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Wagner: ?el bicentenario
Richard Wagner (1813-1883) aún habita el territorio de las polémicas, algo inobjetable es su arte magnífico, uno de los más grandes compositores de todos los tiempos, un creador de la belleza sublime.
Richard Wagner (1813-1883) aún habita el territorio de las polémicas. Algo inobjetable es su arte magnífico, uno de los más grandes compositores de todos los tiempos, un creador de la belleza sublime.
La contraparte está dada por circunstancias que lo tocan de diferentes maneras. Una de ellas es la participación incómoda de su nuera, la inglesa-alemana Winifred, casada con Sigfried, y con el cual tuvo cuatro hijos. El cineasta Hans Jürgen Syberberg (1935) filmó en cinco días Las confesiones de Winifred Wagner (1975), que a lo largo de cinco horas registra los pormenores de una vida. La película se pudo ver en México hace más de tres décadas en un ciclo dedicado al realizador.
Una parte interesante de ese acto cultural fue la publicación de un libro-catálogo editado por el Instituto Goethe, el Cine Club del INBA y UAM-Iztapalapa, donde se leen comentarios de Syberberg:
Aquí -se refiere al documental antes mencionado-también oímos hablar de los huéspedes y de los amigos de la familia Wagner, desde Ludwig II, rey de Baviera, hasta Adolfo Hitler, incluidos Nietzsche, Gobineau, Chamberlain, espíritus europeos del siglo. Emancipada, Winifred, pero de un modo que nadie desea reconocer hoy, era en muchos sentidos más masculina que todos los hombres de la casa en su decisión a favor del nuevo imperio de su amigo, Hitler. Pero también hay un toque conciliatorio en la cinta, y que al mismo tiempo nos previene de nuestra arrogancia respecto a un tiempo pasado y de la complacencia con el presente: Es fácil no ser nazi si no hay ningún Hitler.
Sólo para que se aclaren estas palabras, valga una anécdota personal, Galdino Gómez, el encargado de la Cinemateca del Museo de Antropología, consiguió hace algunos años proyectar El triunfo de la voluntad (1934) de Leni Riefenstahl. Documento extraordinario sobre el primer año de Hitler en el poder. Compañero de butaca fue el entonces director del Instituto Alemán, Jochun Bloss, el hombre lloraba ante las imágenes que mostraba el filme, multitudes que clamaban en pro del Führer. ¿Cómo un pueblo podía exaltarse ante un personaje así? El tiempo otorga la perspectiva, lo demás es parte inherente de la manipulación a las masas. En fin, que ésas son otras historias. Fue el propio Syberberg quien hizo Hitler: Un filme de Alemania (1977), donde describe, con brevedad, las aficiones musicales del canciller germano; mientras que en 1982 haría Parsifal, una puesta escénica de la ópera de Wagner.
Winifred, a lo largo de las muchas horas grabadas, aún se emocionaba por el periodo en el que dirigió el Festival de Bayreuth, templo del culto wagneriano y donde cada año se representan algunas de las óperas del autor de Lohengrin. La mujer evocaba las visitas de Hitler a ese célebre lugar, nunca quiso contrastar su amistad con el líder nazi. Ella se sentía honrada con las atenciones de tan ruin personaje. Aceptaba sus responsabilidades, que le pusieron en riesgo una vez terminada la guerra. Vista la película, su hijo Wolfgang le negó la participación en los festivales subsecuentes, ella había sido la anfitriona y directora de 1933 a 1939. Lo cierto es que cultivaba un amor profundo y sin tregua por la obra de su suegro, Richard y por Hitler. Se cuenta que Winifred llevó el papel sobre el que se escribió Mi lucha, pero el dato, hasta ahora, nunca fue confirmado.
El historiador mexicano Demetrio Zavala escribió un libro ejemplar: Repetición o mediación: Sobre el antisemitismo de Richard Wagner (Conaculta-INAH, 2004), ahí aparece esta afirmación: El atisemitismo de Wagner es un producto complejo, forjado en ciertas actualizaciones de las diversas tradiciones del antisemitismo europeo, de las circunstancias sociales y políticas que atravesaban los estados germanos, de sus propias circunstancias biográficas .
Tan es así que directores orquestales de la talla del argentino-judío Daniel Barenboim, un hombre de una enorme altura espiritual, han dirigido óperas wagnerianas; él considera que la música va más allá de la tontería de muchas opiniones enrarecidas, que se deben a las deformaciones ideológicas de otro momento de la historia. Otros maestros del podio, como son Pierre Boulez y Zubin Mehta, han optado por entregarse a las soberbias partituras de Richard Wagner. En México, Sergio Vela ha acertado al convertirse en uno de los divulgadores más serios y especializados, sobre todo en la tetralogía El anillo de los nibelungos.
El sábado 2 de marzo se escenificó en Nueva York esa obra mayor que es Parsifal, con cantantes como Jonas Hoffmann, René Pape, Peter Mattei y Katarina Dalayman, en una puesta soberbia del galo Francois Girard.
Sería imposible concluir sin las palabras de Thomas Mann, que aparecen en Richard Wagner y la música (Plaza y Janés, 1986): Su genio es una monumental síntesis de las artes que sólo como conjunto, o sea, precisamente, síntesis, responde al concepto de la obra auténtica y legítima. Sus componentes, incluso la misma música considerada en sí misma y no como medio para el fin común, tienen un componente agreste y heterodoxo que no pierden sino cuando son contemplados en conjunto formando un todo más sublime. Desde luego, la polémica seguirá como una piel que envuelve a un creador exquisito y sin paralelos.