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Historia y Verdad: el ocultamiento de la luz no las desaparece
No se puede tapar el sol con un dedo. Ni la historia con una manta, aunque el fundamentalismo lo haya decidido así. Afirmo esto por que desde el año 2020 -quizá aprovechando el confuso humo pandémico que nubló toda lógica-, la magnífica Basílica de Santa Sofía en la ciudad de Estambul, se convirtió en una mezquita después de operar como museo por casi un siglo.
La historia es así: Erigida por Isidoro de Mileto en el Siglo V d.C., Santa Sofía o Hagia Sophia, supuso el triunfo de la Iglesia sobre el paganismo romano. Representante de la fe del emperador Constantino y comisionada por uno de sus sucesores, Justiniano, la iglesia fue reconocida como el centro mismo de la razón, empezando por el nombre de Sophia, del griego sabiduría y del latín sapiencia.
La basílica, que constituyó el poder religioso del cristianismo ortodoxo por más de ochocientos años -excluyendo los cortos periodos de la iconoclastia, la ocupación latina (1204-1261) cuando el edificio funcionó como Iglesia católica, el ascenso del Vaticano y la toma de Constantinopla por los turcos en 1453 que la convirtió al Islam por primera vez-, Santa Sofía implicó una proeza ingenieril con su cúpula de 33 metros de diámetro dispuesta a una altura de 55.6 metros que la dotan de una atmósfera diáfana y le conceden la amplitud que la distingue de ejercicios constructivos posteriores, incluida la Basílica de San Pedro de Roma, cuya última versión data del siglo XVI e involucró a los grandes maestros del Renacimiento Miguel Ángel Bounarotti y Donato Bramante.
Además del impacto de sus dimensiones y de la sensación de profundidad que brinda a sus visitantes, gracias a la colocación de las columnas provenientes del templo de Artemisa en Éfeso en los laterales del edificio, Santa Sofía ostenta parte de las más representativas obras de mosaico bizantino, vestigio único de la comunicación religiosa de los primeros cristianos.
De colores brillantes como el azul, el rojo, el blanco, tonos verdes y grandes fondos dorados, y teniendo como protagonistas a los arcángeles Miguel y Gabriel, a los emperadores Constantino, Justiniano, Miguel y a las emperatrices Irene y Zoé en un cercano diálogo con la Virgen, el niño y el Cristo Pantocrátor, las teselas refulgentes recrean la visión mística de los inicios del culto gracias al estatismo de los personajes que, sin la sofisticación y la perspectiva que caracterizan a las creaciones renacentistas, hablan del valor del ícono que integra la presencia divina en sí mismo.
Hoy los relatos brillantes de los mosaicos lucen recubiertos. Pareciera que su presencia ofende, molesta, y más aún, amenaza. No puedo imaginar que hubiera pensado el reformador Mustafá Kemal Atatürk en su afán por recrear en el laicismo a la Turquía sobreviviente del Imperio Otomano y ubicar a Santa Sofía, que había funcionado como mezquita desde 1453 a 1931, como una parte vital de la historia turca y de la humanidad, convirtiéndola en un museo y aceptando con este gesto, su origen e importancia dentro de la narrativa del cristianismo. No se necesita ser un estadista para comprender la imposibilidad de velar la historia.
La sabiduría cubierta en el templo consagrado a la conciencia, nos habla de los fundamentalismos, pero sobre todo del odio que éstos destilan. El cortinaje que cubre los mosaicos del Cristo juez puede equiparase a la venda en los ojos que implicaría una reforma educativa que limitara o editara la historia a favor de un discurso, o la negación de la cruda realidad que se vive con los más de 100,000 desaparecidos que llora México. El grueso manto que oculta a la virgen me recuerda a las madres de víctimas acalladas, a las que al igual que la progenitora de Cristo, penan a sus hijos e hijas en la más completa desatención.
Los fundamentalismos involucran odio, desviación, también la falta de empatía y, por tanto, la discriminación. Temo decir que el populismo entraña problemáticas similares y finales igual de dramáticos.
Cubrir un mosaico y negar su lugar en la historia es el primer paso al desconocimiento de “lo otro”. Lo que sigue es la colocación de una venda en los ojos y luego otra más en el pensamiento. Hay que tener cuidado: esto le puede suceder a cualquiera.

