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Mankell
La verdad cambia todo el tiempo
Henning Mankell, El Chino
Hay muchas maneras de hablar de un escritor fallecido. Abordar su obra, sus libros más populares, su trayectoria literaria, su inscripción en un género o tradición. También podemos hablar de su persona, sus opiniones y elecciones vitales. Lo que pensaba de su propia vida y del mundo. La forma en que murió.
En el caso de Henning Mankell decidirse por un enfoque es más complicado. Mankell nos dejó el lunes a los 67 años, sucumbiendo al cáncer de pulmón que marcó sus últimos años (com relata en Arenas Movedizas, su libro de memorias).
Aunque es popularmente conocido como uno de los mayores representantes suecos de la novela negra, sólo once de sus cuarenta libros son policíacos. Fue también un prolífico dramaturgo, con cuarenta obras de teatro ( más que Shakespeare , le gustaba decir), y dirigía desde 1986 un teatro en Maputo, Mozambique.
Escribir no le bastaba. Mankell fue un activista buena parte de su vida, a veces jugándose el pellejo. Fuera la causa del SIDA y la educación en África, para las que ayudó a fundar y financió una casa hogar para 110 niños huérfanos. O la Palestina: en 2010 abordó un barco que llevaba ayuda a Gaza, fue arrestado por un comando israelí y presumido muerto por algunos días. Los temas que le preocupaban como la desigualdad, la pobreza, el analfabetismo en África, la pérdida de la fe y el estado de vigilancia, no eran meros detonadores de la imaginación creativa; eran motivos para salir al mundo y hacer algo .
Es claro que un escritor no necesita ser buena persona para ser buen escritor (ejemplos hay muchos). Y sin embargo, Mankell fue ambos. El éxito de sus libros le permitió donar recursos a la caridad: el mencionado hogar Chimoio en una de las zonas más devastadas por la guerra civil en Mozambique y una casa refugio para escritores en su natal Suecia.
Nació en Estocolmo, pero pasó su infancia en el pequeño poblado rural de Sveg. Criado por su padre, un abogado (su madre los abandonó cuando Mankell tenía un año). Vivió en París, fue marinero, se dedicó a la vida bohemia, al teatro, participó en las protestas estudiantiles del 68 en Francia y después alternó la vida y labor social entre África y Suecia. Crecer es maravillarse por las cosas, ser adulto es olvidar lentamente lo que te maravillaba . Tuvo cuatro esposas y cuatro hijos. Su último matrimonio, desde 1998 con Eva Bergman (hija del cineasta sueco), fue el más estable.
Entre sus libros hay novelas históricas, femeninas, policíacas, políticas e infantiles. Su trilogía africana juvenil (publicada por Siruela y DeBolsillo) tiene como protagonista a una niña que perdió las piernas por una mina. Escribió mucho (tres libros por año) y como casi todos los autores prolíficos, su calidad era dispareja; pero su motor siempre estuvo en los temas que le importaban. Trabajo mejor cuando la imaginación es tan valiosa como la realidad .
Más que el rey del policíaco escandinavo, como muchas veces fue etiquetado, es prácticamente su padre moderno. Reconocía, como los expertos, que la novela criminal sueca tiene su origen seminal en la obra de Sjöwall y Wahlöö, y su inspector Beck. Pero fue el furor mundial que tuvo la serie de Wallander lo que abrió la puerta a una generación de autores escandinavos.
La serie de Wallander empezó a publicarse en Suecia en 1991, y una década más tarde, después del éxito de La Leona Blanca que abordaba una conspiración contra Nelson Mandela, empezó a traducirse al inglés y español. Mankell no fue el primero ni el mejor de los autores negros escandinavos, pero destapó el apetito insaciable de los lectores internacionales para la llegada a las librerías de Nesbø, Persson, Kanger, Lapidus, Läckberg, Dahl, Nesser, Edwardson, Marklund, Holt, Fossum, Adler-Olsen y el mismo Larsson, que vendería más que los demás.
Desde Asesinos sin rostro hasta El hombre inquieto, Kurt Wallander redefinió al detective policíaco contemporáneo. Partió del estereotipo del policía alcohólico, divorciado, impulsivo, al borde de la autodestrucción, incapaz de callar las voces de sus víctimas; del que tomó algunos elementos, para refrescarlos con un policía eficaz, solitario, preocupado por su familia con la que nunca está, cuidando de un padre demente al que teme parecerse un día. Un tipo melancólico, rebasado por la realidad por momentos, pero capaz de navegar entre la burocracia y la corrupción. Tan efectivo en lo público como miserable en lo privado.
Como recupera el espléndido obituario de Andrew Brown en The Guardian: Mankell suscribió sin reservas la estética progre del policíaco sueco: Los ricos son moralmente repulsivos. El cristianismo es malvado. Sólo es confiable la decencia del hombre común. Detrás de la respetabilidad se oculta algo podrido. El hombre encuentra su apoyo en la camaradería laboral más que en lo privado, donde la sexualidad es un trance insatisfactorio y frustrante.
Sobre las historias de Wallander se elaboraron dos series de TV, una sueca y una inglesa. Esta última protagonizada por Kenneth Branagh. Su factura es perfectamente aceptable, pero el Wallander que habita en mi mente desde esa obra maestra que es Asesinos sin rostro, no tiene el rostro del inglés. Ni la televisión es capaz de recuperar la atmósfera, ritmo, melancolía y frío que se respira en la novela. A Mankell como a todos los buenos autores, hay que leerlos. Sirva esta pequeña lista como muestra, recomendación y propuesta: Asesinos sin rostro, La pirámide, El chino y la conmovedora Zapatos italianos.
Twitter @rgarciamainou