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Opinión

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Control de daños

Las bellezas y bondades de México están ahí y son indiscutibles. No se vale apelar a ellas para tratar de disfrazar el monstruo al que estamos enfrentando.

El gobierno federal encabezado por Felipe Calderón está en búsqueda de una estrategia que pueda mejorar la imagen de México alrededor del mundo.

Quiere impedir, a toda costa, que México sea conocido mundialmente simple y sencillamente como el país del narco. Que ¿cuál es el problema con querer limpiar la imagen del país? Que la intención de Calderón no sólo es tardía, sino probablemente inútil y hasta ofensiva. Veamos lo siguiente.

La administración del presidente Felipe Calderón llega tarde para tratar de ejercer algún tipo de control de daños frente a una situación que claramente ha rebasado al Estado mexicano. Basta con que revisemos la prensa mundial para darnos cuenta de que la percepción de México en el exterior es prácticamente la misma que la que una buena parte de la población tiene: las cosas están fuera de control, la guerra contra el narcotráfico no tiene ni pies ni cabeza y los costos de la violencia son cada vez más caros para la sociedad mexicana.

A pesar de los extensos esfuerzos diplomáticos de la Cancillería mexicana, varios países del mundo han advertido a sus nacionales sobre los peligros de viajar a México. Todos los portales de noticias del mundo han recogido y diseminado esta información.

Tratar de minimizar lo que sucede en el país para evitar una dañina baja en el turismo internacional o en las inversiones es, francamente, querer tapar el sol con un dedo. Cuesta trabajo pensar qué motiva a Felipe Calderón a seguir insistiendo en esa estrategia –infructuosa a todas luces– y que desvía recursos materiales y humanos que serían valiosísimos para luchar contra la impunidad y la violencia en México.

¿No sería mejor que en vez de buscar un nuevo funcionario público para rediseñar la imagen el país el presidente Calderón usara esos recursos para capacitar y enviar más ministerios públicos federales a, por ejemplo, Ciudad Juárez o a Reynosa? ¿Está en el interés de los mexicanos invertir en una nueva campaña de este tipo cuando ya contamos por decenas las ejecuciones de civiles que quedan olvidadas en la impunidad? ¿Qué dirían los padres de los jóvenes asesinados en Villas de Salvárcar, por ejemplo, de gastar en imagen pública en vez de hacerlo en mejorar la capacidad del Estado para resolver el crimen de sus hijos?

No está de más decirlo: el problema de México no es uno de imagen que pueda remediarse con tres buenos slogans que nos recuerden por qué vale la pena visitar o invertir en el país. No. Las bellezas y bondades de México están ahí y son indiscutibles, para verlas no necesitamos una campaña publicitaria. Lo que no se vale es apelar a ellas para tratar de disfrazar el tamaño del monstruo al que estamos enfrentando, ni aquí en México con el pretexto del Bicentenario, ni en el extranjero, con cualquier motivo que se les ocurra a la carrera.

Por supuesto, esto no quiere decir que no debamos trabajar para mejorar la imagen del país, ni que no sea importante. Efectivamente es fundamental que México no deje de recibir turistas ni inversión extranjera, sin embargo, no es a través del diseño de una estrategia mercadotécnica aguada con recursos públicos que podemos revertir la tendencia. Tal y como lo demuestra el caso colombiano, la imagen de ese país comenzó a mejorar una vez que su gobierno decidió lanzar una batalla contra la corrupción y a la impunidad que permitía que los cárteles de la droga hicieran lo que querían dentro y fuera de su territorio. Más acciones y menos palabras, por ponerlo coloquialmente.

afvega@eleconomista.com.mx

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