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Francisco, “un constructor de puentes en tiempos de muros”: Jesuitas
Su ministerio papal estuvo centrado en la misericordia y la inclusión de todas las personas; en la defensa de la Naturaleza y la condena del pecado ecológico; llamamientos constantes en favor de la dignidad de las mujeres, los migrantes, las personas LGBTQ, y la preservación de la paz; abrió la Iglesia a la gente, sobre todo a los jóvenes; en general, su pontificado fue un clamor constante por la compasión.

Su último discurso, el Domingo de Resurrección, apenas horas antes de su deceso, fue un testamento condenatorio contra las guerras actuales en Rusia, Ucrania, Israel y Gaza y un llamado a la paz.
El papa Francisco, líder de la Iglesia católica, falleció este lunes 21 de abril a los 88 años en la residencia de Santa Marta, en Roma, debido a un derrame cerebral derivado de la neumonía bilateral que lo mantuvo hospitalizado más de un mes en el hospital Gemelli.
"Con profunda tristeza debo anunciar la muerte de nuestro Santo Padre Francisco. A las 7:35 de esta mañana, el obispo de Roma regresó a la casa del Padre", dijo el cardenal camarlengo, Kevin Farrell, en el canal de televisión del Vaticano, quien asume el control de la sede vacante hasta la elección del sucesor.
Jorge Mario Bergoglio, Francisco, electo en 2013 para suceder a Benedicto XVI se propuso reconstruir la Iglesia católica, arrebatársela a los rigoristas y devolverla a la comunidad cristiana; acercarla a la gente, incluir a todos los excluidos y restaurar la relación con los fieles desde una perspectiva de misericordia. Eso marcó los doce años de su pontificado.
La Compañía de Jesús en México (Jesuitas), orden religiosa a la que perteneció desde 1958, publicó sus condolencias por el deceso del papa y reconoció "su testimonio de sencillez, cercanía con los más pobres, defensa de la casa común y construcción de puentes en tiempos de muros".
"Como jesuita e hijo de (san) Ignacio, vivió con radicalidad el llamado a “en todo amar y servir”, añade la publicación en Facebook.
"El papa Francisco significó, no sólo para la Iglesia sino para todo el mundo, un viento fresco, renovador, que animó a mucha gente que se había apartado no sólo de la Iglesia sino de cualquier práctica o reconocimiento de nuestra fe", esboza el jesuita Sergio Cobo, misionero en la región de la Huasteca y asesor del proyecto de Radio Cultural Huayacocotla, en la Sierra Norte de Veracruz.
El sacerdote resume en tres aspectos el pontificado de Francisco: "Primero fue un papa que abrió la Iglesia a los jóvenes; se dejó entrevistar y cuestionar por ellos, y terminó diciendo 'yo aprendo mucho de ellos'; ningún papa y ningún cura se atreve a abrirse a ese cuestionamiento en un verdadero diálogo; también se abrió al diálogo con otras religiones para buscar la paz, y condenó estas guerras absurdas y criminales que ahora usan a Dios para matarse, es una blasfemia; y un tercer aspecto, en la encíclica "Laudato si'" él hace un planteamiento integrador sobre el pecado social y el pecado ecológico, que es el pecado contra la Tierra, un abuso depredador contra la creación y la naturaleza".
Contemplativo en la acción
Francisco era un hombre de Dios con los pies bien plantados en la tierra, quiero decir cercano a los dolores y problemas de la gente común. "Contemplativo en la acción", dice la regla ignaciana. Así lo recuerda otro jesuita, Pedro Reyes Linares, quien comparte con El Economista el encuentro que tuvo el papa con jesuitas mexicanos durante su visita al país en 2016 y del cual él tomó parte. "Me impresionó mucho ver la claridad y la lucidez que tenía para reconocer estas situaciones (de dolor y de violencia) en el país y cómo las relacionaba con otras situaciones que se repetían en el mundo".
En particular, Reyes Linares, director de la revista Christus y profesor-investigador en el ITESO, quien ha trabajado en pastoral laboral y concretamente muy cerca de las familias de los mineros que murieron en Pasta de Conchos, Coahuila, comenta un "momento muy emotivo" para él en el que el papa Francisco, al final de la reunión referida, envió un saludo y una bendición a las familias de los obreros. "El papa se detuvo un momento, me miró con mucha ternura y me dijo 'diles que les bendigo, que sigan adelante', me pidió que le contará más de la situación, y a mí me dijo que siguiera haciendo lo que estaba haciendo".
Como un signo distintivo de su pontificado, Pedro Reyes opina que el papa Francisco se sintió profundamente amado por Dios, "como todo jesuita, creo que él se asumió como un pecador mirado con misericordia y llamado a la conversión, y ese proceso de sentir la mirada de Dios es el que lo lleva a preocuparse por los demás, por las injusticias y las desigualdades, y a ser compasivo con las personas excluidas y discriminadas, y creo que una de las cosa que Francisco vino a poner en el centro es el valor de la palabra hermanos, porque ser hermanos es lo que hace que el mundo cambie", expone.
Un papa del otro lado del mundo
¡Habemus papam! Eran las siete de la noche en Roma, del 13 de marzo de 2013, cuando el cardenal protodiácono francés Jean-Louis Tauran pronunció esa frase repetida 60 veces desde el siglo XV. Pero no era un Habemus papam como los anteriores: se trataba del anuncio del primer papa jesuita en la historia de la Iglesia, de un pontífice nacido fuera de Europa en más de 1,200 años y que, por si fuera poco, eligiría no el nombre de Ignacio, que habría sido comprensible dada su procedencia religiosa, sino el de Francisco, como ningún papa antes, en alusión al santo de Asís, "Il Poverello, y que como aquel habría sentido el mandato divino de "reparar" la Iglesia, en tiempos de urgentes reformas y reparaciones.
El arzobispo de Buenos Aires (Argentina, 1936), aunque príncipe de la Iglesia, habitaba en el continente donde vive más del 40% de los católicos de todo el mundo, por tanto se consideraba un obispo de periferia, y no era un dato menor, puesto que fueron sus primeras palabras desde el balcón de la Basílica de San Pedro aquella noche: "El deber del cónclave es darle un obispo a Roma, y parece que mis hermanos cardenales lo fueron a buscar casi al fin del mundo".
Pero no sólo adoptó el nombre del franciscano considerado dechado de humildad, pobreza y magnanimidad con la naturaleza, sino que sus gestos de un obispo cercano a la gente, reacio al protocolo, compasivo con los más pobres, que viajaba en transporte público, pronto se amplificaron y el mundo vio de pronto a un papa que cambió el solio pontificio por una silla de madera, que cargaba su propio maletín cuando subía a un avión, que rechazó usar los zapatos rojos y siguió calzando sus desgastados zapatos negros; nada de sumo pontífice, el nuevo papa se asumía simplemente como el obispo de Roma, acaso 'el primero entre iguales', que antes de impartir bendición pedía a la comunidad que orara por él y lo bendijera, que usaba una cruz pectoral no de oro sino de un metal cualquiera y que no le gustaba que se inclinarán para besar el Anillo del pescador, otro distintivo de la tradición que Francisco llegó a romper.
Una transición interrumpida
Bergoglio había sido uno de los favoritos en 2005 para suceder a Juan Pablo II, luego de casi tres décadas de rigorismo eclesial y doctrinal, persecución a las expresiones religiosas que se apartaran de la ortodoxia (la Teología de la Liberación, por ejemplo) y una iglesia controlada por el ala conservadora. En aquel momento, el arzobispo argentino declinó, pero en 2013, aunque ya no se veía una clara tendencia a su favor, un cónclave muy polarizado por el contexto de la renuncia del papa Benedicto XVI que dejó al descubierto las grandes heridas y urgencias de la Iglesia, terminaron por darle los más de 70 votos que lo convirtieron en el 266° sucesor de san Pedro.
Entonces lo veían como un papa de transición, pero Francisco llegó con fuerza, con coraje espiritual y con claridad para restaurar una iglesia lastrada por escándalos de abuso sexual, corrupción financiera, y con la tentación de cerrarse cada vez más en el ritualismo aunque se vaciaran los templos.
Entre sus frentes de batalla más mediáticos destacan la defensa de la Naturaleza y la condena del pecado ecológico; los continuos llamamientos contra la violencia de género y el reconocimiento que dio a las mujeres al interior de la Iglesia, incluso en altas responsabilidades de gobierno antes reservadas a los varones; la admisión en la comunión eclesial de las personas divorciadas y las personas de la comunidad LGBTQ; la condena y tolerancia cero de los abusos sexuales contra menores; la defensa de las personas migrantes y su llamado a los líderes a no criminalizarlas; y en general, su clamor constante por la inclusión y la compasión.
También la construcción y la preservación de la paz tuvo un lugar especial en su corazón, al punto de arrodillarse en 2019 ante los líderes políticos de Sudán del Sur y besar sus pies rogándoles que pararan la guerra; y su último discurso, el Domingo de Resurrección, horas antes de su deceso, fue un testamento condenatorio contra las guerras actuales en Rusia, Ucrania, Israel y Gaza y un llamado a urgente a la paz.
"Nos hará falta su voz de compasión, inclusión y misericordia, en estos tiempos en que se alzan otras voces exigiendo crueldad y condena, pero quedan nuestras voces y nuestra oración para pedir a Dios que quien lo suceda nos una en esa voz que pide compasión, que pide justicia y nos llene de esperanza”, concluye el jesuita Pedro Reyes.