Lectura 4:00 min
La vida nocturna también es cultura
Hubo una época en que la noche estuvo dominada por un bar gay, fantástico y único, que en un pequeño local de la Zona Rosa recibía a la crema y nata de la vanguardia chilanga.

Cuesta creerlo, pero hubo una época en que la vida nocturna del DF era aventurera, algo más que antros fresas, antros clasemedieros y antros-antros, más bien tugurios. Y no me refiero a la época de oro del cabaret y de la rumba, aquellos años de Juan Orol, sino de una época más bien cercana y que muchos tenemos por recatada: los ochenta del siglo pasado.
Hubo una época en que la noche estuvo dominada por un bar, un fantástico y único bar gay que en un pequeño local de la Zona Rosa recibía a la crema y nata de la vanguardia chilanga. Ese bar tenía nombre numérico: El Nueve.
Guillermo Osorno fue uno de los muchos jóvenes que, entre curiosos y pachangueros, descubrieron la vida nocturna en ese local. Sin ser un habitué, a Osorno se le quedaron grabadas sus idas a El Nueve, donde no sólo se bebía y se ligaba, también se veían películas prohibidas (como Yo te saludo, María, de Jean-Luc Godard, de 1984, vetada por Gobernación y la Iglesia católica), se ponían perfomances guarros, irreverentes, se experimentaba con drogas y con artes eróticas: la vida nocturna como un asunto cultural. El desmadre como obra de arte.
Ahí Osorno escuchó por primera vez a Nina Hagen y vio, de reojo, a Monsiváis, Manuel Puig, Alaska y Mar Castro, La Chiquitibum.
En El Nueve debutaron Maldita Vecindad, Café Tacuba, Illy Bleeding y el grupo Size. En algún momento ese bar gay se convirtió en nuestro CBGB, un laboratorio sonoro y cultural.
Osorno cuenta todo eso en la introducción de Tengo que morir todas las noches (Debate), su crónica sobre la vida de El Nueve, la contracultura ochentera y el nacimiento de la democratización mexicana.
EL RELAJO OS HARÁ LIBRES
Suena a mucho: ¿un barecito colabora con la vida democrática de todo un país? Osorno hace de la vida de El Nueve un asunto amplio, que refleja desde una esquina la vida completa del país. No es sólo que en El Nueve se dieran cita los miembros del movimiento gay, o los juniors, o personajes de la élite cultural, sino a través de la década de vida del lugar (que acabó cerrando en 1989) una generación, la de los nacidos en los sesenta (como Osorno), fueron abriendo las puertas a un mundo más grande que el que el México priísta les permitía.
Tengo que morir todas las noches también es la historia de un montón de personajes entre grotescos y entrañables. Grotescos porque parecen no tener límites cuando se trata de arrojarse a la aventura, capaces de tener sexo sobre una mesa en medio del restaurante El Olivo y de meterse toda la cocaína de Colombia como si fuera azúcar glass; entrañables porque los amamos por hacer todo eso, porque son de otro mundo. Son aventureros que viven siempre bajo la influencia. ¿De qué? A veces de drogas, pero sobre todo de una ansiedad de perseguir lo nuevo, lo más libre.
El aventurero principal es el francés Henri Donnadieu. Con cara de nerd y cabello ralo, Donnadieu parece un improbable héroe de acción pero es en realidad el rey de la experimentación. Prófugo de la justicia francesa, Donnadieu podría ser un personaje más de Casi el paraíso de Luis Spota: un falso aristócrata que siempre cae de pie.
Pero no quiero sonar dura: el francés también es entrañable. Con su socio Manuel Fernández, Donnadieu funda El Nueve y tiene la brillante idea, exótica, sin duda, de convertir el lugar no sólo en un espacio de fiesta sino también de creatividad.
No quiere esta reseñista quemarles el libro, la crónica de Osorno va de aquí para allá: de Nueva Caledonia a la Zona Rosa, y luego al Acapulco dorado de hace 30 o 40 años. Por sus páginas aparecen Xóchitl, la reina de los travestis (una especie de líder sindical de la lentejuela), María Félix, La Tigresa, Alex Lora, Pita Amor, Rubén Figueroa, Disco Sally y hasta Andy Warhol.
Es una verdadera gozada la crónica de Osorno. Quizá sea cierto que en los ochenta la Ciudad de México dejó de ser un pueblote.
Tengo que ?morir todas las noches
?Editorial: ?Debate
?Precio: $249