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La orquesta de la gente, la gente de Alondra
La Orquesta Filarmónica de las Américas a cargo de Alondra de la Parra tuvo su noche mágica el martes en el Auditorio Nacional.

Fue una noche mágica. El cliché más gastado de los amantes ocasionales y los críticos de espectáculos escénicos. Una noche mágica. Amor a primera vista. Just one of those crazy things.
Pues sí: la Orquesta Filarmónica de las Américas tuvo su noche mágica el martes en el Auditorio Nacional.
Ya es impresionante ver abarrotado el Auditorio con actos pop. Imagínese lo fascinante que es verlo sin un solo hueco en las butacas para ver a una filarmónica. La cosa se vuelve prodigiosa cuando uno sabe que el lugar está de bote en bote , como dicen los antiguos, para ver a una directora de orquesta.
No es ésta una multitud de grandes conocedores de música de concierto -ese público fue cautivado por Alondra en septiembre pasado en la Sala Netzahualcóyotl, el público que conoce a la Orquesta Filarmónica de las Américas desde su nacimiento-, son simples amantes de la música dispuestos acercarse al solemne y catedralicio mundo de la música clásica , porque Alondra de la Parra los conquistó.
El Auditorio es el primer encuentro formal de la Orquesta Filarmónica de las Américas con la gente que salió a comprar Mi alma mexicana, el disco que logró el prodigio de empatarle las ventas a Luis Miguel. La misma gente que ovacionó a su joven directora la noche del Bicentenario.
Imagino a los músicos tras bambalinas nerviosos antes de salir. A la que puedo imaginar absolutamente tranquila es a la directora. Algo sabe Alondra. Es hora del show.
Clásico o pop, ¿a quién le importa?
Mi alma mexicana no es, por cierto, un disco de piezas estrambóticas. Como su título indica, es una colección de la música mexicana que formó a De la Parra. Una balanceada mezcla entre lo monumental, el Huapango de José Pablo Moncayo, y lo popular, el Danzón no. 2 de Arturo Márquez; y entre compositores antiguos, como el decimonónico Gustavo Campa, y contemporáneos, como el jazzista Eugenio Toussaint (con una pieza compuesta especialmente para el disco).
Ese es el mismo balance del programa del concierto: de Campa a Moncayo, de Toussaint al poco conocido Candelario Huízar. De la Parra llega al estrado y con la misma seguridad con que lleva a los músicos, guía al público. Antes de cada pieza se detiene a explicarla, a hablar sobre los autores y sobre el significado que cada una tiene para la Orquesta de las Américas.
Así, el Huapango es un rayito de sol en París , en la Leyenda de Miliano de Márquez las cuerdas lloran el nombre de Emiliano Zapata y Las antesalas del sueño de Ibarra retrata el subconsciente de México .
De la Parra tiene dotes no sólo de narradora, también de performer. Cada uno de sus movimientos va dirigido a los enormes músicos a su cargo, pero también al público. Cada vez que ella alza la batuta, 10,000 personas están listas para ejecutar un solo.
Por si le faltara algo de carisma a la velada, Alondra de pronto se salió del programa para presentar unas sorpresas . Primero fue Natalia Lafourcade que llegó a cantar Amanecí en tus brazos de José Alfredo Jiménez. Después, con menos talento pero más emotivo, Mane de la Parra, hermano de la directora ( con él se me fue formando el oído porque de niños nos la pasábamos cantando ), interpretó Adoro de Armando Manzanero.
Pero quien invocó toda la magia de la noche con una sola canción fue Aleks Syntek. Hola, yo vengo a presentar más música mexicana dijo y los violonchelos arrancaron con un canción que sonaba clásica, pero también popular... ¿un danzón? Me tardo en reconocerla: ¡es Historias de danzón y de arrabal del propio Syntek! Una canción sosa en su encarnación usual, con la Orquesta de las Américas suena espectacular. Hasta la directora se pone a bailar por instantes.
El encoré (claro que tenía que haber encoré: es la noche rockstar de Alondra de la Parra) es con Sobre las olas de Juventino Rosas, una pieza que no es ni clásica ni popular. Está más allá de las tonterías: es un pedazo de nuestro ADN cultural.
Innecesario decirlo: son las 3 de la mañana y sigo ensordecida por la ovación final.
cmoreno@eleconomista.com.mx