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Negación de la Realidad (Parte III)
En el artículo anterior comenté sobre la gran inestabilidad política en el Imperio Austro-Húngaro, así como la polarización de su sociedad, factores que no fueron suficientes para evitar que el Emperador Francisco José “volteara hacia otro lado” e iniciara, de la mano de Alemania, una aventura costosísima para la humanidad; la Primera Guerra Mundial. Esta negación de la realidad también se dio en Alemania al finalizar la guerra, donde la población nunca aceptó la derrota, lo que provocó que la recién formada República de Weimar fuera una democracia frágil, que solo duró hasta 1933 con la llegada de Hitler al poder. También hice mención de Francia en el periodo entre-guerras ((1918-1939), cuya negación a reconocer la polarización social y la inestabilidad económica en la que se encontraba, fueron factores clave para que en 1940 fuera rápidamente derrotada por Alemania.
Checoslovaquia, la joven República que había sido conformada en 1918 como parte de los acuerdos del Tratado de Versalles, que llegó a convertirse en la décima economía mundial y que logró sobrevivir varias crisis económicas durante la década de los 20’s, fue sacrificada ante el avance del Nazismo. Desde 1934, Hitler había empezado a tener influencia sobre la minoría alemana que vivía en el territorio de los Sudetes checoslovacos. El dictador alemán empezó a exigir autonomía para esa región, acusando a Checoslovaquia de maltratar a su minoría alemana. El presidente Edvard Benes, quien había colaborado con Tomás Masaryk desde la fundación de la República, se esforzó inútilmente por llegar a un acuerdo con los representantes alemanes de la región, quienes, asesorados por Hitler, cada vez exigían más. Como comenta Norman Eisen en su libro The Last Palace: “Mientras más se esforzaba el gobierno checo para encontrar soluciones, más resistencia encontraba”.
Por su parte, el Primer Ministro británico Neville Chamberlain, quien como ex Ministro del Tesoro sabía que la economía británica no estaba en condiciones de iniciar una guerra, buscó mantener la paz a toda costa, iniciando un acercamiento con Hitler para negociar una solución pacífica. En ese momento, el ejército alemán no era tan poderoso como se pensaba y el resultado de una guerra dependía de que los ingleses, franceses y rusos cumplieran con sus tratados de asistencia mutua y apoyaran a los checos, que tenían un ejército bien organizado. Sin embargo, en septiembre de 1938 los enviados de Gran Bretaña y Francia le informaron al presidente Benes que no estaban preparados para luchar. La estrategia de alianzas que Benes había elaborado en los últimos 20 años para defender la democracia checa se evaporó.
Chamberlain viajó varias veces a Alemania para reunirse con Hitler, quien falsamente afirmó que los Sudetes eran su última exigencia territorial. En la Conferencia de Munich, celebrada el 29 de septiembre de 1938, se acordó, en un golpe inesperado para la democracia, que Checoslovaquia sería desmembrada. Los ingleses tenían la falsa ilusión de que Hitler solo quería las regiones fronterizas y que, con esto, se daría por satisfecho. La negación de la realidad era asombrosa. Como lo relata Stefan Szweig en su autobiografía El Mundo de Ayer: “Bastaba con que Hitler pronunciara la palabra paz en algún discurso, para que ningún diario se volviera a preguntar porque Alemania se armaba tan furiosamente”. Hitler obtuvo todos los pueblos fronterizos con mayoría alemana y varios poblados con mayoría checa. Checoslovaquia perdió sus principales industrias (química, vidrio, textiles, carbón, hierro y acero). A su regreso a Inglaterra, Chamberlain orgulloso de sus logros aparentes y queriendo “tapar el sol con un dedo”, declaró triunfalmente: “Paz con honor y paz en nuestros tiempos”.
La negación de la realidad por parte del gobierno británico provocó que Checoslovaquia fuera sacrificada. Tan solo 5 meses después, el 15 de marzo de 1939, Checoslovaquia fue invadida por Alemania. En septiembre de ese mismo año, los ejércitos alemanes invadieron Polonia, hecho que desató la Segunda Guerra Mundial. Esta serie de eventos corroboraron la frase de Bismarck, el Canciller Prusiano de finales del siglo XIX: “El que quiere comprar la amistad de su enemigo con concesiones, nunca será suficientemente rico”. Así como la frase de Churchill: “Quien se humilla para evitar la guerra, tendrá la humillación y la guerra”. La ironía del asunto, es que en 1938, a pesar de la agresividad verbal de Hitler, Alemania no estaba preparada aún para una guerra de mayores proporciones.
Uno de los graves errores militares de Hitler fue que nunca entendió que sus éxitos iníciales, basados en su estrategia de “guerra relámpago” (blietzkrieg), que le permitió derrotar en pocos días a Polonia, Bélgica y Francia, no iban a ser necesariamente repetibles. Durante la invasión a la Unión Soviética, Hitler menospreció la capacidad de resistencia de los soldados rusos e ignoró el consejo de su ministro de Armamento, Fritz Todt, que recomendaba llegar a una negociación con Stalin. La realidad era que el ejército alemán no estaba en condiciones de luchar una guerra prolongada y menos aún, ante el crudo invierno ruso. Tampoco le hizo caso a Albert Speer quien, después de años de dirigir la construcción de obras públicas, sustituyó a Todt. El “Arquitecto de Hitler” que había demostrado una gran capacidad de planeación logística, le hizo a Hitler una recomendación vital para sostener el esfuerzo militar alemán: frenar todas las obras no esenciales ante la situación critica por la invasión a la Unión Soviética. El dictador nazi se negaba a reconocer que Alemania empezaba a sufrir los efectos de desgaste de la guerra. y no quería perjudicar a sus camaradas del partido que, en sus puestos de jefes regionales y ministros, se beneficiaban con la corrupción asociada a la construcción de obras. Como comenta Gitta Serenni en su libro Albert Speer; His Battle with Truth: “Los requerimientos de Speer se enfrentaban con los intereses y proyectos personales de los viejos camaradas de Hitler, los hombres más privilegiados del régimen”. La negación de la realidad, aunada a su resistencia a recibir malas noticias, resultaron en pésimas decisiones estratégicas tomadas por el líder alemán durante los siguientes cuatro años.
El 5 de agosto de 1945, un bombardero norteamericano B-29, el Enola Gay transportaba por los cielos del Océano Pacífico la primera bomba atómica, misma que había sido fabricada en Trinity, Nuevo México. El presidente Truman, después del desgaste en la Guerra del Pacifico, concluyó que no valía la pena seguir poniendo en riesgo la vida de miles de soldados norteamericanos en su lucha contra Japón y decidió poner fin a ésta, lanzando la bomba el 6 de agosto contra la ciudad de Hiroshima y tres días después contra la ciudad de Nagasaki. A pesar de las noticias de terribles fallecimientos en ambas ciudades, el emperador japonés Hirohito tardó 5 días en reconocer su derrota. La respuesta de su gabinete militar: “el soldado japonés muere, no se rinde”, le hizo dudar. En la noche del 14 de agosto, Hirohito finalmente grabó su discurso de rendición en un disco de acetato, mientras los militares se negaban a reconocer su derrota. Un grupo de soldados asaltó el Palacio Imperial para intentar dar un golpe de Estado, buscaron la grabación para destruirla, pero finalmente desistieron. La negación de la realidad impidió frenar inmediatamente una guerra perdida y permitirle a Japón que recibiera apoyo médico de otros países en momentos críticos para su población.
En la situación actual, también es común tratar de evitar el duro enfrentamiento con la realidad. El caso de Donald Trump y su rechazo a los resultados de las elecciones en Estados Unidos es incomprensible e insulta la inteligencia de sus ciudadanos. La actitud evasiva ante la realidad de la pandemia, por parte de muchos gobiernos, incluyendo desafortunadamente al nuestro, se refleja en que el número de fallecimientos no sólo no se ha controlado, sino que sigue en aumento, el sistema hospitalario está totalmente rebasado y la distribución de vacunas va a una velocidad desesperante. En este entorno, seguir invirtiendo en obras no esenciales, en vez de asignar eficientemente los recursos para atender este alarmante problema, es querer “tapar el sol con un dedo”. No es un momento para negar una tristísima realidad que aqueja a miles de familias.
Termino esta serie de tres artículos con la frase de Carl Jung: “Lo que niegas te somete, lo que aceptas te transforma”.
El autor
Moises Tiktin
*Sus opiniones son personales y reflejan su interés en aprender de la historia.