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Opinión

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La amistad perdida con Videgaray (I)

La inteligencia es fácilmente eclipsada por la soberbia.

Fausto Pretelin Muñoz de Cote

El elevador llegó al piso 22 de la torre de la cancillería poco antes de las 9 de la mañana del 24 de enero del 2017. En una sala se encontraban sentados algunos de los periodistas que cubrían la fuente de Relaciones Exteriores, y la disponibilidad de las sillas se agotaba conforme se acercaba la hora de la cita. Se trataba de un desayuno ofrecido por el nuevo secretario Luis Videgaray. / Ana Langner, en ese tiempo reportera del periódico El Economista, se encontraba de vacaciones, por lo que me presenté en la sala para saludar a Videgaray. Lo conocí a finales de la década de los 90 en el ITAM.

El ritual inició. Una serie de preguntas agotó la primera reunión del secretario de Relaciones Exteriores con los reporteros. Al finalizar, fui ingenuo. Pensé que Videgaray se acercaría a saludarme. Su rasgo petulante cubrió la silueta inocente de la lógica. Disimuló mi ausencia, pero yo no disimulé mi sorpresa. Me acerqué a él para recibir las siguientes palabras: “Me dijeron que vienes por única ocasión”. Así es, le respondí. Se lo dije con sinceridad.

Perla Pineda, reportera del diario El Economista, solicitó en varias ocasiones una entrevista con Videgaray. Lo hizo a través de Luis Salazar y René Hernández Sáenz, funcionarios de Comunicación Social de la cancillería. Videgaray sólo da entrevistas a López Dóriga, Loret de Mola y quizá a alguien más. Los demás círculos mediáticos no merecen su atención.

Mi perseverancia e inclinación por la ingenuidad casi me convence de que lo ocurrido el 24 de enero se trataba de un accidente. Somos humanos, pensé. Unos se creen inmortales, me dije. Se trató de una mala mañana de Videgaray en la que sus rasgos petulantes lo cegaron. Así que me acerqué con Abraham Zamora, el jefe de oficina de Videgaray. Pactamos un desayuno en el restaurante Emilio frente al parque Lincoln. En el encuentro participó una tercera persona y hablamos de varios temas, uno de ellos, la cumbre de la OEA en Cancún. “Bien por la postura del gobierno sobre Maduro”, le dije a Zamora. Le comenté mi intención de entrevistar a Videgaray. Nunca ocurrió.

La periodista Georgina Morett me llamó el día de la visita del candidato Trump a México. Me pidió mi opinión y le respondí con un: “Videgaray tiene que renunciar” como secretario de Hacienda. La conjetura era sencilla, no se puede invitar a un personaje que califica de “violadores” a toda una nacionalidad, y agregué que la invitación tuvo que haber sido condicionada: o viene Hillary o no viene nadie.

Es común encontrar a funcionarios públicos que no distinguen entre el vasallaje y la sinceridad. Es decir, todos los miembros de sus equipos (o conocidos universitarios) deben de actuar conforme a las reglas del vasallaje. Grave error, el de la simulación.

La semana pasada, Videgaray reconoció a Adela Micha su error en la manera en que vino Trump a Los Pinos. Pero lo que no le dijo fue su adversión hacia Hillary Clinton. La candidata demócrata se burló del gobierno de Peña Nieto a través de un juego retórico: “Si el gobierno de México lee esta entrevista (al periódico La Opinión), yo le recomendaría que mejorara los protocolos de actuación del ejército”, dijo Clinton. Videgaray y Peña apostaron por la victoria de Trump. (Mañana continuaré.)

Fausto Pretelin Muñoz de Cote

Fue profesor investigador en el departamento de Estudios Internacionales del ITAM, publicó el libro Referéndum Twitter y fue editor y colaborador en diversos periódicos como 24 Horas, El Universal, Milenio. Ha publicado en revistas como Foreign Affairs, Le Monde Diplomatique, Life&Style, Chilango y Revuelta. Actualmente es editor y columnista en El Economista.

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