Lectura 4:00 min
Anarquistas en ?la tercera cuerda ?del cuadrilátero
Aunque el anarquismo es una utopía, apela a esa mínima sensatez que debe de existir en el fondo de la conciencia.
Aunque ya no sé en dónde están mis libros de P.J. Proudhon, de M. Bakunin y de P. Kropotkin, entre otros, les aseguró que los jóvenes y los señores que se han o los han infiltrado en la recientes marchas de la ciudad de México, la mayoría con el rostro cubierto y con una maleta a la espalda, no son anarquistas. Para comprobar mi hipótesis se me ocurre un ejercicio de imaginación que, al llevarlo al campo de la experiencia científica, arrojaría, no me cabe la menor duda, los mismos resultados.
Pensemos que esos 100 o 200 individuos que gustan de atacar con tubos, palos, piedras y bombas molotov a la policía, pues la pasión por la destrucción también es un goce creador (Bakunin), han o les han leído al menos Wikipedia, sección Anarquismo.
Y ahí, en esa enciclopedia que contiene más errores que el libro de texto gratuito, descubrieron que un tal Sebastian Faure escribió: Cualquiera que niegue la autoridad y luche contra ella es un anarquista . Y que, al calor de dicha sentencia, los supuestos anarquistas mexicanos acaben con cualquier tipo de dominación, ya sea estatal (con el ejército y la policía a la cabeza), empresarial (con el dinero como órgano rector), religiosa (con el pensamiento mágico como fuerza suprema), etcétera, y les quede abierta la posibilidad de crear un mundo nuevo, sin propiedad privada y anarquista, para más datos.
¿Qué sucedería entonces?
Se me ocurren tres escenarios, siguiendo lo poco que recuerdo de las teorías de Proudhon, Bakunin y Kropotkin, además de un cuarto escenario que, estoy cierto, acabaría peor que el rosario de Amozoc.
1.- Se organizarían en comunas mutualistas, libres de cualquier autoridad, en las que los derechos y obligaciones serían iguales para cada uno de sus miembros, que intercambiarían bienes y servicios según el trabajo que realizara cada cual.
2.- Se organizarían de manera natural en federaciones, en las que la fuerza de producción pertenecería a la colectividad, no así el producto de dicho trabajo que se podría vender o intercambiar en una confederación.
3.- Se organizarían en sindicatos en el caso de la clase obrera, que sería el ejemplo a seguir en los que, tanto la fuerza de producción (laboral e intelectual) como el fruto de dicho trabajo, pertenecerían a la colectividad.
Pero como estoy cierto de que si les preguntáramos a los anarcolúmpenes de nuestras calles quiénes fueron Proudhon, Bakunin y Kropotkin por seguir citando sólo a los padres del anarquismo , responderían que futbolistas rusos, pues qué otra cosa podrían ser , paso directamente al punto 4, tesis de este ejercicio periodístico.
Sucedería, pues, lo que en la novela El señor de las moscas, de William Golding, pero aún más gacho, ya que si bien en la obra los protagonistas son niños y, por lo tanto, en apariencia inocentes, tierra fértil para una sociedad libre, igualitaria y en la que no hay alguien más importante que el otro , en el caso de los supuestos anarquistas mexicanos ya se ven bastante mayorcitos y más maleados que un gato que ha perdido seis de sus siete vidas.
El señor de las moscas trata de un grupo de niños que, tras un accidente aéreo, caen en una isla desierta y sobreviven sin la ayuda de adultos. Y, aunque cada infante carga consigo o simboliza lo mejor y lo peor de la condición humana, el deseo de poder y la maldad que se necesita para ejercer ese poder acaban por someter a valores como la razón, la solidaridad, el bien común, etcétera, concluyendo, con una claridad aterradora, que el hombre, en general, no es bueno por naturaleza.
Ahora imaginemos a nuestros anarquistas en esa isla. ¿Serían mejores que los niños de Golding? ¿Se organizarían en comunas libres, en las que no existieran líderes y sus miembros trabajarían por el bien del otro? ¿Usted se iría a vivir con ellos? Entonces dejemos de llamarlos anarquistas, pues aunque el anarquismo es una utopía, apela a esa mínima sensatez que debe de existir en el fondo de la conciencia humana.
marcial@ficticia.com