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Apocalipsis tricolor

El agrietamiento que el Partido Revolucionario Institucional está experimentando, a nadie debiese extrañarle. Nunca ha sido fácil la navegación en aguas turbulentas, y menos aún cuando se carece de herramientas propias del poder, para paliar esas tempestades y hacer de un partido político un lugar de armónica convivencia. La orfandad política es una condición que muchos no han sabido sortear desde que, en un partido como el PRI se perdieron los pilares donde podían encontrar soporte tantos y tantos que por décadas se mimetizaron con el poder mismo. Por ello, ahora en una suerte de descontrol generalizado, las salidas anunciadas y las renuncias masivas a la militancia de aquel instituto político, son una fórmula eficiente para lavarse el rostro del terco lodo que ha salpicado a varios, por estar en un partido de absoluta conducción lineal y perdido en un laberinto donde lo único que se busca es la supervivencia de la clase política que compone esa cúpula que hoy controla el Comité Ejecutivo Nacional.
Sin embargo la crisis es mucho más profunda que un simple desacuerdo por el control de los destinos y fondos radicados en el partido político. El PRI, se ha empeñado en transitar en una carrera embravecida por desprestigiarse mediante prácticas notoriamente antidemocráticas. La captación paulatina de los órganos de mando y deliberación ha sido un cometido notorio desde que arrancó en el mando la actual dirigencia; las decisiones hoy sencillamente pasan en su totalidad por la voluntad y beneplácito del Presidente del Comité Ejecutivo. Si a lo anterior le sumamos que, al rechazo colectivo que le ha llevado a perder toda elección, se tiene una figura de mando con problemas públicos y penosamente conocidos, la fórmula para el fracaso es infalible.
Sin embargo, hay que reconocer que este capítulo de vida partidista se inscribe en un escenario generalizado que hoy pesa sobre los partidos políticos. Pero cuando la crisis interna se acentúa, cuando las dirigencias se cuestionan y cuando las urnas dan bofetadas de realidad, no hay más que reconocer que el PRI está severamente fracturado.
Lo lamentable es que, en un esquema de democracia funcional, es deseable una vida de partidos sana y vigorosa. Esto, a su vez propicia la deliberación y el equilibrio que tanto requieren las instancias de mando y gobierno; un país que no cuestiona el actuar público, se vuelve cómplice silente de cualquier exceso o fechoría. Pero por igual, cuando los interlocutores que plantearían la inconformidad social desde los escaños de representación o los foros de un partido sencillamente se encuentran plagados de desprestigio, es casi imposible que cualquier tema se discuta con profundidad y solvencia.
Estamos ante un desmoronamiento anunciado que deja muy mal parada a la también complicada alianza opositora. Sería un muy buen momento para que tal oposición haga un alto en el camino y razone con objetividad quién suma, quién resta… y quién ya apesta.
Twitter: @gdeloya

