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Opinión

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Matar lo que molesta

A riesgo de parecerle banal por poner la lupa en este problema, el asunto merece al menos unas líneas.

Siempre he sido amante de los animales. Creo que el mundo sin ellos sería un lugar tristísimo. Aun así, debo confesar que me resultó sorpresiva la pasión que levantó en muchas personas el tema de qué hacer con los perros callejeros en la ciudad de México, que apareció brevemente en la agenda pública la semana pasada a raíz de una nota presentada en el noticiero televisivo de Carlos Loret de Mola. La nota daba a entender que los perros callejeros del Bosque de Chapultepec se habían convertido en un problema de salud pública -e incluso de seguridad- para las personas que van diariamente a correr o simplemente a pasear por esa sección del Bosque.

A riesgo de parecerle banal a algunas personas por poner la lupa en este problema habiendo tantísimos temas que requieren atención, el asunto de los ahora llamados perros de Chapultepec , merece al menos unas líneas. Me explico.

En primerísimo lugar, este caso hizo evidente la incapacidad de las autoridades para ofrecer soluciones razonables a las demandas ciudadanas.

Es natural que las personas que van a hacer ejercicio al Bosque se preocupen si creen que hay una manada de perros agresivos. Es natural que quieran estar ahí sin el riesgo de ser atacados. Lo que no es natural, es que la respuesta de nuestras autoridades sea organizar un operativo que terminó en la muerte de varios perros y con una confrontación directa con ciudadanos preocupados por el trato que se les estaba dando a esos animales. La solución no está en eliminar a los animales. ¿Qué clase de sociedad somos si matamos lo que nos molesta? ¿De verdad eso es lo mejor que podemos hacer? ¿A eso le llamamos soluciones? Y ¿si mañana nos molestan los indigentes permitiremos que las autoridades los eliminen simplemente para quitarnos de enfrente ese problema?

La respuesta es no. Somos mejores que eso. Podemos imaginar otros caminos de convivencia. Eso es precisamente lo que nos hace humanos. Que nuestras autoridades sean incapaces de actuar creativa y responsablemente frente a un asunto cotidiano no significa que nosotros no tengamos otra salida más que callarnos y seguir adelante con nuestra vidas.

Es tiempo de estar presentes en la vida pública, de exigir las respuestas adecuadas a nuestros problemas –sean relativos a perros callejeros, invasión de nuestras calles por ambulantes o a baches en la vía pública. En el caso que hoy me ocupa, la política de matar a los animales porque nadie sabe qué hacer con ellos debe terminar. Otra reflexión que creo que vale la pena hacer tiene que ver con la responsabilidad que tienen los medios de comunicación –y que muchas veces no entienden– para servir de puente entre ciudadanos y autoridades. Me pregunto qué hubiera cambiado si la nota presentada por Loret de Mola hubiera enfatizado la brutalidad con la que son tratados estos perros en los antirrábicos o la ineptitud de las autoridades del DF para crear un programa que atienda integralmente el asunto de los animales callejeros.

La respuesta es: probablemente mucho, tomando en cuenta la importancia que nuestras autoridades le dan a la imagen pública y al inescapable hecho de que, muy frecuentemente, actúan empujados por la exposición mediática.

¿No sería una mejor capital si en vez de matar a los animales que deambulan por nuestras calles los esterilizaramos para controlar su población? ¿No sería mejor que las autoridades establecieran alianzas estratégicas con las organizaciones protectoras de animales para su cuidado? ¿No sería importante que los medios de comunicación facilitaramos ese trabajo cívico?

Yo creo que sí.

afvega@eleconomista.com.mx

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