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Del porvenir que ignoras...
Últimas consideraciones para enfrentar el año.

Este año, no lo sabremos nunca, es quizá aquel que estuvimos esperando. La fecha en que por fin los propósitos se cumplieron, los sueños ya son una agradable realidad, el cigarro no nos ahoga, los kilos desaparecen, las manías sólo son graciosos aderezos del carácter, el horóscopo anima y no conmina. Quizá, no tarda en llegar el momento en que muchas frases hechas sean una maravillosa verdad y no una invitación a la ignominia. (¿Qué tal aquella de: “años nones, bendiciones”? ¿o la que afirma que “el tiempo cura lo que la razón no puede curar”?).
Hoy es el séptimo día del año. Quedan 358 para finalizar este 2019 y muchas ocasiones para celebrar y alegrar a la memoria: fue un 7 de enero cuando, en Italia, Galileo Galilei observó las cuatro lunas de Júpiter a través de su famoso telescopio; fue un día como hoy cuando, en 1899: apareció el primer número de la revista Vida Literaria, dirigida por Jacinto Benavente y escribieron Rubén Darío, Miguel de Unamuno y Antonio Machado; un 7 de enero cuando nació Lorenzo de Médici y se murió Juan Rulfo. Puede llegarse a la conclusión, entonces, de que si es 7 y de enero, los cielos pueden observarse mejor y casi bajar a nuestra altura, las artes y las letras están bien aspectadas y los genios, ésos que el olvido no se lleva nunca, aparecen y desaparecen con más gozo que tristeza y quizá con nostalgia, si acaso, pero no con melancolía.
El número en sí mismo, también es maravilla. Dice el Diccionario de los Símbolos que el siete es casi universalmente el símbolo de la totalidad, una de dinamismo total, San Clemente de Alejandría escribe que “de Dios, corazón del Universo, emanan las seis extensiones y las seis fases del tiempo: en eso está el secreto del número siete, el seis más uno, es decir el retorno al centro y al principio porque al acabar el desarrollo senario comienza el septenario”.
Sin metafísica, ni religión, las cosas también son sencillas: son siete los días de la semana, siete los colores del arco iris y siete los pecados capitales. Siete las notas musicales y siete las vidas de un gato. Siete los dones del Espíritu Santo - sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios-; siete, el número de las artes; siete las antiguas y las nuevas maravillas del mundo. Son siete los pecados capitales: soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y pereza, pero también siete las virtudes cardinales que los anulan: contra la soberbia, humildad; contra la avaricia, largueza; contra la lujuria, castidad; contra la ira, paciencia; contra la gula, templanza; contra la envidia, caridad y contra la pereza, diligencia. Siete en lo breve y en lo largo y apenas ha pasado una semana desde el año nuevo.
La oportunidad parece tocar de nuevo a nuestras puertas. Todavía podemos decidir y rectificar, rehacer nuestros propósitos y decidir, por ejemplo, ser convenientemente ortodoxos (ya se sabe que trae mala suerte ser supersticioso) y acogernos debidamente a la protección de los cielos. Basta seguir los preceptos de la más acabada teología que indica cuál es el santo patrono a dirigirse, según cada profesión, petición, gremio y actividad. Para el trabajo, San José; para encontrar novio, San Antonio; si uno es músico le reza a Santa Cecilia; si es actor a San Juan Bosco, si escritor a San Francisco de Sales; los panaderos a San Honorato; los políticos a Santo Tomás Moro; los oculistas, a Santa Lucía y los abogados a San Raimundo. Los Boy Scouts tienen a San Jorge; los aseguradores (y los funcionarios de Hacienda) a la Virgen del Perpetuo Socorro; los banqueros a San Carlos Borromeo; los contralores (y demás censores) a Santa Anastasia y los payasos a San Ginés. (Y ya por no dejar -dirían nanas, mamás y abuelitas- no estorbaría un chupamirto, unos listones rojos, colorines, escapularios y estampitas de la Virgen de Guadalupe).
Pero también, lector querido, si usted es más ejecutivo y busca un nuevo sustento constitutivo para no sentir culpa por lo que se acaba de desayunar mientras fuma su tercer cigarro, puede optar por otra cosa. Y ninguna ordenanza es mejor que la Ley de Murphy. Esta especie de normatividad para la vida, que podemos recordar hasta en la cola del supermercado (“uno siempre está formado en la fila que avanza más lentamente”) sirve para no tirarnos al drama y está perfectamente constituida. Su premisa básica es el anatema “si alguna cosa puede salir mal, lo hará”. De origen innegablemente humano, esta ley nació en 1949 en las instalaciones de la Fuerza Aérea de Edwards, de EU, honrando el nombre del muy señalado capitán Edward Murphy, un ingeniero que trabajaba en el Proyecto MX981, designado para investigar y averiguar qué tanta desaceleración súbita podía soportar un ser humano en caso de colisión aérea. Un día, después de hallar que uno de los simuladores estaba mal cableado y ensamblado, escuchó que el técnico responsable decía furioso: “si hay alguna manera de hacerlo todo mal, el capitán Murphy dará con ella”. Este le contestó: “¿no te das cuenta de que si algo puede salir mal, va a salir peor?”. El ingeniero en jefe de la Fuerza, que escuchó la peculiar rencilla transformó su desesperación en el nombre de una ley con el apellido de Murphy y la agregó a una lista personal que incluía tanto leyes científicas como humanas.
Con lo de la desaceleración no se llegó a nada, pero las leyes derivadas de la de Murphy para cualquier actividad, profesión, consuelo, evidencia y circunstancia se multiplicaron y hoy tienen su particular nombre y explicación. Vayan algunas para su sabiduría y entretenimiento: Ley de la dinámica del dinero: Un ingreso económico que llegue por sorpresa siempre vendrá acompañado por un gasto inesperado del mismo importe; Norma de Caín: Para toda actividad empresarial siempre hay una normativa gubernamental equivalente y opuesta; el Principio de Midas: cuando lo mejor es posible, lo bueno no es suficiente ; la Ley del precepto político: Toda recesión económica será culpa del gobierno anterior; Ley del programador: Si funciona bien no lo toque porque luego no funcionará y no sabrá explicar por qué; Regla de Jerry: Que todo sea diferente no significa que algo haya cambiado, y, como final, el maravilloso Precepto de Duchamm: La oportunidad llamará a su puerta en el momento menos oportuno.
Tome usted su decisión y no se sienta desalentado, lector querido: se puede aplazar o suspender la ley de Murphy, siempre que tal aplazamiento o suspensión provoque una catástrofe mayor o dedicarse nada más a cuidar el espíritu, el cuerpo y la paciencia todo el año. (Bien lo dijo el bisabuelo: del porvenir que ignoras... ¿para qué contar las horas?).