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Opinión

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México gordo

Hay dos factores cruciales para detener la obesidad en los niños: no vender comida chatarra en las escuelas y promover la hidratación con agua.

Partamos de la premisa de que en la lucha contra la obesidad infantil el gobierno no es el único responsable. Sonará absurdo para algunos pero, en varias ocasiones que he tratado el tema en este espacio, por ahí ha ido la mayoría de los comentarios.

Algunos lectores han expresado la preocupación de responsabilizar única y exclusivamente a nuestras autoridades por la epidemia que ha cuadruplicado el número de mexicanos con obesidad de 1980 a la fecha. En efecto: nadie obliga en el sentido más literal a las personas a comer ciertos productos o a tener cierto tipo de dieta. Cada quien decide y cada uno es el principal responsable de cuidar su salud.

Sin embargo, lo que es cierto es que como sociedad tenemos una responsabilidad compartida por cuidar a nuestros sectores más vulnerables, ésos que no tienen la capacidad de decidir libremente o con todos los elementos necesarios como para tomar una buena decisión.

Ése es el caso de los niños, y en ese contexto debemos enmarcar nuestros debates sobre cuál es la estrategia a seguir para combatir de una menera efectiva el problema de la obesidad infantil… sí, ésa que tiene a casi 5 millones de niños de entre cinco y once años sumidos en la enfermedad.

En efecto, para superar el problema de la obesidad infantil le tenemos que entrar todos: autoridades, padres y madres de familia, empresas, medios de comunicación y otros actores relevantes.

Y para responder también a una crítica frecuente, cabe decir que tampoco basta con sacar la comida llamada chatarra de las escuelas. Sin embargo, decir que no basta no significa que debamos dejar que este tipo de comida se venda en las escuelas del país, mientras todos los demás factores se reacomodan para tener un escenario perfecto. No. Decenas de estudios científicos han comprobado que hay dos factores que son cruciales para detener la epidemia de obesidad en los menores.

Tomemos un solo ejemplo: un artículo de la revista especializada The New England Journal of Medicine demostró una caída significativa en la obesidad, así como en la predisposición a la diabetes, con la sola promoción de dos normas básicas: la primera, no vender comida chatarra en las escuelas y promover la actividad física en los niños; la segunda de las medidas fue promover la hidratación con agua.

Los resultados son contundentes: mientras que al inicio del estudio casi 50% de los estudiantes presentaba sobrepeso y obesidad, 16% presentaba altos niveles de glucosa en sangre en ayunas y 7% presentaba resistencia a la insulina en ayunas, al término del mismo, el sobrepeso entre los niños sujetos de estudio había disminuido 21% y los indicadores de riesgo para diabetes (como los altos niveles de glucosa y la resistencia a la insulina) habían disminuido también.

¿Qué nos detiene para hacer lo que como Estado debemos hacer para detener esta epidemia? ¿Por qué negociamos las verdades científicas?

¿Cómo es que podemos leer noticias que aseguran que, por ejemplo, en el Distrito federal tres de cada cuatro camas de hospital están ocupadas por alguien con sobrepeso o cuya condición es agravada por el sobrepeso y seguimos dándole vueltas al asunto?

Todos vamos en el mismo carrito: México. Todos vamos a terminar pagando los costos de esta epidemia pero tenemos la posibilidad real de comenzar a hacerle frente. Ésta sí, sin duda, es una batalla que podemos ganar. Ganémosla.

afvega@eleconomista.com.mx

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