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Opinión

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Un señor don

Alto y flaco, admirado y envidiado por sus cualidades y temido por la severidad en la observancia de la ética y las normas, así era Humberto Rodríguez...

Hace un par de años, quizá un poco más mi memoria es débil el Consejo de Administración y la Dirección General del Banco, el Nacional de México, su querido Banco, le organizaron un homenaje por las muchas décadas que trabajó en la institución y por su valioso legado de inteligencia, honradez, firmeza, prudencia, discreción y sencillez. Las palabras finales fueron las de él, Humberto Rodríguez Loya. Consistieron en un largo dar las gracias, empezando por don Fabián Inguarán, el gerente de la sucursal en el sitio donde nació nuestro protagonista Mineral del Parral, Chihuahua ; le dio su primera chamba, de chícharo, esto es, de aprendiz, de principiante desde abajo hasta donde llegó, mero arriba: guía de Banamex durante varios años.

Tuve el privilegio de ser su subordinado durante 25 años de los 43 que laboré en la empresa. Me trató con deferencia, respeto y tolerancia de mis barbaridades y excesos, al grado de invitarme a acompañarlo a uno de los primeros simposios de Davos, en el ya muy lejano 1973, él con Tere su mujer, yo con Mónica la mía.

Pocos estudios académicos, nada de maestrías ni doctorados, carencia insignificante más que compensada con brillante talento, perspicacia observadora, sentido común poco común y permanente disposición al aprendizaje. Dominó desde las aburridas entretelas de contabilidades y auditorías hasta las altas estrategias e intríngulis del buen negocio de banca y la administración del emporio industrial y de servicios manejado por la organización.

Admirado y envidiado por sus cualidades y temido por la severidad en la observancia de la ética y las normas. Apegado al estricto código que debe regir al negocio, machacó en la probidad, rectitud de corazón y de espíritu y con una idea muy alta de la función. En las juntas en su oficina, extensos y sabios monólogos sobre los temas más diversos.

Alto y flaco, algunos lo apodaron Pantera Rosa por su modo de caminar por los corredores del Viejo Palacio. Cuando decidí construir la casa de Amatlán, Morelos, me advirtió del peligro de sobreinvertir. El se sobreinvirtió en su querido, hermoso rancho en Carindapaz, muy cerca de Senguio, cabecera municipal, en el Estado de Michoacán; empezó con pocas hectáreas y acabó con muchas.

Ciudadano, empleado, esposo y padre ejemplar. Humberto Rodríguez murió el 19 de octubre en Morelia, ciudad donde residía después de jubilado.

paveleyra@eleconomista.com.mx

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