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Opinión

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Releer como nunca las crónicas de siempre

En memoria de Artemio del Valle Arizpe

Foto EE: Especial

Don Artemio, que era un sabio, nació en Saltillo, Coahuila, el 25 de enero de 1884. Era hijo de un gobernador, de muy buena familia, con una suerte de nostalgia por la patria y siempre hambriento de buenas anécdotas de la Historia. Recibió sus primeras lecciones de los jesuitas en el Antiguo Colegio de San Juan y sus primeras sorpresas al descubrir las calles de la Ciudad de México cuando llegó a estudiar abogacía. En aquella época, los debates filosóficos de la nueva academia, posteriormente llamada el Ateneo de la Juventud, estaban en su apogeo. Se hablaba en todas partes de la necesidad fundamental de entender “lo mexicano”, la importancia de fundamentar filosóficamente, de una vez por todas, las razones de la mexicanidad. El discurso nacionalista, pues, cuando la Revolución había enterrado a sus muertos y estaba santificando a sus fantasmas, pero todavía florecía en diversos frentes: en el teatro con Rodolfo Usigli; en la literatura con el joven Arreola; en la pintura de Frida, Diego y sus amigos y en los secretos antropológicos de Alfonso Caso que iban descubriendo las raíces de la cultura mixteca.

Pero don Artemio llevaba tiempo en otra cosa. En lo mexicano, cierto, pero más orientado hacia los claroscuros de la Colonia. Será por eso que muchos, cuando escucharon su sonoro apellido “del Valle de Arizpe”, pensaron que Artemio era un gentilhombre novohispano de calzas verdes y amigo de virreyes , pero no. De hecho, fue hasta 1919 cuando publicó su primera novela, “Ejemplo” y luego, imparable, se siguió con “Vidas milagrosas”, “Cosas veredes”, “La muy noble y leal ciudad de México, según relatos de antaño y hogaño”, “Historia, tradiciones y leyendas de calles de México” y así, hasta llegar a más de 50 tomos. De aquello José Luis Martínez –otro sabio- dijo: "Su larga frecuentación de las cosas de la Colonia le ha llevado en sus obras de ficción a inventar un estilo arcaizante, falso o verdadero, y a recrear tipos y ambientes con la habilidad del consumado erudito y la viveza del buen novelista, mezclando con desenfado libertad e imaginación".

Si bien Emmanuel Carballo lo definió como el "escritor isla" porque estaba rodeado de jóvenes escritores que no coincidían ni con sus temas ni su estilo, en realidad, Artemio del Valle-Arizpe tuvo una vida intelectual muy activa: publicó constantemente en periódicos y revistas; escribió obsesivamente sobre leyendas, historias, héroes, calles y paisajes y hasta desempeñó cargos diplomáticos con gran éxito. En1933 fue admitido en la Academia Mexicana de la Lengua y en 1942 nombrado cronista de la ciudad de México, actividad que desempeñó hasta su muerte.

Autor de impresionante arrastre editorial -poco frecuente en la época- en vida alcanzó a ver cómo algunos de sus libros llegaban hasta las cinco ediciones y se convertían en referentes de una Historia nacional en la que los mexicanos usaban ropajes diferentes, lenguaje muy distinto, tenían otros pensamientos y era necesario descifrar.

Don Artemio murió en 1961 –“como traste de fonda: fregado y boca abajo”, según escribió- pero todavía hoy, leyendo sus obras, podemos remirar que hemos visto siempre o -todavía mejor- descubrir lo que nunca imaginamos que existiera.

De su libro, “Historias de vivos y de muertos”, a continuación un ejemplo de cómo don Artemio relató la más aterradora -y famosa- leyenda mexicana.

"Una mujer, envuelta en un flotante vestido blanco y con el rostro cubierto con velo levísimo que revoleaba en torno suyo al fino soplo del viento, cruzaba con lentitud parsimoniosa por varias calles y plazas de la ciudad, unas noches por unas, y otras, por distintas; alzaba los brazos con desesperada angustia, los retorcía en el aire y lanzaba aquel trémulo grito que metía pavuras en todos los pechos. Ese tristísimo ¡ay! Levantábase ondulante y clamoroso en el silencio de la noche, y luego que se desvanecía con su cohorte de ecos lejanos, se volvían a alzar los gemidos en la quietud nocturna, y eran tales que desalentaban cualquier osadía.

Así, por una calle y luego por otra, rodeaba las plazas y plazuelas, explayando el raudal de sus gemidos; y, al final, iba a rematar con el grito más doliente, más cargado de aflicción, en la Plaza Mayor, toda en quietud y en sombras. Allí se arrodillaba esa mujer misteriosa, vuelta hacia el oriente; inclinábase como besando el suelo y lloraba con grandes ansias, poniendo su ignorado dolor en un alarido largo y penetrante; después se iba ya en silencio, despaciosamente, hasta que llegaba al lago, y en sus orillas se perdía; deshacíase en el aire como una vaga niebla, o se sumergía en las aguas .Allí se arrodillaba esa mujer misteriosa, vuelta hacia el oriente; inclinábase como besando el suelo y lloraba con grandes ansias, poniendo su ignorado dolor en un alarido largo y penetrante. (…) Sigue siendo un centro cósmico, un imán del pasado que posibilita comulgar con el más allá".

Leyendo a Del Valle Arizpe todo es diferente, aunque parezca igual ¿no es verdad lector querido? Nada más faltaba que empezáramos un lunes.

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