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No es un niño, es un efebo
La delgada línea que separa ambos términos en realidad no hace ninguna diferencia para los seres humanos que han sido víctimas del abuso sexual.
La palabra efebofilia no está registrada en las páginas del Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española. En una búsqueda rápida por Internet, las referencias a este término son pocas y bastante obscuras. Wikipedia presenta la palabra en estos términos: La efebofilia, también conocida como hebefilia, es la condición en la cual personas adultas experimentan atracción sexual hacia adolescentes que ya han pasado la etapa de la pubertad .
La distinción entre pedofilia y efebofilia puede parecerle a algunos una sutileza del lenguaje, pero no lo es. La delgada línea que separa ambos términos en realidad no hace ninguna diferencia para los seres humanos que han sido víctimas del abuso sexual. Para ellos, el daño es el mismo, igual de injustificable e igual de doloroso.
Es quizá por eso que el argumento de la Iglesia católica en el sentido de que gran parte de las acusaciones sobre abusos sexuales que están saliendo a la luz no son actos de pedofilia sino de efebofilia, no es sólo débil sino también ofensivo.
Según datos del Tribunal de la Congregación de la Fe órgano encargado de investigar las acusaciones del 2001 al 2010 hubo unos 300 casos de verdadera pedofilia, es decir, de una atracción sexual por muchachos impúberes cometidos por sacerdotes católicos alrededor del mundo.
Monseñor Charles Scicluna, uno de los personajes más poderosos dentro de la jerarquía católica que se ha prestado a justificar públicamente este tipo de sutilezas linguísticas , dijo sin mucho pudor hace algunas semanas: En 60% de los casos, aproximadamente, se trata más bien de actos de efebofilia, es decir, de atracción física por adolescentes del mismo sexo. En 30% de relaciones heterosexuales y 10% restante de verdadera pedofilia .
El lenguaje que escogió monseñor Scicluna no pudo haber sido más desafortunado. La diferencia entre pedofilia y efebofilia es una construcción intelectual de el Vaticano para intentar contener un escándalo que amenaza con debilitar a la Iglesia como nunca en su historia. El problema es que es una construcción sin sentido. A nadie, fuera de ciertos círculos muy particulares, le parece importante la edad de las víctimas. Aquí lo escencial es que éstas fueron traicionadas y abusadas por sacerdotes católicos, cuyos actos fueron encubiertos por sus superiores. Scicluna terminó su trágica entrevista con la frase: En nueve años, los casos de sacerdotes acusados de pedofilia son por lo tanto unos 300. Demasiados, por cierto, pero hay que constatar que el fenómeno no está tan extendido como se quiere hacer creer .
¿Inventar un término que no existe legalmente o minimizar los casos de abuso sexual que hay reportados es la mejor defensa que el Vaticano pudo emprender? No, claramente no. Sobre todo si pensamos que la calidad moral de sus sacerdotes y religiosos es el fundamento último de su autoridad.
Hace sólo un par de días, fuentes eclesiásticas confidenciales aseguraron a la agencia de noticias Notimex que en los últimos nueve años el Vaticano ha abierto unos 100 procesos canónicos contra sacerdotes mexicanos acusados de abusos sexuales contra menores. En esta ocasión, tuvieron el cuidado de no diferenciar entre menores o mayores de 12 años. Aun así, el discurso de la jerarquía católica mexicana ha estado lleno de generalizaciones y pocos compromisos concretos. A las víctimas niños o efebos no les importa que el cardenal Rivera llame a sus agresores deshonestos y criminales les importa que esas personas enfrenten los cargos penales que merecen.
afvega@eleconomista.com.mx