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El arte que nos sostiene: artesanos, artistas y la urgencia de un pacto cultural para México

Jaime Cervantes Covarrubias | Columna Invitada
“Un país sin arte no es solo un país sin belleza: es un país sin memoria, sin voz y sin proyecto común.”
El arte no es un lujo. No es un adorno ni un pasatiempo de élites. Es, en su sentido más profundo, la columna vertebral de una nación. Es la forma en que se cuenta su historia, se afirma su identidad y se proyecta hacia el futuro.
En México, cada telar, cada función de teatro independiente, cada danza tradicional, cada pieza de barro negro o cada mural urbano son actos de resistencia y de construcción del país que queremos. Pero hoy, estos actos están en riesgo debido a la precarización del arte y el abandono estructural de las artesanías, todo se encuentra amenazado y se comienza el apagón de voces que nos han sostenido por siglos.
México enfrenta el consumo digital masivo y comercial, hemos permitido que el algoritmo se convierta en una manera perversa de enseñanza: esa que influencia a consumir sin pensar, a mirar sin ver, a pasar sin detenerse. Este bombardeo constante de imágenes y estímulos no es inocente; es una forma sofisticada de alienación social, que sustituye la reflexión por la reacción y el pensamiento crítico por el “scroll” infinito.
Como advierte Sofía Cervantes Ponce en su investigación “Entre algoritmos y autenticidad” –Between Authenticity and Algorithms– (2025):
“Artistas y creadoras deben navegar entre presiones algorítmicas y de tendencias, mientras las características adictivas de las plataformas moldean la atención del público, borrando la delgada línea entre artista y creador de contenido”.
Paulo Freire también nos lo advirtió hace años sobre el “banco” educativo, en el que se depositan datos sin diálogo ni conciencia. Hoy, el sistema educativo, lejos de contrarrestar esa lógica, en muchos casos la reproduce porque prepara consumidores dóciles antes que ciudadanos libres, acríticos ante la desaparición de un taller artesanal o indiferentes del cierre de un teatro comunitario. Esta desconexión entre la educación y la cultura viva erosiona la raíz de nuestro Humanismo Mexicano y debilita la posibilidad de reconstruir el tejido social desde la experiencia estética y la participación activa.
Como desarrollista humano, empresario, consejero sistémico y defensor del Humanismo Mexicano, no puedo aceptar que el arte y las artesanías se mantengan al margen de las políticas de desarrollo y que el empresariado las trate como filantropía decorativa en lugar de darles lugar de una forma conciente y necesaria para una reforma comunitaria. Si queremos reconstruir el tejido social, necesitamos un pacto cultural nacional que involucre al Estado, a las empresas y a la ciudadanía.
Radiografía de una crisis silenciosa
La crisis del arte y de las artesanías en México no se instaló de golpe, como un terremoto que sacude y deja grietas visibles. Llegó en silencio, como la humedad que se filtra por una pared y, con el tiempo, la vuelve polvo. Cada recorte, cada cierre, cada foro que baja el telón sin fecha de regreso, ha ido erosionando nuestra capacidad de producir, compartir y vivir el arte.
En apenas unos años, el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes —que fue columna vertebral del apoyo a creadores en todo el país— se redujo a una fracción de lo que fue. Bajo su nuevo nombre, Sistema de Apoyos a la Creación y Proyectos Culturales, pasó de administrar más de novecientos millones de pesos a contar con apenas ciento diez millones en 2022. La consecuencia es evidente: menos becas, menos tiempo para crear, más talento obligado a buscar sustento fuera de su vocación.
El cine no ha corrido mejor suerte. La desaparición de FOPROCINE y FIDECINE dejó al FOCINE como único mecanismo de fomento, debilitado en recursos y alcance, incapaz de cubrir la diversidad de miradas que caracterizaba a nuestra cinematografía. A esto se sumó el decreto de austeridad de 2020, que recortó un setenta y cinco por ciento de los gastos operativos de las instituciones culturales. Y aquí los porcentajes tienen rostro: significa museos que apagan las luces, giras que se cancelan, festivales que se suspenden, empleos que desaparecen.
El PIB cultural refleja el retroceso: del 3.2 % en 2018, cayó al 2.7 % en 2023. Son 1.44 millones de empleos, equivalentes al 3.5 % del total nacional, pero cada vez más precarios: seis de cada diez trabajadores culturales no tienen contrato formal, ni prestaciones, ni seguridad sobre su futuro.
El teatro, ese arte que encarna como pocos la experiencia humana, se tambalea. La asistencia a salas, que antes de la pandemia llegaba al ochenta por ciento, hoy apenas ronda el cuarenta. Muchos foros independientes no volvieron a abrir. Las compañías sobreviven con autogestión, trabajos paralelos y una resiliencia que, aunque admirable, no debería ser su única estrategia de vida. La Asamblea de Artes de la Ciudad de México ha denunciado, sin respuesta suficiente, la reducción de presupuestos y la ausencia de una política de fomento clara y sostenida.
En el mundo de la artesanía, el deterioro es igual de profundo. Más de doce millones de personas, en su mayoría mujeres indígenas, sostienen este sector. Sin embargo, el ochenta por ciento trabaja en la informalidad, sin seguridad social ni acceso a créditos productivos. Las piezas —resultado de siglos de saber y técnica— se venden a intermediarios por precios que pueden ser diez veces menores al valor final que alcanzan en mercados internacionales. Y aunque el interés global por nuestras técnicas y materiales se mantiene, las exportaciones artesanales han caído en la última década, un contrasentido que habla de fallas estructurales en comercialización, promoción y protección legal.
Todo esto no son solo cifras, son señales de un país que deja que su memoria se desvanezca. Bajo el lente del Humanismo Mexicano, que coloca la dignidad y el florecimiento humano en el centro, estos recortes y abandonos no son neutros sino que, desarman el tejido social, limitan la capacidad de soñar en colectivo y reducen el papel del arte a un accesorio prescindible. Y como empresario y consejero sistémico lo sé: sin un empresariado que actúe como plataforma de liderazgo humanista, integrando el arte y la cultura en su propósito y misión, lo que se pierde no es solo una industria, sino una parte de nuestro espíritu nacional.
Voces que resisten: mesa redonda para mover la sensibilidad de un pueblo
Tratándose de arte, imaginen que nos encontramos en una mesa redonda amplia, de madera viva, rodeada de artistas y artesanas, creadores y portadoras de tradición. Estamos aquí para mover la sensibilidad del pueblo y su mexicanidad artística. No hay rigidez en la palabra, sino café caliente, pan recién horneado y miradas que se encuentran. En medio, yo, como empresario, consejero e inversionista social, como moderador, dispuesto a escuchar y a interpelar, convencido de que el arte es inversión en futuro y no gasto superfluo.
Abro la conversación:
—Hoy no queremos un seminario técnico ni un diagnóstico de escritorio. Queremos mirarnos y decirnos lo que necesitamos hacer para que el arte, el teatro y la artesanía sigan vivos. Lo que se pierde si dejamos de actuar no son sólo empleos, estamos perdiendo parte de nuestra conciencia colectiva.
Damián García Cervantes, con la voz curtida por años de autogestión teatral, arranca:
—Hacer teatro hoy es remar contra una corriente fuerte y fría. Montamos obras en salas improvisadas, plazas, azoteas… La autogestión es digna, pero desgasta. No quiero que el teatro independiente se convierta en un mito del pasado, debiera ser voz del presente y esperanza futura. Necesitamos que empresas y Estado nos vean como inversión social, como bien público, como parte del desarrollo humano.
Coincido plenamente con Damián, y le digo:
—El teatro no es solo entretenimiento, es una herramienta de reconstrucción del tejido social. Un barrio con teatro es un barrio con conversación. Y conversación es comunidad.
Teresa Margolles recoge la idea:
—Y esa conversación debe incluir la memoria de quienes ya no están. El arte no es ornamento, es testimonio. Cuando nombro a las víctimas en mis obras, no busco escandalizar, busco impedir el olvido. Si borramos las huellas de los ausentes, el país repetirá su tragedia. La memoria artística es sabiduría y la sabiduría es agencia de cambio. Es paz.
En sintonía con esto, interviene Gabriel Orozco:
—La memoria no solo está en los nombres, también está en el espacio que habitamos. El arte debe salir de las salas y los museos, ir a las banquetas, a los parques, al transporte público. El espacio común es nuestro lienzo, y ahí es donde el ciudadano se reconoce parte de algo más grande.
Siguiendo esta línea, el legado de Amalia Hernández nos recuerda:
—El folclor no es un vestigio, es corazón que late. Sin circuitos vivos de danza folclórica en cada estado, con formación profesional y condiciones dignas para los intérpretes, ese corazón late cada vez más débil. Sin baile social ¿qué será de la alegría mexicana?
A esto añade Alfredo López Austin:
—Y no olvidemos que la artesanía no es solo un oficio: es filosofía. Cada símbolo, cada técnica, es un sistema de pensamiento. Despojar a las comunidades de su arte es arrancarles su manera de entender el mundo. Explorar manos creadoras que por tradición nos enseñan a amar el país e violencia pasiva.
En el mismo sentido, Juana Gómez Ramírez, maestra artesana mazahua, nos mira a todos:
—Enseñar a bordar es enseñar a vivir. Pero sin talleres, sin precios justos, sin relevo generacional, mis nietas no seguirán este oficio. Lo que perderemos no será una pieza de tela, sino la historia que cuenta. ¿Estamos perdiendo el tejido social por no aprender –generación tras generación– a seguir tejiendo?
Finalmente, invito a cerrar la ronda a la más joven de la mesa, Sofía Cervantes Ponce, que trae una propuesta tan reciente como urgente:
—El riesgo hoy no es solo la falta de recursos, sino entregar nuestra creatividad al dictado del algoritmo. “Artistas y creadoras deben navegar entre presiones algorítmicas y de tendencias, mientras las características adictivas de las plataformas moldean la atención del público, borrando la delgada línea entre artista y creador de contenido”. Si no alfabetizamos digitalmente a nuestros artistas, si no diseñamos estrategias para preservar la autenticidad y el vínculo con el público, reduciremos el arte a una carrera por ‘likes’ que no alimenta a nadie.
Miro a todos y a ti, lector/a:
—Esta no ha sido una mesa para lamentarnos, sino para encendernos. Aquí hay propuestas claras: comercio justo para artesanos, redes de producción cultural local, arte en el espacio público, circuitos vivos de tradición, protección legal del patrimonio y alfabetización digital artística. No son utopías, son tareas pendientes que podemos empezar mañana.
La pregunta es: ¿nos levantamos de esta mesa para hacerlas realidad?
Del diálogo al compromiso: el pacto cultural nacional
La mesa se queda en silencio unos segundos. Es ese momento en que las palabras ya no pesan solo en el aire, sino que empiezan a asentarse en el corazón de cada quien. No hemos hablado para acumular diagnósticos, sino para llegar al punto inevitable: ¿qué hacemos ahora?
Tomo la palabra:
—No podemos dejar que lo que hoy se ha dicho quede en la anécdota de una conversación inspiradora. Un pacto cultural nacional no es un documento que se guarda en un cajón; es una agenda viva, con responsables, plazos y acciones que transformen la realidad del arte y de las artesanías en México.
Primera urgencia: blindar los recursos.
El arte no puede seguir dependiendo de presupuestos que se reducen a voluntad de coyunturas políticas. Propongo que el SACPC y el FOCINE tengan un blindaje presupuestal multianual, con criterios de descentralización y transparencia, para que cada estado cuente con fondos estables que no se evaporen cada fin de año.
Segunda urgencia: dignificar las condiciones laborales.
Siguiendo lo que Martha Nussbaum define como florecer humano, debemos garantizar contratos justos, seguridad social y acceso a salud para trabajadores culturales y artesanos. Un país que valora su cultura no deja a sus creadores en la precariedad.
Tercera urgencia: comercio justo y trazabilidad.
Como señaló Juana Gómez Ramírez, sin precios justos no hay relevo generacional. Debemos establecer certificaciones de comercio justo para artesanías y productos culturales, con trazabilidad de origen y sin intermediarios que se queden con el valor.
Cuarta urgencia: alfabetización digital y uso ético de la tecnología.
Aquí retomo lo dicho por Sofía Cervantes Ponce: necesitamos programas de formación para que artistas y artesanos dominen las herramientas digitales sin caer prisioneros del algoritmo. La tecnología debe ser aliada, no verdugo.
Quinta urgencia: arte en el espacio público y circuitos vivos de tradición.
Siguiendo a Gabriel Orozco y Amalia Hernández, debemos integrar el arte y la danza folclórica en plazas, calles y foros comunitarios. El espacio común es el escenario natural de la identidad colectiva.
Sexta urgencia: protección legal del patrimonio.
Atendiendo la advertencia de Alfredo López Austin, urge reforzar leyes que protejan diseños y técnicas tradicionales de la apropiación indebida, tanto nacional como extranjera.
Séptima urgencia: redes locales de producción y consumo cultural.
En sintonía con Damián García Cervantes y Teresa Margolles, propongo crear nodos de producción cultural local: teatros, talleres, ferias y mercados que actúen como ejes de identidad, economía y memoria en cada región.
Me giro hacia los presentes y hacia ti, lector/a:
—Este pacto no es un sueño, es un plan. El empresariado puede financiar, el Estado puede legislar y garantizar, la ciudadanía puede participar y exigir. Pero la pregunta sigue siendo la misma: ¿lo haremos juntos o dejaremos que otra década pase mientras se apaga la luz en nuestros teatros y talleres? El tiempo de actuar es ahora.
De la conversación al compromiso: ejes, pacto y alma
Al despedir la mesa redonda imaginaria, dejo que el murmullo continúe unos segundos más. Me aparto un momento, observando cómo las ideas de cada participante siguen entrelazándose: la urgencia de dignificar al teatro independiente, el reclamo de memoria para las víctimas, la necesidad de abrir el espacio público al arte, el latido de la danza folclórica, la defensa filosófica de la artesanía, el precio justo para el trabajo manual y la alerta frente a la colonización algorítmica. Todo se mantiene vivo, incluso sin moderador. Y esa es, quizá, la prueba de que la conversación ya es un compromiso colectivo.
Vuelvo a tomar asiento y pido la palabra:
—Hemos hablado con pasión y con verdad. Ahora necesitamos un mapa que nos lleve de esta conversación a la acción. Y ese mapa se traza con tres ejes que no son negociables.
Humanismo Mexicano
Defender el arte como bien común, representativo de la diversidad cultural, integrando lo contemporáneo y lo tradicional. Que la política cultural y la acción empresarial se inspiren en la dignidad de cada creador y cada comunidad.
Reconstrucción del tejido social
Hacer del arte y las artesanías espacios de encuentro entre generaciones, culturas y sectores. Que los talleres, ferias y foros sean lugares donde se compartan no solo técnicas, sino también valores, historias y futuro común.
Empresariado como plataforma del liderazgo humanista
Involucrar a empresas familiares y pymes en proyectos culturales: destinar al menos 1 % de utilidades a la cultura local; integrar artesanías en cadenas de valor corporativas; patrocinar residencias artísticas en comunidades.
Este es el núcleo. Pero un pacto se concreta con compromisos específicos:
Compra pública responsable, con trazabilidad y precio justo para artesanos y artistas.
Blindaje presupuestal para el SACPC y el FOCINE, con descentralización para evitar que todo se concentre en la capital.
Protección legal contra la apropiación indebida de diseños y técnicas.
Educación artística y artesanal en todos los niveles educativos.
Exportación ética de artesanías y arte contemporáneo.
Ahora cierro mi libreta y me dirijo a ti, lector:
—El arte y las artesanías son espejo y brújula de nuestra nación. Sin ellos, el Humanismo Mexicano no tendría sustento; la reconstrucción del tejido social sería inviable; el liderazgo empresarial se quedaría sin alma. Este pacto cultural nacional no es para el archivo, es para el presente inmediato.
Te invito a unirte: consume arte local, apoya a artesanos y artistas, exige políticas culturales que protejan y expandan la cultura, y si eres empresario, haz del arte parte de tu estrategia. Porque un país que cuida su arte, cuida su alma. Y un alma cuidada es capaz de sostener cualquier futuro.
Sin arte ni artesanías, nuestro país no será digno.
Abrazo esperanzador en letras.
El autor es Doctorante en Desarrollo Humano, Universidad Motolinía del Pedregal, México; Master en Desarrollo Humano, Universidad Iberoamericana, México; Master ejecutivo en Liderazgo Positivo Estratégico, Instituto de Empresa, España. Licenciado en Comunicación Gráfica y Columnista en El Economista.
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