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Salvando un bosque para cambiar a Rusia
Los manifestantes generalmente tienen que soportar arrestos, golpes y ningún cambio. Ante esa realidad, los pocos movimientos que han enfrentado a las autoridades y las han obligado a retroceder han suscitado fascinantes posibilidades sobre una nueva Rusia.
Moscú. Los manifestantes generalmente tienen que soportar arrestos, golpes y ningún cambio. Ante esa realidad, los pocos movimientos que han enfrentado a las autoridades y las han obligado a retroceder han suscitado fascinantes posibilidades sobre una nueva Rusia.
Una batalla de actualidad se desarrolla con relación al Bosque Khimki en las afueras de Moscú, donde robles de 200 años se yerguen tan robustos y silenciosos que el tráfico de una cercana autopista zumba como un perezoso mosquito, las hojas caen con un estruendo y los teléfonos inteligentes rasgan la quietud.
Los teléfonos pertenecen a Yevgenia Chirikova y Yaroslav Nikitenko, quienes tratan de impedir la construcción de una autopista de Moscú a San Petersburgo justo a través del bosque de 620 hectáreas. Bajo un tibio sol de octubre, ambos conducen a dos equipos de televisión y un reportero de periódico a través de los robles, enviando correos electrónicos, dando entrevistas telefónicas y concertando otras visitas de prensa.
Su movimiento, Defensores del Bosque Khimki, ha convencido al presidente Dmitri Medvedev de suspender temporalmente el derribo de árboles y reevaluar el proyecto, que ha sido respaldado por gente poderosa incluyendo a Yuri Luzhkov, quien fue cesado tras criticar en público la moratoria de Medvedev.
Khimki, donde antaño cazaban los zares, tiene todos los elementos dramáticos y de conflicto de una ópera rusa. Su elenco de héroes del pueblo incluye a Chrikova, quien vive en un complejo de departamentos de los años 60 cerca del bosque e inició una campaña de salvamento hace unos años tras notar marcas extrañas en los árboles.
El editor del diario local, Mikhail Beketov, adoptó la causa pero resultó tan salvajemente golpeado hace dos años que quedó hospitalizado desde entonces, incapaz de hablar y con medio cuerpo paralizado. Su abogado, Stalislav Markelov, un activista de derechos humanos, fue acribillado en Moscú en enero del 2009. Este verano, dos jóvenes entre muchos que protestaban en el ayuntamiento de Khimki, enfrentan siete años de prisión.
El proyecto es empujado por el ministro del Transporte, Igor Levitin, integrante del consejo del cercano aeropuerto Sheremetyevo y de Aeroflot, que tiene su sede ahí. La industria de la construcción, impregnada de corrupción, quiere la concesión. Funcionarios regionales quieren oportunidades de desarrollo.
En este proyecto se plasma el sueño del burócrata ruso , dice Chirikova. Para ellos, es una veta de oro . Rusia podría encaminarse a desarrollar una sociedad civil en la que sean posibles las protestas legítimas.