Lectura 3:00 min
Detener la hemorragia
Opinión
Bajar la violencia no es solo una necesidad urgente, sino una prioridad moral y estratégica para cualquier sociedad que aspire a convivir en libertad.
Uruguay enfrenta hoy el desafío ineludible de reducir los niveles de violencia que afectan, con especial crudeza, a los sectores más vulnerables. No estamos ante una simple cuestión de seguridad o de estadísticas. Lo que está en juego es mucho más profundo, se trata del porvenir de muchos de nuestros niños, y por tanto de la calidad de nuestra convivencia.
Durante décadas fuimos reconocidos como una sociedad cohesionada, sostenida por valores compartidos como el respeto, el esfuerzo, la cultura del trabajo. Sin embargo, esa base moral se ha erosionado. Ya no alcanza con invocar aquel tranquilo pasado. La violencia se ha instalado en sectores concretos del territorio donde organizaciones criminales han logrado sembrar miedo y fidelidad mediante la lógica de la violencia como norma.
¿Somos hoy más violentos como sociedad? Tal vez no en términos absolutos, como sugiere Steven Pinker en “Los ángeles que llevamos dentro”, pero lo que sí es evidente es que ciertos segmentos sociales han naturalizado la violencia como herramienta para resolver disputas, imponer autoridad o establecer jerarquías. Sus mal llamados “códigos”.
Por todo esto se necesita una estrategia decidida y valiente. Es hora de actuar con firmeza frente a los clanes narco, endurecer las tipificaciones penales, aplicar regímenes de aislamiento carcelario para esos criminales, perseguir su poder económico con inteligencia financiera. No alcanza con detener a un cabecilla si su estructura permanece intacta, hay que ir tras toda la organización.
Frente al crimen organizado solo hay dos caminos. O el Estado reafirma su autoridad, con toda la fuerza que la ley le permite, o cede espacio a un orden paralelo, mafioso, que promete paz a cambio de sumisión. Ese es, precisamente, el rostro real de lo que algunos han teorizado -equivocadamente- como una “pax narca”, un pacto “regulatorio” de la violencia. Eso no es paz.
Lo hemos visto en México, en Ecuador, en Brasil. En esos países, el Estado se retiró de ciertos territorios y dejó hacer. La consecuencia fue que los clanes criminales impusieron una paz sin ley, una tranquilidad que depende del humor del jefe narco de turno. El propio expresidente mexicano Andrés Manuel López Obrador llegó a decir que en Sinaloa “no hay homicidios” porque ahí manda una banda fuerte. Pero esa paz tiene dueño, y ese dueño no es el derecho, es el delito.
Uruguay no puede permitirse ese camino. Lo que se necesita es un shock represivo -selectivo y eficaz-. Es imprescindible castigar con severidad a todos los miembros de estas (cerca de 60) organizaciones criminales.
Reprimir el delito no es autoritarismo. Es cumplimiento de la ley. Es protección del inocente. Es garantizar el derecho más elemental que tiene todo ciudadano, vivir sin miedo.