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Pemex no se vende porque nadie la querría comprar
Petróleos Mexicanos (Pemex), como empresa, tiene un precio muy degradado. Como instrumento político, tiene un valor cuasi religioso.
Cuando, hace algunos años, la empresa petrolera mexicana mantenía niveles de operación aceptables y surtía una parte importante de la gran demanda de los Estados Unidos, Pemex tenía uno de los más altos valores de mercado en todo el mundo. Era una empresa admirada y valiosa.
La firma petrolera mexicana permitió forjar un país que tuvo una etapa de desarrollo sostenido durante décadas, hasta que la virtud de ser un país petrolero se transformó en el karma de no saber utilizar esa riqueza de manera provechosa.
El monopolio petrolero fue capaz de enloquecer a presidentes que prometían administrar la abundancia, al tiempo que otros jugadores mundiales crecían con más visión y menos soberbia.
Si por esos tiempos se hubiera vendido la empresa petrolera, se habría cotizado en una cifra estratosférica. Siempre imposible de calcular... No por falta de actuarios, sino por la imposibilidad de pensar en vender la emblemática empresa petrolera nacional.
Hoy, las cosas cambiaron. Petróleos Mexicanos se fue ahogando en su propio éxito. Aumentó su pasivo laboral hasta niveles inviables, el gobierno mexicano le puso la bota fiscal en la cabeza y dejó de invertir y modernizarse para quedar sólo como emblema de un nacionalismo manoseado.
Si se hubiera pensado en vender Pemex al capital privado, ese tiempo ya pasó. Hoy la empresa no vale per se, sino por la labor que desempeña.
Estados Unidos ya no es dependiente del petróleo mexicano, la competencia energética llega por todos lados incluidos Venezuela, Cuba, Rusia y, por supuesto, Medio Oriente. El petróleo hoy se transporta con más facilidad.
Es como el Washington Post, este influyente diario que se acaba de vender. Antes de la vida en línea, este diario habría costado tres o cuatro veces los 250 millones de dólares por los que fue vendido.
O como el Boston Globe, que el New York Times compró en los tiempos previos a la popularización de Internet en 1,100 millones de dólares y lo vendió hace unos días en 70 millones de dólares. Porque, hoy, el medio prorratea su costo entre las opciones digitales.
Así es Pemex, una empresa financieramente enferma que extrae petróleo crudo a altos costos y que tiene que lidiar con la nueva tecnología energética del gas de esquisto, que es como Internet de banda ancha de los hidrocarburos.
Por eso es que Pemex hoy no vale por sus fierros: vale por ser una anquilosada empresa que tiene el monopolio de una actividad que se hace mal en este país.
¿Cuál es la única posibilidad de que Pemex recupere parte de ese brillo perdido y pueda resurgir de sus lodos petroleros? ¡La competencia!
Si a Petróleos Mexicanos se le otorga la libertad fiscal que ofrece el libre mercado y se le pone a competir con otras empresas energéticas, podría recuperar algo de las glorias de otros tiempos, a la par que corrige sus aberraciones financieras, como el pasivo laboral.
De lo contrario, el tótem sagrado de Pemex está condenado a minimizarse tanto que termine como una mediocre importadora de todos los energéticos que requiramos en este país en un futuro no tan lejano.
ecampos@eleconomista.com.mx