Buscar
Opinión

Lectura 7:00 min

Populistas contra burócratas

Los populistas critican la lentitud burocrática por intereses políticos inmediatos. Sin embargo, lejos de ser un obstáculo, la burocracia sostiene la innovación y la libertad, actuando como su estructura fundamental frente a promesas rápidas y superficiales que suelen ignorar su verdadero valor institucional.

main image

Descripción automáticaCreditos automáticos

DELFOS.– Los populistas aman odiar la burocracia. Alice Weidel, líder del partido ultraderechista Alternative für Deutschland (ya la segunda fuerza del país), asegura que burócratas incompetentes de la Unión Europea están destruyendo sus fundamentos de libre mercado.

Santiago Abascal, líder del partido español de ultraderecha Vox, acusa a los mismos burócratas de intentar “liquidar la libertad”, mientras la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, cataloga a la UE como un “gigante burocrático invasor”. Al otro lado del Atlántico, el presidente estadounidense Donald Trump se afana en desmantelar una burocracia federal que, afirma, está llena de “despilfarro, fraude y abuso” y que “asfixia la libertad personal”. La burocracia, tal como la presentan, es enemiga del progreso.

Los populistas se equivocan. Como tuve ocasión de señalar en el reciente Delphi Economic Forum, la burocracia no es una fuerza orientada a ahogar la innovación y la libertad, sino el andamiaje de ambas cosas. Redactan leyes, emiten licencias, componen comunicados, coordinan respuestas a crisis: los burócratas ejecutan las tareas técnicas que mantienen a la sociedad funcionando. Sin ellos, las economías se paralizarían, el Estado de derecho se derrumbaría y las visiones políticas nunca se harían realidad.

En su esencia, la burocracia es un ejercicio de racionalidad. Como señaló el presidente estadounidense Woodrow Wilson, la administración exige experiencia (que es básicamente neutral, no ideológica) y, por tanto, no pertenece al turbulento ámbito de la política. Para Max Weber, titán intelectual de la teoría administrativa, la obediencia al orden impersonal y basado en reglas representado por la burocracia (en vez de a individuos carismáticos o tradiciones arraigadas) es señal de madurez en una sociedad.

Pero madurez implica paciencia, y es bien sabido que los populistas no tienen. Las instituciones de la UE necesitaron más de 260 días en llevar el Mecanismo de Recuperación y Resiliencia (un salvavidas para los países de la UE que se vieron en dificultades durante la pandemia de COVID-19) de la etapa de propuesta a la aprobación. La Ley de Inteligencia Artificial demandó 1,199 días y el Reglamento de Procedimiento de Asilo casi ocho años. Estos plazos se podrían acortar, pero diseñar políticas que equilibren los intereses de 27 países entraña complejidades ineludibles que demandan cuidadoso análisis. En cualquier caso, la principal fuente de retrasos no es la burocracia europea, sino los gobiernos que integran el Consejo Europeo y los políticos electos del Parlamento Europeo.

Nada de esto importa a los populistas, que nos pintan unos gigantes torpes como los que aparecen en el Tesoro de los Sifnios en Delfos. Así como los dioses del Olimpo (con la ayuda del mortal Heracles) tuvieron que derrotar a aquellos gigantes sedientos de poder, los modernos “dioses” populistas tienen que vencer a una burocracia monstruosa que pretende dominar todos los aspectos de la vida.

Esta es la visión que inspira el desempeño del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE), creado por Trump y dirigido por la persona más rica del mundo, Elon Musk. Pero, en vez de aplastar a un peligroso enemigo, el DOGE está destruyendo la capacidad de Estados Unidos para enfrentar a los gigantes que realmente lo amenazan, desde el cambio climático hasta la disrupción tecnológica. El único modo de derrotar a esos gigantes es con la coordinación disciplinada a largo plazo en la que se destaca la burocracia.

Irónicamente, no podría haber un argumento más convincente sobre el valor de la gobernanza mesurada de burócratas experimentados que el imprudente vaciado de la capacidad estatal estadounidense a manos del DOGE, ejemplificado por la destrucción de organismos cruciales como la Agencia Estadounidense para el Desarrollo Internacional y de programas que incluyen desde investigaciones médicas que salvan vidas hasta proyectos de apoyo a adolescentes con discapacidades.

Aunque las actuaciones del DOGE satisfacen el tropismo populista de la audacia sobre la reflexión, también ha exigido varias retiradas apresuradas, como cuando hubo que detener el despido de cientos de empleados federales que trabajaban en los programas estadounidenses de armas nucleares. Y eso sin hablar de la creciente preocupación por la privacidad y la seguridad, ya que el personal del DOGE tiene acceso prácticamente irrestricto a bases de datos sensibles.

Puede que Musk haya hecho gran parte de su fortuna en un sector que es famoso por “moverse rápido y romper cosas”, pero un gobierno no es una empresa tecnológica. Como han advertido muchos observadores (incluidos veteranos republicanos expertos en presupuestos), los recortes del DOGE (impulsados por ideología e intereses propios, no por pragmatismo o consideración del bien común) socavan el bienestar público. Lo mismo ocurre con la reactivación de la orden ejecutiva “Schedule F” por parte de Trump, que facilita el despido de funcionarios. Esta medida, que antepone la lealtad al mérito, amenaza con politizar la nómina federal, restarle capacidad y dejarla con menos herramientas para cumplir su papel como fuente fundamental de continuidad entre administraciones.

El atractivo de la audacia política es innegable. Cuando Trump lanza ultimátums a universidades, socios comerciales, aliados de la OTAN y otros, proyecta fortaleza. Cuando Meloni hace equilibrios en política exterior, cortejando a Trump al tiempo que defiende la unidad de Occidente, irradia pragmatismo. Cuando la líder de la ultraderecha francesa, Marine Le Pen, desafía las investigaciones financieras de la UE (para felicidad de Trump), se muestra intrépida. Tales actos electrizan a sus seguidores y sustituyen la sensación de impotencia y parálisis por la emoción de la osadía, la euforia de la disrupción y la promesa del poder.

La buena gobernanza, sin embargo, exige disciplina, no espectáculo. Un buen ejemplo es la Brújula de Competitividad de la UE, un marco estratégico que apunta a fortalecer el crecimiento y la innovación sin sacrificar los objetivos ambientales. Para diseñar planes creíbles que tengan en cuenta una multiplicidad de objetivos complejos y contrapuestos, hay un único modo, e implica experiencia burocrática, no una motosierra.

Esto no quiere decir que las burocracias sean irreprochables. La lentitud legislativa de la UE y el laberíntico sistema administrativo estadounidense merecen una revisión. Pero la solución no pasa por demoler, sino por reformar. La UE podría mejorar su agilidad mediante la racionalización de reglamentos, como la que buscan sus paquetes ómnibus. Y, en Estados Unidos, medidas que garanticen la contratación por mérito y protejan a los funcionarios contra purgas políticas respaldarían los esfuerzos de mejora de la gobernanza.

Defender la burocracia no es fetichizar los procedimientos administrativos, sino reconocer su papel vital para el funcionamiento de las sociedades. En la lucha contra los “gigantes” a los que nos enfrentamos, la burocracia es Heracles, el aliado imperfecto pero fiable que hace posible la victoria. Vilipendiarla es confundir al siervo con el amo y poner en riesgo el propio futuro que pretendemos recuperar.

El autor

Ana Palacio fue ministra de asuntos exteriores de España y vicepresidenta sénior y consejera jurídica general del Grupo Banco Mundial; actualmente es profesora visitante en la Universidad de Georgetown.

Copyright: Project Syndicate, 1995 - 025

www.project- syndicate.org

Únete infórmate descubre

Suscríbete a nuestros
Newsletters

Ve a nuestros Newslettersregístrate aquí
tracking reference image

Últimas noticias

Noticias Recomendadas

Suscríbete