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El camino equivocado hacia la paz en Ucrania
A finales de noviembre, se reveló que el presidente ruso, Vladimir Putin, y el presidente estadounidense, Donald Trump, han estado negociando en secreto una solución a la guerra en Ucrania. Sin embargo, este plan de “paz”, de implementarse, alentaría a Rusia a continuar la guerra en Europa, socavando el orden internacional y aumentando el riesgo de una guerra nuclear.

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TORONTO – A finales de noviembre, Rusia atacó a civiles ucranianos con más de 500 drones, misiles de crucero y cohetes. La mayoría de estos drones fueron derribados, pero el ataque alcanzó dos edificios de apartamentos en Ternopil, en el oeste de Ucrania, matando al menos a 31 personas, incluidos seis niños. Viviendas, comercios, oficinas de correos y centrales eléctricas en toda Ucrania también fueron incendiadas como resultado de este bombardeo.
Pero este crimen de guerra —solo el más reciente en la guerra criminal de Rusia— quedó eclipsado por la revelación de que el presidente ruso, Vladimir Putin, y el presidente estadounidense, Donald Trump, han estado negociando en secreto un acuerdo. Supuestamente redactado por el enviado especial estadounidense Steve Witkoff, multimillonario promotor inmobiliario y magnate de las criptomonedas, y Kirill Dmitriev, director del fondo soberano de riqueza de Rusia, el plan de 28 puntos está fuertemente sesgado a favor del Kremlin. Trump exigió que Ucrania aceptara este acuerdo secreto antes del 27 de noviembre, aunque también dijo que podría no ser su oferta definitiva.
Además de la injusticia básica de permitir que un agresor decida el resultado de la guerra que inició, hay seis problemas fundamentales con este plan de “paz”.
Para empezar, aumentaría el riesgo de una guerra nuclear. Si se presiona a Ucrania para que acepte condiciones que equivalgan a una derrota, el resto del mundo concluirá que para disuadir una futura invasión de Rusia, China o cualquier otra potencia nuclear es necesario poseer armas nucleares. La capitulación forzada de Ucrania implica la proliferación nuclear y una probabilidad significativamente mayor de una Tercera Guerra Mundial nuclear.
Este riesgo refleja el segundo problema del plan de paz de Trump: sus implicaciones para un orden internacional basado en el principio de la inviolabilidad de las fronteras nacionales. Sin duda, se producen transgresiones, pero son la excepción, no la norma. Apoyar tal comportamiento —como haría Trump al recompensar a Rusia por invadir Ucrania— es tan inaceptable que conmocionará al sistema. En su forma actual, el pacto Witkoff-Dmitriev corre el riesgo de crear un mundo en el que las invasiones y las guerras se conviertan en algo habitual.
En tercer lugar, ceder a las antiguas exigencias del Kremlin socavaría la paz y la estabilidad regionales. Si los términos del acuerdo dejan a Rusia más fuerte que Ucrania, Putin se verá alentado por todos los medios posibles —legales, morales, psicológicos y económicos— a seguir librando la guerra en Europa.
En cuarto lugar, el plan de Trump no ofrece mecanismos de ejecución creíbles. Dado que Rusia ha violado todos los acuerdos que ha firmado con Ucrania, las garantías del Kremlin de que no intentará apoderarse de más territorio ucraniano carecen de sentido. Las garantías de seguridad estadounidenses también carecen de fundamento, especialmente bajo una administración poco preocupada por la honestidad y la equidad. El único elemento disuasorio significativo contra una nueva agresión rusa es que Ucrania se una a la OTAN, algo que el acuerdo propuesto prohíbe expresamente.
Al priorizar la fantasía imperial de Rusia sobre la voluntad democrática de Ucrania, el plan de Trump elude la cuestión de la reconstrucción, el quinto tema principal. La paz es más que la ausencia temporal de hostilidades. Estoy seguro de que Rusia aceptaría un alto el fuego durante días, o incluso semanas, a cambio de la eventual capitulación de Ucrania. Pero la paz verdadera implica garantizar que Ucrania conserve su soberanía y pueda defenderse, formar alianzas y, sobre todo, reconstruirse. Si bien el acuerdo propuesto no contempla esto, los aliados de Ucrania han presentado planes perfectamente razonables (e incluso rentables) para reconstruir el país y atraer inversión extranjera.
El último problema, y quizás el más fundamental, es el proceso. Lo que sabemos de la historia es que para asegurar un acuerdo de paz duradero es necesario involucrar a todas las partes implicadas. Recordemos que, tras la Primera Guerra Mundial, los países considerados agresores fueron excluidos de la parte más crucial de las negociaciones de paz, una decisión que contribuyó al estallido de la Segunda Guerra Mundial.
En este caso, los ucranianos, víctimas de la agresión, no fueron consultados durante la elaboración del plan de paz, que parece dictado por los rusos y traducido al inglés por los estadounidenses. (Esta idea puede no ser tan descabellada como parece: se ha informado ampliamente que Witkoff, al negociar con Putin, recurre a un traductor proporcionado por el Kremlin).
Las siguientes partes en cuestión, los aliados europeos de Ucrania, también se vieron sorprendidos por el secretismo de Trump. Para lograr una paz genuina, que permita defender y reconstruir Ucrania, estas partes deben estar presentes en la mesa de negociaciones.
El enfoque de Trump no funcionará. Si se excluye a partes importantes del proceso de paz, será imposible comprender plenamente los asuntos relevantes y recopilar la información necesaria. Al excluir a Ucrania y a sus aliados europeos de las negociaciones, Rusia y Estados Unidos podrían dejar a los ucranianos sin otra opción que luchar. Trump podría pensar que puede desentenderse de Ucrania, pero el problema no se habrá resuelto.
El anhelo que tenía Trump por ganar un Premio Nobel de la Paz —una de las vulnerabilidades más conocidas en la historia de las relaciones internacionales— llevó a un intento fallido de alcanzar un acuerdo de paz que, de implementarse, prácticamente garantiza un conflicto futuro. Mientras el gobierno estadounidense intenta intimidar a Ucrania y sus aliados para que acepten una “paz” injusta e indefinida, debemos seguir exigiendo que los ucranianos sean escuchados, respetados y apoyados.
El autor
Timothy Snyder, presidente inaugural de Historia Europea Moderna en la Escuela Munk de Asuntos Globales y Políticas Públicas de la Universidad de Toronto y miembro permanente del Instituto de Ciencias Humanas de Viena, es autor o editor de 20 libros.
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