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Opinión

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Esperanza educativa

Vicente Amador

La muerte de una estudiante del ITAM, influida por un contexto escolar estresante y al decir de algunos alumnos y profesores del instituto, a veces humillante, enciende las alarmas. Lo sucedido en Río Hondo es algo serio, de esos asuntos realmente importantes que deben calar y provocar transformaciones de fondo.

Uno de los temas medulares es la obligación de las instituciones educativas, de todos los niveles, de asumirse irrenunciables actores en la vida de sus alumnos. Además, en un entorno de constante cambio. Un mundo que, para bailarlo con la menor cantidad de tropiezos, exige ir pasos adelante. Estas prevenciones igual convienen a familias y escuelas: la formación de los jóvenes no termina ni con la preparatoria ni con la mayoría de edad. 

Junto con otras ideas que a continuación referiré para vislumbrar en dónde estamos parados en el vertiginoso terreno educativo, José Antonio Lozano señala que vivimos un tiempo marcado por la “volatilidad” derivada de cambios sociales que nos toman por sorpresa; un periodo de “incertidumbre” dado que no somos capaces de comprender hacia dónde vamos; un momento “complejo” en virtud de la amplitud de condiciones que nos influyen en un mundo interconectado; etapa de “ansiedad”, derivada de la falta de seguridad que genera todo este caldo de cultivo. 

Por otro lado, las nuevas generaciones son distintas y, consecuentemente, reclaman nuevas formas de enseñanza. Diversos autores coinciden en que las generaciones más jóvenes, tanto los Millennials (1980) como la generación Z (2000) son más sensibles a los efectos del ambiente, principalmente por la personalización e inmediatez que ofrece la tecnología, tan presente en sus vidas. Adicionalmente, las redes de apoyo proporcionadas por las familias o el contacto personal también se registran disminuidas. Son circunstancias que deben tomarse en cuenta en un sistema educativo que pretende tener como núcleo al sujeto que aprende.  

Tampoco podemos soslayar que el suicidio es un grave problema social que va en aumento. La Organización Mundial de la Salud estima que, en el mundo, anualmente se suicidan cerca de 800,000 personas. En México, la última medición nos dice que en el 2017 se registraron 6,494 suicidios. Casi 1% de las muertes ocurridas y registradas en ese año. El suicidio es la segunda causa de muerte en la población de 15 a 29 años (Cfr. Inegi, 2018).

Finalmente, es importante reconocer que algunas instituciones educativas confunden exigencia académica con fomentar un claustro de profesores “perro”: ponentes majaderos, agresivos, sin vocación docente quienes suponen educar a punta de denigrar a sus alumnos. “Pa’ que aprendan que así de dura es la vida”, se ufanan algunos. Como si educar a los abogados implicara enseñarlos a cometer delitos.

Es necesario que las universidades sean capaces de asimilar lo nuevo, captándolo en su radicalidad antropológica e integrándolo a las nacientes formas de pensamiento (Cfr. Andoni y Arzoz, 2003). La salida ha de provenir ineludiblemente de los propios universitarios, profesores, alumnos, directivos. En esta línea, la orientación de Bertrand Russell sigue vigente: “No hay más que un camino para el progreso de la educación, como en todas las cosas humanas, el de la ciencia guiada por el amor: sin ciencia, el amor es impotente; sin amor, la ciencia es destructiva”.

vicente.amador@up.edu.mx

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Consultor de Comunicación, Asuntos Públicos y Estrategia Política.

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