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Opinión

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El pasado de la libra esterlina y el futuro del dólar

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, afirma que quiere preservar el papel internacional del dólar como moneda de reserva y de pago. De ser cierto, la historia de la libra esterlina sugiere que debería promover la estabilidad financiera, limitar el uso de aranceles y fortalecer las alianzas geopolíticas de Estados Unidos.

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TOKIO – En abril de 1925, hace 100 años este mes, Winston Churchill, en su calidad de ministro de Hacienda en Gran Bretaña, tomó la trascendental decisión de devolver la libra esterlina al patrón oro al tipo de cambio de preguerra.

Churchill entonces, al igual que el actual secretario del Tesoro estadounidense, Scott Bessent, se debatía entre dos objetivos. Por un lado, quería mantener la posición de la libra esterlina como moneda clave en torno a la cual giraba el sistema monetario internacional y preservar la posición de Londres como principal centro financiero internacional. Por otro lado, él, o al menos algunas voces influyentes de su entorno, veían las ventajas de un tipo de cambio más competitivo —léase “devaluado”— que pudiera impulsar la manufactura y las exportaciones británicas.

No se sabe con certeza por qué Churchill optó por la primera opción. El peso de la historia —la preeminencia económica británica bajo el patrón oro antes de la Primera Guerra Mundial— apuntaba a la restauración del statu quo monetario anterior. La City de Londres, es decir, el sector financiero, presionó por el retorno al tipo de cambio de preguerra frente al oro y el dólar. El oponente más elocuente, John Maynard Keynes, tuvo una mala noche cuando tuvo la oportunidad de defender sus argumentos ante el ministro de Hacienda.

Los efectos fueron prácticamente los previstos. La libra esterlina recuperó su posición como moneda internacional clave y la City, su posición como centro financiero. Ahora, sin embargo, debían competir con Nueva York y el dólar, que había cobrado importancia debido a las perturbaciones en Europa derivadas de la guerra y al establecimiento de la Reserva Federal para respaldar los mercados financieros estadounidenses.

También como se predijo, las exportaciones británicas se estancaron. A precios corrientes, fueron menores en 1928-29 que en 1924-25, cuando se tomó la decisión de estabilizar el tipo de cambio.

En este caso, claramente, una libra esterlina fuerte y los altos tipos de interés necesarios para defender su tipo de cambio no fueron de ayuda. Pero atribuir el pobre desempeño de la economía británica completamente al tipo de cambio es sacar conclusiones precipitadas.

Por un lado, las industrias exportadoras de las que Gran Bretaña dependía tradicionalmente (textiles, acero y construcción naval) se veían ahora sometidas a una intensa competencia de países industrializados posteriores con instalaciones más modernas, como Estados Unidos y Japón. La situación no era distinta a la que experimenta actualmente la industria manufacturera estadounidense procedente de China y otros mercados emergentes. Tanto entonces como ahora, no está claro que un tipo de cambio más débil hubiera supuesto una gran diferencia, dado el surgimiento de estas potencias emergentes. Los aranceles que impuso el Reino Unido en la década de 1930 tampoco revitalizaron sus antiguas industrias.

Además, Gran Bretaña tuvo dificultades para desarrollar las nuevas industrias que constituían la frontera tecnológica (ingeniería eléctrica, vehículos de motor y bienes de consumo duraderos para el hogar), incluso después de devaluar la libra en 1931. Estados Unidos y otros países adoptaron con mayor rapidez nuevas tecnologías y métodos de producción, como la cadena de montaje. La militancia sindical desalentó la inversión. Escaseaban los trabajadores con las habilidades y la ética laboral necesarias. De nuevo, estas quejas no difieren de las que se escuchan hoy de los operadores de la nueva fábrica de semiconductores de TSMC en Arizona o de las plantas de fabricación de chips de Samsung en Texas.

Y, por supuesto, no ayudó que la década de 1930 estuviera marcada por guerras comerciales y una depresión que duró una década.

A pesar de estos problemas, la posición de la libra esterlina como moneda internacional sobrevivió a la década de 1930. De hecho, la libra recuperó parte del terreno como moneda de reserva y de pago que había perdido frente al dólar en las décadas anteriores. Mientras que Gran Bretaña logró, en general, mantener la estabilidad bancaria y financiera, Estados Unidos sufrió tres crisis bancarias y financieras debilitantes. El Reino Unido mantuvo relaciones comerciales estables con la Commonwealth y el Imperio Británico bajo un sistema de preferencia imperial que anuló los efectos de aranceles que, de otro modo, serían restrictivos. Además, mantuvo buenas relaciones con socios comerciales y aliados políticos más allá de la Commonwealth y el Imperio Británico, incluyendo Escandinavia, Oriente Medio y los países bálticos, donde las autoridades monetarias continuaron vinculando las monedas de sus países a la libra esterlina.

Las lecciones para quienes buscan preservar el estatus del dólar como moneda global son claras: evitar la inestabilidad financiera, lo que en el contexto actual significa no permitir que los problemas en el ámbito de las criptomonedas se extiendan al resto del sistema bancario y financiero; limitar el recurso a los aranceles, ya que el amplio uso internacional del dólar se deriva en gran medida de las relaciones comerciales de Estados Unidos con el resto del mundo; y preservar las alianzas geopolíticas del país, ya que son los socios aliados de Estados Unidos quienes probablemente vean a Estados Unidos como un administrador confiable de sus activos extranjeros y mantengan su moneda como muestra de buena fe.

Estados Unidos, al parecer, va por el camino contrario, poniendo en riesgo su estabilidad financiera, imponiendo aranceles a diestro y siniestro y antagonizando a sus socios aliados. Lo que se logró durante un largo período podría demolerse en un abrir y cerrar de ojos, o de un plumazo. Churchill era consciente de los riesgos. Como él mismo expresó: “Construir puede ser una tarea lenta y laboriosa de años. Destruir puede ser el acto irreflexivo de un solo día”.

El autor

Barry Eichengreen, profesor de Economía y Ciencias Políticas en la Universidad de California, Berkeley, es autor, recientemente, de En defensa de la deuda pública (Oxford University Press, 2021).

Copyright: Project Syndicate, 1995 - 2025

www.project- syndicate.org

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