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Es posible una burbuja tecnológica

Raúl Martínez Solares | Economía conductual
“La euforia irracional es la base psicológica de una burbuja especulativa”. Robert J. Shiller, Premio Nobel de Economía.
En el último par de años hemos presenciado un crecimiento exorbitante de la valuación de empresas tecnológicas, particularmente aquellas vinculadas con la inteligencia artificial.
Sin pretender una equiparación absoluta, en muchos sentidos, el actual crecimiento nos recuerda algunos episodios del pasado de exuberancia financiera (parafraseando a Robert Shiller). Las valuaciones de ciertas compañías tecnológicas, ya sea de semiconductores, infraestructura de cómputo, almacenamiento en la nube y modelos avanzados de inteligencia artificial, han crecido a una velocidad que nos hace necesario preguntarnos si el mercado no está descontando demasiado pronto beneficios que aún no existen. Algunos de los múltiplos actuales de valuación suponen tasas de crecimiento futuras que, para sostenerse, requerirían transformaciones económicas de una magnitud pocas veces observada.
Robert Shiller, Premio Nobel de Economía, ha estudiado los mecanismos psicológicos presentes en las burbujas financieras. En su obra Irrational Exuberance, explica cómo los mercados pueden separarse de sus fundamentos cuando se combinan tres factores: una narrativa persuasiva que vuelve sumamente atractiva la inversión para los inversionistas; la proliferación de historias y casos que refuerzan este optimismo; y un ambiente emocional donde el contagio social prevalece sobre el análisis objetivo de los datos.
Para Shiller, la clave de una burbuja no es únicamente el precio extremo, sino el proceso social que lo sostiene: un ciclo que se autoalimenta a partir de expectativas y emociones que nublan la prudencia y el juicio.
Lo que ocurre hoy en el sector tecnológico, y especialmente en inteligencia artificial, guarda muchas similitudes con estos procesos descritos. Por ejemplo, está el conocido “efecto manada”: la percepción de que todos invierten en empresas de IA genera presión social para participar. No siempre es irracionalidad; muchas veces, es una reacción defensiva al temor de perder una oportunidad que parece única. Sin embargo, este
comportamiento colectivo puede llevar los precios a niveles en los que los fundamentos pierden sentido.
Otro sesgo cognitivo es el exceso de confianza. En un contexto dominado por anuncios espectaculares sobre nuevos modelos, aplicaciones emergentes y promesas de productividad sin precedentes (aunque poco comprendidas en ciertos sectores), muchos inversionistas tienden a asumir que pueden anticipar el rumbo de la industria con mayor certeza de la que realmente tienen. Shiller señala que, durante periodos de euforia, el optimismo no solo se infla, sino que se justifica y se racionaliza. Los inversionistas encuentran argumentos para justificar cualquier precio, incluso aquellos que en condiciones normales considerarían inviables.
El sesgo de confirmación también influye en estos procesos. Las historias de éxito (reales o potenciales) tienden a difundirse mucho más que los casos de fracaso o de duda. De este modo, las noticias que celebran los avances de la IA predominan, mientras que los cuestionamientos sobre márgenes, costos de infraestructura, acceso a energía y riesgos regulatorios o competitivos quedan relegados. Este desequilibrio informativo lleva a una sobreestimación del potencial inmediato de estas tecnologías y a una subestimación de las posibilidades de que el crecimiento no sea tan lineal.
Uno de los componentes más visibles del momento actual es el llamado Fear of Missing Out (FOMO). La idea de quedarse fuera de la revolución tecnológica pesa más que cualquier análisis. Ver a algunos inversionistas multiplicar su valor en la fase de expansión acelerada provoca una reacción emocional que, según Shiller, es típica en fases avanzadas de las burbujas: la sensación de urgencia, incluso de ansiedad, por no quedar rezagado.
Por supuesto, muchas de las grandes firmas tecnológicas cuentan con utilidades robustas, posiciones dominantes y capacidad de inversión. Pero otras empresas, sobre todo las de menor tamaño o más recientes, o incluso sin trayectoria de retornos sostenibles recientes, están valuadas como si su éxito futuro fuera un hecho.
Esto no equivale a afirmar que estamos ante un colapso. La inteligencia artificial tiene un potencial innegable, real y transformador. Pero el reto es distinguir hasta qué punto el precio refleja oportunidades y hasta qué punto refleja solo expectativas alimentadas por narrativas y no por datos.
El mejor antídoto puede ser la advertencia de Shiller: cuando los precios dependen más de la historia que de los números, conviene detenerse y mirar dos veces.

