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Es pregunta, Sr. Presidente
El diálogo y la unidad latinoamericanos no se fortalecerán utilizando el lenguaje anacrónico del antiimperialismo.
La política exterior de las administraciones panistas no tiene ni pies ni cabeza. Hoy eso se nota más que nunca. Los últimos años los hemos pasado entre ocurrencias del Presidente en turno, indefiniciones monumentales y decisiones francamente erráticas. Con esto no quiero decir que la política exterior priísta era mejor o que las administraciones panistas la hubieran emulado para salir del paso. El argumento va por otro lado.
Lo decepcionante es que los panistas han dejado pasar una oportunidad de oro para redefinir los términos en que México se podría relacionar con el mundo de una forma consistente y que sirviera a los intereses del Estado.
Para que la discusión no se quede en un plano abstracto pongamos un ejemplo: la Cumbre de la Unidad de América Latina y el Caribe, y la intención declarada de los países latinoamericanos y caribeños de crear un nuevo organismo multinacional en el que no se incluirá ni a Estados Unidos ni a Canadá. Sería, en palabras de Hugo Chávez, unión de repúblicas y de pueblos distinta de la OEA, que ha trabajado siempre bajo la hegemonía de Estados Unidos .
La cancillería mexicana, por órdenes del presidente Calderón, se apropió rápidamente de la propuesta argumentando que desde el 2008 había buscado crear una instancia regional que integrara a todos los países de América Latina y el Caribe . La decisión tomada en la Cumbre de Cancún fue la de asumir el patrimonio del Grupo de Río y la Cumbre de América Latina y el Caribe para la Integración y Desarrollo (CALC) para este nuevo mecanismo cuyo nombre temporal sería Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños. El diálogo y la unidad latinoamericanos no se fortalecerán decretando su fortalecimiento ni utilizando el lenguaje anacrónico del antiimperialismo. Existen hoy en el contexto latinoamericano varios mecanismos de cooperación que son subutilizados o que bien podrían expandirse para cubrir las necesidades de diálogo y colaboración actuales, si es que en efecto existen.
Elaborar el discurso y la acción latinoamericanas simplemente en términos de una construcción no estadounidense puede servir para otros propósitos, pero no nos equivoquemos: ésa no es una política exterior congruente ni una línea de acción moderna y realista. Involucrar a Estados Unidos en las instituciones latinoamericanas no ha sido fácil. Han tenido que pasar años para formar, muy lentamente, jurisprudencia en instancias que muy pocas personas se atreverían a decir que son inservibles. ¿Ejemplo? La Corte Interamericana de Justicia, hoy referente regional en casos de violaciones a los derechos humanos o la Relatoría Especial para la Libertad de Expresión, cuyo trabajo entre otras cosas ha sido fundamental para documentar los asesinatos a periodistas en la región.
Entendamos algo de una vez por todas: para ejercer su hegemonía regional, Estados Unidos nunca ha necesitado a la OEA, por ello, es preciso preguntar a la administración calderonista ¿qué gana México con excluir a Estados Unidos del proceso de toma de decisiones regionales? Más aún, siendo México el país que tiene relaciones más intensas con Estados Unidos ¿es deseable apoyar la creación de un proyecto que excluye a su interlocutor más importante?
La respuesta es no. Al país no le conviene y es difícil entender por qué el presidente Calderón decidió liderar el proyecto.
En el programa de radio Atando Cabos el excanciller Jorge Castañeda nos decía al respecto: esto parece ser un nuevo harakiri diplomático mexicano. ¿Es eso lo que queremos? Es pregunta, Sr. Presidente.
afvega@eleconomista.com.mx