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Fórmula magistral

Una botica. Todavía quedan algunas en la Ciudad de México, de ésas en las que el ambiente es químico, cuadrado y formal; un lugar en el que los farmacéuticos tienen todavía un aire de dignidad que no tiene el mero dependiente de hoy.

Un escritor puede vivir toda su vida de sus recuerdos de infancia y también de los recuerdos de sus padres. Pensaba eso cuando vi las fotos del Archivo Gustavo Casasola de esta semana. Boticas, ambulancias carcacha, consultorios que parecen calabozos medievales.

Una botica. Todavía quedan algunas en la Ciudad de México, de ésas en las que el ambiente es químico, cuadrado y formal; un lugar en el que los farmacéuticos tienen todavía un aire de dignidad que no tiene el mero dependiente de hoy.

Una de ellas es la Farmacia Gom. Mi padre, allá a finales de los 50, la visitaba mucho; estaba y sigue estando en la calle de Motolinía, en el Centro. Mi papá, niño de unos 12 años, llevaba la receta de su abuelita a la Gom y se iba a dar una vuelta por el barrio, en lo que le preparaban lo que los médicos llaman fórmula magistral.

La curiosidad de mi padre era siempre por qué se tenía que esperar 40 minutos para que le entregaran un frasquito del tamaño de su mano de gotitas para los ojos. Cuando se enteró de la razón se fue de espaldas: en la botica hacían la medicina al momento. Entiendo el asombro: como mi padre, también pertenezco a la era de la medicina industrial.

La Farmacia París también sigue todavía la tradición de la fórmula magistral. Como la Gom, la París es como un amuleto en el corazón de la ciudad. Son instituciones que han soportado el polvo del tiempo y han curado la salud de miles de chilangos durante un siglo.

concepcion.moreno@eleconomista.mx

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