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15 de septiembre: Dulces mexicanos que cuentan historias; tradición y sabores que perduran

Los dulces típicos de México son cápsulas de memoria colectiva. De las alegrías prehispánicas a la cajeta del Bajío, cada bocado guarda siglos de historia y sabor.
Los dulces mexicanos no son simples golosinas: son cápsulas de historia, identidad y creatividad popular. Cada alegría, cada cajeta, cada alfeñique tiene detrás siglos de mestizaje, de ingenio culinario y de fiestas comunitarias. En ellos se cruzan los saberes prehispánicos —basados en miel de maguey, frutas, semillas y maíz— con los ingredientes y técnicas que llegaron durante la Colonia, como el azúcar, la leche y el trigo.
El azúcar como punto de quiebre
Antes del siglo XVI, los pueblos originarios endulzaban sus preparaciones con miel de maguey, abejas nativas, frutas y piloncillo. El arribo de la caña de azúcar, cultivada en ingenios novohispanos, transformó radicalmente el panorama. Los conventos se convirtieron en centros de experimentación donde monjas mezclaban frutas locales con azúcar refinada, creando dulces como los camotes poblanos, las cocadas o las tortitas de Santa Clara. Estas recetas trascendieron los muros conventuales para integrarse a la vida cotidiana y a las celebraciones religiosas.
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Dulces mexicanos que cuentan historias
- Alegrías: de origen prehispánico, elaboradas con amaranto inflado y miel, eran ofrendas sagradas para los dioses. Hoy, en ferias y tianguis, se venden en rectángulos que concentran energía y tradición.

Los dulces típicos de México son cápsulas de memoria colectiva. De las alegrías prehispánicas a la cajeta del Bajío, cada bocado guarda siglos de historia y sabor.
- Jamoncillo: conocido también como dulce de leche, se elabora con leche, azúcar y nueces o piñones. Su textura suave y su dulzura lo convierten en un clásico del norte de México.
- Camotes poblanos: símbolo de Puebla, nacieron en los conventos coloniales. Su base de camote se combina con azúcar y esencias de frutas como piña o fresa. Envueltos en papel brillante, son recuerdo obligado para visitantes.
- Obleas con cajeta: de Celaya, Guanajuato, unen dos obleas de harina rellenas de cajeta de leche de cabra. Este dulce representa el ingenio de transformar lo sencillo en un ícono nacional.
- Cocadas: populares en zonas costeras, combinan coco rallado con azúcar y leche. Su sabor evoca el trópico y se ofrece en ferias religiosas y mercados locales.
- Alfeñiques: más que un dulce, son piezas de arte popular hechas con azúcar, claras y limón. Alcanzan su máximo esplendor en las ferias de Día de Muertos en Toluca, donde representan cráneos, animales y figuras coloridas.
- Nicuatole: originario de Oaxaca, mantiene viva la herencia prehispánica. Este postre de maíz molido cuajado con piloncillo es una muestra del papel central del maíz en la dieta mexicana.
- Palanquetas y muéganos: elaborados con cacahuate, semillas o trigo inflado unidos con caramelo, se vendían en ferias como golosina compartida entre niños y adultos.

Dulces mexicanos que cuentan historias: tradición y sabores que perduran
Dulces y festividades
La relación de los dulces con las celebraciones es inseparable. El alfeñique pertenece al Día de Muertos; el jamoncillo y las cocadas a las ferias patronales; la cajeta a los regalos de viaje. Más allá de lo culinario, cada dulce es parte de un ritual colectivo: se compra, se comparte y se regala como muestra de afecto.
Hoy, la industria artesanal de dulces mexicanos enfrenta retos: la competencia con productos industrializados, la pérdida de técnicas tradicionales y el cambio en los hábitos de consumo. Sin embargo, muchos productores han apostado por innovar: obleas rellenas de chocolate amargo, alegrías con frutos secos o cocadas gourmet han encontrado lugar en mercados incluso internacionales.



