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“San Fernando: última parada”, la bitácora de un viaje al horror e impunidad en Tamaulipas
México no está condenado a vivir en el horror, plantea Marcela Turati, autora del libro “San Fernando: Última parada. Viaje al crimen autorizado en Tamaulipas”, donde expone cómo ese lugar del noreste del país se convirtió en un embudo de muerte e impunidad.

Portada del libro “San Fernando: Última parada. Viaje al crimen autorizado en Tamaulipas”. Ilustración EE: Especial.
La periodista Marcela Turati, comparte los apuntes de una investigación de largo aliento, realizada sobre lo ocurrido en San Fernando, Tamaulipas, lugar en el que, en agosto de 2010, se hallaron los cuerpos de 72 migrantes, masacrados en una bodega abandonada y, donde, ocho meses después, se descubrieron fosas a las que fueron a parar los cuerpos de personas que, en vida llegaron a esa región del país en autobuses, con la intención de llegar a la frontera de Estados Unidos, pero fueron bajados de los mismos, antes de llegar a la central camionera y jamás se volvió a saber de ellos.
En el libro “San Fernando: Última parada. Viaje al crimen autorizado en Tamaulipas”, editado por Aguilar, expone cómo ese lugar del noreste del país se convirtió en un embudo de muerte e impunidad.
Pero, como ella misma lo escribe en alguna parte del texto, no solo es la historia de una tragedia. “No se queda solo en la destrucción, los cadáveres y los sufrimientos de la gente”. En la primera parte, aporta elementos para entender cómo opera el sistema de tortura y revictimización y en la segunda, muestra los lazos de amor y de solidaridad que se tejieron alrededor de esas muertes.
Es el resultado de una investigación convertida en un libro, como aclara la propia autora, que no es fácil de leer, “porque no se puede absorber de un jalón tanta dosis de impunidad”.
—¿Por qué es importante que se sepan este tipo de atrocidades?
—Porque tenemos que conocer lo que ha pasado; para saber por qué hay tantas personas desaparecidas; por qué hay tantos cuerpos sin identificar.
Es importante que, como ciudadanos, no nos acostumbremos a enterarnos que pasó esto; es importante honrar a las víctimas, exigir al gobierno, y organizarnos entre todos, para que estas historias no se repitan.
Para que no haya personas desaparecidas; para que no haya lugares, como San Fernando, que son lugares tomados por el crimen organizado y al desamparo de las autoridades.
—¿Qué es lo que van a encontrar los lectores en este libro?
—Lo que busco es mostrar qué pasa en los sitios que han sido tomados por el crimen organizado y donde las autoridades están coludidas con ellos; qué pasa alrededor de las fosas, las personas desaparecidas; qué es lo que tienen que enfrentar las familias buscadoras.
Trato de explicar, cómo, en muchos casos, son las mismas autoridades y fiscalías, en colusión con los diferentes poderes, quienes ponen mucho empeño en ocultar la violencia y en desaparecer a las personas desaparecidas.
—¿Cuáles son las preguntas clave de esta investigación?
—Todo empieza, cuando, en abril de 2011, voy a estas fosas y veo que, en Matamoros, llegan los cuerpos recién exhumados de estas fosas en San Fernando, en el mismo sitio donde había sido la masacre de 2010.
Para mí era importante saber ¿por qué en el mismo lugar?, ¿qué no tenía toda la atención internacional y México había prometido cuidar a los migrantes?
Son tres preguntas que me guían: ¿quiénes eran estas personas asesinadas?, ¿qué les pasó? y, lo principal, ¿cómo fue posible?
—En una parte del libro usted se hace la pregunta de en qué momento permitió que esta historia la habitara. ¿Cómo ocurrió eso?
—Fue en el momento que llegué a San Fernando, al ver esas familias desesperadas buscando a su familiar. Gente que llegaba y llegaba y, en ese momento, suben a un tráiler a 120 cuerpos y se los llevan, para distraer la atención para que ya no estén allá.
Me pregunté ¿por qué pasa esto, cuando todavía ni terminan de llegar a aquí todas las personas y ni siquiera se han tomado muestras genéticas?
Eso, y al ver que, en 2013, los archivos y ver en las fotos de los cadáveres, ver en la cara el rictus del horror con el que murieron. Eso fue muy duro, porque yo ya conocía algunas familias de ellos que los estuvieron buscando.
Hay muchas preguntas, cuyas respuestas nos debe la autoridad.
No ha habido una comisión de la verdad, que yo digo que debería de haber, para estos hechos que afectaron a gente de tantos países y de tantos estados de México. Nunca se informó nada, de ahí mi obsesión por investigar estos hechos.
—¿Si hubiera una comisión de la verdad cuales serían las preguntas claves que debieran seguir?
—Esas mismas. Que nos expliquen ¿qué pasó? y ¿cómo fue posible?, ¿a quién le afectó?, ¿quién tenía que hacer qué?, ¿quién tiene responsabilidad, más allá de los Zetas? No hay funcionarios públicos que estén pagando por esto. ¿Por qué, tenemos estas zonas de México, que son territorios tomados por el crimen organizado?, ¿ahí, la población qué puede hacer?
—¿Logró armar el rompecabezas?
—Yo publiqué lo que encontré. Las autoridades todavía pusieron mucho empeño en ocultar sus documentos y no investigaron a funcionarios. Nada más investigaron a los Zetas, pero no se investigan a sí mismos. Se debieron haber investigado a ellos mismos.
De ¿por qué calcinaste estos cuerpos?, ¿por qué volviste a echar a la fosa común a estos?, ¿por qué no hiciste el cotejo genético para ver a qué cuerpo corresponde esta familia?; ¿por qué te equivocaste y mandaste el cuerpo errado a otro país?, ¿por qué no procesaste bien la escena del crimen?, ¿por qué dejaste de buscar?, ¿por qué, si te tocaba cuidar a la población, no lo hiciste?, ¿por qué declaraste la guerra contra las drogas si no sabías?
—¿Para quién está pensado este libro?
—Para toda la gente que quiera asomarse y entender. Para toda la gente que ya está saturada de tanto horror y que no entiende qué pasa en México y se pregunta en qué momento se jodió el país.
México no está condenado a vivir en el horror, todavía se pueden hacer cosas.

