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Horizontes culturales
En el Sinaloa de mi infancia ser culto era, sin duda, deseable; una exótica característica de algunas personas que convenía adquirir. La cultura, de manera similar a llevar una alimentación sana y hacer ejercicio, era muy apetecible pero igual de irregular. La mayoría aceptaba que debía cultivarse, pero “pa’ después”. Algo así como un “hágase, pero en las mulas de mi compadre”.
Recuerdo que una señora de mi pueblo se fue de vacaciones a Italia. En aquella época estos acontecimientos, tan infrecuentes, se reseñaban en el periódico. La paisana regresó antes de lo previsto, argumentando haberse cansado de ver “tanta piedra” (se refería a las esculturas y monumentos). Eso y “el olor a agua puerca” de Venecia acabaron con sus ínfulas culturales.
Había también en mi tierra un grupo de personas —quienes podían haber salido de una novela costumbrista— que se reunían a escuchar música clásica, óperas, veían y comentaban distintas puestas en escena. He olvidado si les llamaban los sinfónicos por burla, o fueron ellos quienes así se denominaron. Ahí estaba la maestra, el médico, algún ingeniero estudiado en la Ciudad de México y eventualmente contaban con la asistencia del cura.
En los sinfónicos, aquella actividad no lucía como un esfuerzo, por el contrario, mi impresión es que disfrutaban la tarde musical. Seguramente para ellos la cultura no requería defensa alguna.
Una de las razones para impulsar más la cultura es su impacto económico. Precisamente, el Inegi nos acaba de decir que, en el 2018, el Producto Interno Bruto (PIB) de las actividades vinculadas con el sector de la cultura ascendió a 702,132 millones de pesos.
Durante el 2009, sexenio presidido por Felipe Calderón, el sector presentó su mayor participación en el PIB, que fue de 4 por ciento. En el 2018, para variar, rompimos récord hacia abajo: fue de 3.2%, siendo ésta la menor aportación que ha registrado en 10 años.
Fue también el año pasado cuando las actividades asociadas con el sector de la cultura implicaron 1 millón 395,669 puestos de trabajo, lo que representó 3.2% del total en nuestro país. Para tener un contexto más amplio conviene considerar que en la Unión Europea la industria cultural representa 7.5% del PIB. Son 12.5 millones de empleos los que allá genera (Cfr. Economía3, 2019).
Tengo otro argumento para promover la cultura. En los sinfónicos se advertían características en mi opinión favorecidas por su vasto andamiaje: eran buenos conversadores, generalmente claros en el planteamiento de sus ideas. Al escucharlos, me daban la impresión de ser dueños de un mundo, de una visión que excedía por mucho el tamaño de su cabeza y de las preocupaciones habituales de la población. La interacción con ellos me hacía pensar que veían lejos. Incluso, que disfrutaban más y mejor los sabores de la vida.
La maestra que asistía a aquellas reuniones de los sinfónicos también fue mi profesora de música y artes plásticas en la secundaria. Me apena nunca haber aprendido a tocar en la flauta ni el Himno a la alegría ni el Va pensiero. Mis incursiones en la pintura fueron catastróficas incluso para el cubismo. Sin embargo, esa mujer amplió el horizonte de cientos de adolescentes y colaboró decididamente en nuestro discernimiento sobre lo que es importante en la vida. Y eso, no es poca cosa, y por eso le estoy siempre agradecido.
Twitter: @VicenteAmador
