Los elementos intangibles de la conectividad

Uno de los grandes logros de las políticas públicas de telecomunicaciones durante la pasada década es la formulación y puesta en marcha de planes de conectividad en la gran mayoría de los países de América Latina. Esta evolución del rol gubernamental en la expansión de las tecnologías de la información y comunicaciones (TIC) no ocurre en un vacío.

Entre los motivos que sustentan el cambio gubernamental se pueden mencionar los bajos niveles de satisfacción general con el uso de los fondos de servicio universal establecidos en su mayoría durante los procesos de privatización y/o liberalización del sector de telecomunicaciones en los diversos mercados de la región.

Obstáculos como lentitud en la asignación de fondos, impugnaciones en la adjudicación de contratos o la impresión de que los fondos no estaban siendo utilizados para promover las TIC han servido de catalítico para complementar sus fondos de desarrollo de telecomunicaciones con intervención gubernamental directa en localidades rurales, de baja densidad poblacional o limitado poder adquisitivo. Los resultados de estas iniciativas han sido diversos, con gratas sorpresas no mediáticas -como Paraguay- que por un par de años se convirtió en el país latinoamericano que más invertía per cápita en telecomunicaciones. O la transformación ocurrida con un ?e-México que durante casi una década aportó de forma muy limitada a la conectividad del país y con un cambio de mando acertado evoluciona hacia México Conectado, con resultados verificables para cualquier interesado.

Sin embargo, cada vez que se habla de un plan de conectividad, casi siempre el foco de los medios de comunicación es en los fierros. Contabilizar lo más posible en cantidad de kilómetros de fibra óptica, número de telepuertos o cantidad de radiobases que serán desplegadas en los próximos meses. Lo único que interesa son los elementos tangibles de la nueva estrategia nacional de promoción de las TIC.

Hay que romper con este pensamiento. Para que un plan de conectividad sea exitoso no puede ser medido sólo en términos de cuánta infraestructura se ha desplegado en un tiempo predeterminado de meses. Esto significaría que una vez que la fibra óptica prometida, la cobertura inalámbrica anunciada y el número de computadores para escuelas públicas se hayan alcanzado, el gobierno ha concluido su labor.

Es imperativo que los gobiernos entiendan que un plan de conectividad no se define simplemente con cobertura. Son los elementos intangibles los que definen el éxito o fracaso de las iniciativas de conectividad de los gobiernos. Por ejemplo, se puede armar un circo cada vez que se entregan computadoras en una escuela pública, pero si estos aparatos no cuentan con software educativo que sirva de apoyo a los maestros, la contribución de estos dispositivos en el proceso de aprendizaje de los niños es nulo. Diversos análisis de fuentes como el Banco Interamericano de Desarrollo, el Banco Mundial, la Conferencia de Desarrollo Económico para Australasia, la Universidad de Monash y el Quarterly Journal of Economics dicen lo mismo: la computadora sin contenido educativo empeora los resultados de los estudiantes y esto ocurre en distintas geografías, indistintamente de si se habla de Perú o Nepal.

Contrastando con estos datos, entidades como la Comisión Económica para América Latina, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo y la UNICEF han alabado el Plan Ceibal de Uruguay por sus componentes de capacitación de maestros, reparación de unidades y contenido educativo. No es imposible implementar un plan exitoso de educación que se apoye por medios digitales.

Finalmente, los planes de conectividad deberían fomentar la disponibilidad de dispositivos de bajo costo capaces de conectarse a tecnologías como LTE. Brindar incentivos que incrementen la cantidad de teléfonos baratos aceleraría su masificación en los segmentos poblacionales de bajo poder adquisitivo.

*José F. Otero es director de 4G Americas para América Latina y el Caribe.