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La Bohème, crónica de una aguada representación
La actuación de la soprano, quien cubrió a la protagonista por enfermedad, fue demasiado floja, sin movimientos escénicos, a medio gas y con varias equivocaciones.
Al final, la soprano Kristine Opolais puesta de rodillas sobre el escenario, con la frente pegada al piso y las palmas juntas levantadas sobre su cabeza, en señal de suplicar perdón, fue la imagen fiel de lo que pasó el sábado en el Met de Nueva York: una aguada representación con complejo de culpa de La Bohème de Puccini, por decir lo menos. En el Met, donde presumen de perfectos, hicieron el gran oso.
Eran las 11:00 de la mañana, hora de México, cuando un asustado Peter Gelb, gerente general del Met, había salido al escenario para anunciar que la rumana Anita Hartig esta vez no cantaría el papel de Mimí por estar enferma.
Ante un lleno total en el Met y en el Auditorio Nacional, donde ya estaba repleta la parte destinada a la ópera, Gelb mencionó con una voz que apenas se oyó que el lugar de la cantante rumana lo ocuparía la soprano Kristine Opolais (Letonia, 1979). A quien en altas horas de la madrugada le había pedido que hiciera el papel principal en La Bohème, y que esta petición se la hizo poco después de terminar su actuación en Madama Butterfly, que también se está representando en el Lincoln Center.
Al principio, dijo Gelb con los ojos saltones, Kristine se negó, pero como una súplica de un gerengeneral del Met es casi casi como una orden, al otro día la soprano ya estaba lista es un decir para cantar La Bohème. De este modo, Kristine debutó doblemente en el Met el mismo día: en Madama Butterfly y en La Bohème.
El resultado era previsible: la cantante llegó nerviosa, sin haber dormido, demacrada y sin energía, con la angustia encima de no haber podido interiorizar el personaje de Mimí, un papel harto difícil, actoral y vocalmente. Lo que vimos fue a una Mimí que cantó con demasiadas precauciones, indecisa, con evidentes fallas en la memorización del libreto. Kristine jugó a equivocarse lo menos posible, no a cantar bien. Lógicamente, perdió en este juego: su actuación fue demasiado floja, sin movimientos escénicos, a medio gas, con una voz sin brillo ( ) y con equivocaciones. El problema se acrecentó porque una actuación así arrastró al resto del elenco.
El mismo Peter Gelb admitió que era una situación inédita en el Met que una cantante hiciera dos papeles principales con una diferencia de horas. Naturalmente que la responsabilidad no es de la cantante letona que hizo lo que pudo, sino de la dirección del Met, que falló ante miles de espectadores en el Lincoln Center y ante millones que esperaban esta colosal obra, una de las más queridas por el público en todo el mundo, mediante el sistema de transmisión en vivo desde el Met. Y falló sobre todo por falta de previsión: las principales casas de ópera del mundo siempre contratan a un cantante de repuesto para los papeles principales, porque las enfermedades y los accidentes están a la orden del día entre los cantantes.
MÁS ALLÁ DEL OSO
No obstante, fue un desastre que sólo se salva por la belleza de la música de Puccini y por una historia que el público realmente ama. Además, esta puesta en escena presenta la escenografía de Franco Zeffirelli, con una buhardilla en el Quartier Latin donde conviven con la pobreza un pintor, un filósofo y un infaltable poeta. Ambiente pleno de elementos nostálgicos, lo mismo la plaza donde se encuentra el Café Momus, con sus vendedores, sus saltimbanquis, los niños, la guardia, todos ataviados con ropa colorida y motivos navideños. Son una delicia por su colorido y buen gusto en el vestuario (no así el amontonamiento de actores).
En esta puesta zeffireliana destaca también la escena a las afueras de París, una escena de invierno, con todo y nevada, que los técnicos del Met se empeñaron en que pareciera muy real y lo lograron. Escenas que causaron los suspiros de los nostálgicos por París. En fin, hasta aquí todo bien, llevado con buen ritmo escénico.
Incluso la música fue bien dispuesta por Stefano Ranzani, quien brindó una dirección apasionada, puntual, aunque por momentos precavida, en su intento por apoyar a la desvelada cantante Kristine.
En cuanto a los cantantes, la frívola Musetta (encarnada por Susana Phillips) nos brindó a una mujer sensual, atrevida, tal vez sobreactuada por momentos, sobre todo en el Café Momus, en donde al famoso Vals de Musetta le faltó intensidad y sobre todo separarse del caos provocado por la gente que pasaba y pasaba en el proscenio, sin darle su propio espacio (problema de dirección escénica). Por momentos, a la señora Phillips se le vio exagerada, caricaturesca, en su papel de amante de un rico tonto.
Al tenor Vittorio Grigolo (Rodolfo) le sienta bien el papel del poeta enamorado y sin dinero; su actuación fue satisfactoria (aunque por momentos pendiente del desempeño de la nerviosa Kristine); tiene una voz enérgica, con brillo, cálida y apasionada. Aunque no es el mejor Rodolfo que hayamos visto, le falta.
Marcello (Massimo Cavalletti), Schaunard (Patrick Carfizzi) y Colline (Oren Gradus), resultaron personajes convincentes, de gran frescura y gracia, que acompañaron muy bien las escenas con Rodolfo y Mimí.
ricardo.pacheco@eleconomista.mx