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Opinión

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Cien días de terror

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Lucía Melgar

Hoy, pretendiendo opacar a sus predecesores, el presidente de Estados Unidos celebrará sus primeros 100 días como un gran triunfo. Triunfo, relativo aún, para la autocracia; amenaza brutal a la democracia. En 100 días,Trump, en efecto, ha provocado caos, en el mundo y en su país. Un caos más visible en la guerra de aranceles, que afecta, de hecho, todos los ámbitos de la vida, en particular la vida de la República y el estado de derecho. Quienes se preocupan por la democracia y la garantía de los derechos humanos ven ya claros signos de la construcción de un Estado dictatorial, asentado en el desprecio de la ley y la imposición de una sola voluntad mediante el terror.

No son escasos los críticos, entre ellos especialistas en regímenes autoritarios y fascismo, que ven en Trump un aspirante a Rey o Dictador – con mayúscula acorde con su egolatría. Su recurso a la mentira y al discurso de odio, sus ataques contra las instituciones, en particular las universidades, los grandes bufetes legales y todo medio crítico o independiente; la destrucción de las instancias gubernamentales autónomas, minándolas o cortándoles fondos, forman parte del manual del tirano que busca concentrar el poder. También forma parte de este manual desprestigiar y debilitar a los otros poderes, en particular en este caso, al poder judicial, cuyas órdenes ha desacatado el gobierno so pretexto de estar “salvando” al país de “enemigos” , “terroristas” o “criminales”, para justificar las deportaciones ilegales. Así, deportación a deportación, apelando a una ley “contra Enemigos extranjeros (en tiempos de guerra) de 1798, se va derruyendo el poder de la legalidad.

Construir un chivo expiatorio, un “enemigo”, para todos los males nacionales es un socorrido artilugio de los gobiernos autoritarios para imponerse. Trump lo usó desde su primera campaña, configurando a los migrantes mexicanos bajo calificativos estigmatizantes, conforme a una tendencia antimexicana que, desde el siglo XIX, los pintaba como “greasers”, vagos y ladrones. Aunque esta retórica del odio se mantiene, ha resurgido el discurso incendiario post 9/11, que tachaba a quien pareciera musulmán, árabe u “oriental” (así la ignorancia) de “terrorista”, figura que despierta miedo y se usó entonces para justificar Guantánamo y sus torturas inhumanas. Para justificar hoy la deportación, sin pruebas ni juicio previo, a las cárceles infames de El Salvador a personas indocumentadas o a cualquiera señalada por las autoridades de migración, basta con declararlas “terroristas” o miembros de una pandilla también considerada tal, como Tren de Aragua o la MS-13.

Permeadas por el discurso del “orden” o de la “seguridad”, o simplemente partidarias de Trump en ese tema, muchas personas creen todavía, como argumentan varias voceras oficiales y la propia fiscal general, que estas medidas extraordinarias son necesarias contra personas extremadamente peligrosas. La realidad, como advierten abogados y especialistas como Timothy Snyder, es que el recurso al estado de excepción contra unos – cualquiera que sea su condición- mina la legalidad y amenaza a todos. Sin debido proceso incluso los ciudadanos/as están en riesgo.

¿Qué clase de protección tiene cualquier persona en un país donde se desaparece a un migrante indocumentado venezolano que cruzó por error el puente a Canadá y quiso volver? Ricardo Prada Vázquez, detenido en marzo, sigue desaparecido. Después de un reportaje del New York Times, una vocera dijo que lo deportaron a El Salvador. No aparece en las listas. Ahora lo acusan de pertenecer al Tren de Aragua. Sin pruebas. También han sido encarceladas y deportadas turistas que no habían violado la ley de migración. Kilmar Abrego García, residente legal, deportado “por error”, cuyo regreso ordenaron una juez y la Corte, sigue preso en El Salvador. Niñas y niños ciudadanos han sido deportados junto con sus madres indocumentadas. Como si no existiera un derecho humanitario.

El 1 de mayo habrá nuevas protestas en EU. Ojalá la movilización ciudadana logre despertar al Congreso, sacudir a la Corte y frenar al tirano.

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Lucía Melgar

Es profesora de literatura y género y crítica cultural. Doctora en literatura hispanoamericana por la Universidad de Chicago (1996), con maestría en historia por la misma Universidad (1988) y licenciatura en ciencias sociales (ITAM, 1986).

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