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Finanzas Personales

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“Nuestras (generalmente fallidas) resoluciones de Año Nuevo”

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Raúl Martínez Solares | Economía conductual

Raúl Martínez Solares

“Lo que tienes que hacer y la manera de hacerlo son increíblemente simples. Que estés dispuesto a hacerlo es otra cuestión.” Peter Drucker.

Cada inicio de año, para muchas personas, se repite un ritual que proviene de una mezcla de esperanza y optimismo y, al mismo tiempo, implica una frustración ante el potencial incumplimiento. Las personas formulan y se comprometen con mayor o menor convicción a cumplir propósitos que, lo mismo tratan de mejorar la salud física, ordenar las finanzas personales, acabar con hábitos negativos (como fumar o el consumo poco responsable) o adoptar rutinas más beneficiosas.

Pero la evidencia acumulada de miles de investigaciones en las ciencias del comportamiento muestra que una proporción significativa de estas resoluciones se abandona en un periodo breve. Y esta tendencia no necesariamente responde a una falta de carácter individual, sino a patrones regulares y sistemáticos en la forma en que las personas fijan metas y se enfrentan al cambio de conducta.

Una de las explicaciones más documentadas de por qué se crea este patrón de resoluciones es el llamado “efecto de nuevo comienzo”. Fechas simbólicas, como el inicio del año, actúan como marcas temporales que permiten a las personas separar mentalmente su “pasado” de un “futuro deseado”, más disciplinado y acorde con sus aspiraciones.

Este efecto nos ayuda a la reflexión y eleva nuestra disposición a plantearnos objetivos ambiciosos. Sin embargo, la investigación también muestra que esta ventaja psicológica es transitoria. El calendario puede despertar la intención de cambio, pero esto no es suficiente; por eso, algunas personas perseveran, mientras que otras abandonan rápidamente sus propósitos.

Un primer factor es la forma en que se formulan las metas. Los propósitos orientados a conductas positivas tienen mayores probabilidades de éxito que los planteados para suprimir hábitos negativos.

Es más factible que cumplamos el propósito de ahorrar una cantidad específica cada mes que el propósito de “no gastar de más. Las metas de acción reducen la ambigüedad y ofrecen objetivos más claros y puntuales, útiles para la toma de decisiones cotidianas, mientras que las metas de “evitar”, exigen un esfuerzo constante de autocontrol que típicamente se deteriora con el paso del tiempo.

Los criterios específicos también predicen una mayor probabilidad de cumplimiento. Los propósitos vagos suelen fracasar porque no llevan la intención a decisiones operativas puntuales. Decir “quiero mejorar mis finanzas” o “quiero tener un mejor manejo del dinero” deja abiertas demasiadas interpretaciones y posterga la acción. En contraste, las metas específicas y medibles facilitan la planificación y reducen la necesidad de renegociar cada día con nuestros impulsos.

También importa la preparación previa. Las personas que anticipan los obstáculos más probables —gastos imprevistos, falta de tiempo, cansancio o tentaciones de corto plazo— y diseñan estrategias para enfrentarlos muestran una mayor persistencia en sus propósitos. Esto no implica eliminar los riesgos, sino reducir la fricción asociada a la actuación correcta. No es que ignoremos las dificultades, sino que las subestimamos cuando el optimismo de inicio de año nos domina.

Otro elemento potencialmente favorable es el papel del entorno social. Compartir nuestras metas con otras personas; recibir retroalimentación (o control) de otras personas o contar con mecanismos de seguimiento incrementa el compromiso. Estos arreglos funcionan como dispositivos de rendición de cuentas que ayudan a alinear las intenciones a largo plazo con las decisiones inmediatas. Operan como una forma informal de contrato, donde el costo reputacional frente a otros de abandonar la meta refuerza la persistencia.

Finalmente, la evidencia señala que los propósitos exitosos suelen apoyarse en la formación gradual de hábitos. Los cambios sostenidos rara vez dependen de episodios excepcionales de fuerza de voluntad; se construyen a partir de pequeñas acciones repetidas de manera consistente. Las resoluciones que se integran a rutinas preexistentes tienen mayores probabilidades de mantenerse, precisamente porque dejan de depender de la motivación consciente.

El fracaso en el cumplimiento de nuestras resoluciones no es inevitable ni su cumplimiento es completamente aleatorio. Es resultado de cómo se diseñan las metas.

Desde una perspectiva de economía conductual, cumplir los propósitos de Año Nuevo no es un acto de disciplina heroica, sino un problema de diseño. Y como ocurre con muchas decisiones económicas, desde el ahorro para el retiro hasta el manejo del endeudamiento, el resultado depende menos de la intención declarada que de la estructura que rodea la decisión.

Es un error plantear los propósitos como declaraciones de buena voluntad y no como decisiones concretas, sujetas a incentivos y efectos reales. Cambiar esa lógica no garantiza el éxito, pero sí aumenta sustancialmente la probabilidad de que el entusiasmo de enero no se diluya, una vez más, antes de que termine el primer trimestre del año.

Raúl Martínez Solares

El autor es politólogo, mercadólogo, financiero, especialista en economía conductual y profesor de la Facultad de Economía de la UNAM. CEO de Fibra Educa y Presidente del Consejo para el Fomento del Ahorro Educativo.

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