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Opinión

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¡Que viva la Constitución!

Se acentúa lo caro que nos cuesta sostener el lujo de la política y los políticos, al tiempo que su corrupción está más vivita que nunca.

Se sabe hasta la saciedad que la gente, otros la llaman pueblo, o sea, nosotros todos estamos sedientos de leyes que normen nuestro quehacer según los principios morales emanados del hecho de que se convive con otros seres humanos. Para que las cosas funcionen con orden y concierto. Lo mismo sucede con numerosas especies del reino animal, como las hormigas y los pelícanos, con la diferencia de que ellas se desempeñan armoniosamente gracias al instinto, mientras que acá nos portamos bien por miedo a recibir una paliza, advertida por la ley: nada de inmunidad, mucho menos de impunidad.

Después de más de un siglo transcurrido, los habitantes de la Ciudad de México, exdefeños, verdes de envidia al comprobar que las otras entidades federativas tenían sus cartitas magnas desde endenantes -Hidalgo, verbigracia, a partir de 1870-, hemos clamado, ¡Queremos Constitución Política! , ¡Constitución, ya! . Y el señor don Miguel Ángel Mancera Espinosa, siempre atento a las demandas populares, se ha dado a la benemérita tarea de hacer suya la idea y echar a andar la maquinaria para cristalizarla: primero, naturalmente, refrendar la voluntad del hombre común; segundo, organizar la elección democrática de los ciudadanos encargados de la colosal tarea de redactarla; unos notables y otros no tanto; unos ancianos provectos y otros no tanto; algunos inteligentes y otros lerdos; pero, eso sí, todos abusados.

La realidad es otra. Bien la resume Francisco R. Calderón, padre de Paco, nuestro inigualable y profundo editorialista con dibujos, refiriéndose a la Colonia en tiempo de los Austrias, el fenómeno permanece hasta estos días, acrecentado: ...consecuencia de la complicación y prolijidad de las leyes fue la tendencia creciente a eludir su cumplimiento (...) si a esto se agrega que el gobierno acostumbraba vender los puestos públicos, se entiende el porqué la corrupción burocrática era un fenómeno socialmente aceptado. Otro resultado fue el crecimiento del número de burócratas (...) inmoderado y gravoso... . Escribe Azorín: por un lado, van la fuerza y el privilegio y, por otro, los ciudadanos vejados y expoliados. Se preguntaba en 1901 otro español, Damián Isern: ¿Puede vivir ordenadamente un Estado en que, en casi todas las esferas de su actividad jurídica, los hechos van de un lado y el Derecho va por otro? .

Se acentúa lo caro que nos cuesta sostener el lujo de la política y los políticos, al tiempo que su corrupción está más vivita que nunca.

paveleyra@eleconomista.com.mx

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