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Opinión

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Señora abogada nuestra: Consejo General de la Abogacía Mexicana

Es tarea de los profesionales de este rubro representar la defensa de la vida, de la libertad y de todos los derechos fundamentales.

La abogacía es una de las actividades profesionales más antiguas en la historia de la humanidad. Su ejercicio enaltece. Señora, abogada nuestra... apela una oración católica a la madre de Cristo, gesto que permite evocar el privilegio por defender el buen desempeño de la profesión; obligación eterna y jurada en las auténticas escuelas o facultades de Derecho.

Su mérito se sustenta cuando es el abogado quien defiende, intercede, auxilia, protege y media en beneficio de un tercero, avalado por sus conocimientos y convicciones sobre la justicia, convertido entonces en el sostén de cualquier necesitado y creencia en la justicia.

La defensa legal es un derecho humano tan necesario como la salud y es tarea de los profesionales de este rubro representar la defensa de la vida, de la libertad, de la educación, del trabajo, de la familia y de todos los derechos fundamentales.

Bajo esta perspectiva, el abogado se perfila como salvación; pero en el mundo real éste se ha transformado junto con instituciones y leyes. Los abogados debieran convertirse en los peritos de la hechura normativa, hacedores y redactores de normas obligatorias; pero las leyes ahora se hacen por ciudadanos llamados legisladores, no necesariamente expertos en la ciencia del derecho.

Éstos las redactan, interpretan, aplican y hasta las controvierten y desafortunadamente las incumplen con cierta frecuencia.  Los griegos y los romanos fueron nuestros maestros de derecho; Cicerón (106 AC-43 AC) decía: La verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio.

Es cierto, la injusticia es una verdad corrupta y el silencio es la impunidad que igual simboliza corrupción.

El ejercicio de la abogacía entre los romanos queda en los relatos de la historia transformado con el paso de los siglos, y así como advertimos los estragos en el foro romano, podemos apreciar estragos en el ejercicio de tan noble profesión, traducidos en errores que han interrumpido la justicia, a veces más y a veces menos, en todos los rincones de nuestro planeta.

A diario, frente a nosotros, ocurren severas injusticias, mismas que son agravadas por la impunidad.

Cuán fascinante resulta hablar de la justicia como el ideal de cualquier ser humano en todos los tiempos y cuán desilusionantes resultan los de la injusticia.

Hoy, la abogacía se ejerce mediante una certificación de estudios; se requiere un título que avale los conocimientos en derecho, la pericia y supuestamente el juramento de servir con ética. Porque jamás será válido el apartamiento de la ética. Por el contrario, su defensa debe fortalecerse y sostenerse; sólo así daríamos por satisfecho el andar en nuestro camino por la justicia.

Por esta razón, la conformación del Consejo General de la Abogacía Mexicana que emprenden hoy tres grandes colegios de prestigio a nivel nacional: la Barra Mexicana, Colegio de Abogados AC; la Asociación Nacional de Abogados de Empresa, Colegio de Abogados, y el Ilustre y Nacional Colegio de Abogados de México AC revive la defensa profesional por la deontología en el mundo de los juristas.

Este esfuerzo reaviva el interés por considerar la supremacía en la rigurosa y certificada enseñanza de esta imprescindible profesión, que permita vigorizar una auténtica conciencia jurídica en el país, con lo cual, en palabras de José Mario de la Garza, presidente de la BMA, lleve a consolidar una agenda de la abogacía que culmine con el control ético de la profesión y que, con la colegiación obligatoria, se den pasos firmes y profundos en el estado de derecho. ¡La sociedad mexicana lo merece!

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