debe hacer más-. El mensaje debe ser coherente y debe abordar de frente el escepticismo generalizado, prolongado y excesivo respecto de la situación económica del Reino Unido. Y las medidas políticas deben ser oportunas y de amplio alcance. Aunque no existe una varita mágica que pueda transformar las perspectivas económicas británicas, lo que puede marcar la diferencia sería un amplio abanico de medidas -que vayan más allá de la vivienda y la planificación y aborden de forma más exhaustiva la infraestructura, la investigación y el desarrollo, la innovación, la acumulación de habilidades y la reconversión laboral.
Reforzar los vínculos comerciales también ayudaría. Las realidades políticas y geopolíticas actuales sugieren que estos esfuerzos podrían tener que centrarse más en Europa y Estados Unidos, y no tanto en China.
En conjunto, estas políticas pueden alcanzar una especie de masa crítica, momento en el cual el Reino Unido podría retirarse con decisión del borde de un círculo vicioso de aumento de los costos de endeudamiento, depreciación de la moneda, intensificación de las presiones inflacionarias y desaceleración del crecimiento.
Ningún país desea que los acontecimientos externos empeoren sus perspectivas económicas y financieras y, al mismo tiempo, erosionen su flexibilidad política. Esto es especialmente válido en el caso del Reino Unido hoy, dados los desafíos cíclicos y estructurales a los que se enfrenta. Ahora bien, en lugar de ver la reciente volatilidad del mercado exclusivamente de forma negativa, el gobierno tiene la oportunidad de enmarcarla como un momento para mejorar la comprensión por parte de la población de lo que ya está haciendo para mejorar las perspectivas económicas y acelerar y ampliar sus esfuerzos.
El autor
Mohamed A. El-Erian, presidente del Queens’ College de la Universidad de Cambridge, es profesor de la Wharton School de la Universidad de Pensilvania y autor de The Only Game in Town: Central Banks, Instability, and Avoiding the Next Collapse (Random House, 2016) y coautor (junto con Gordon Brown, Michael Spence y Reid Lidow) de Permacrisis: A Plan to Fix a Fractured World (Simon & Schuster, 2023).
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