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Opinión

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El proteccionismo y el coronavirus

La crisis del coronavirus nos sitúa en un típico problema de toma de decisiones, el de establecer prioridades y un criterio de acción social. En el uso del primer “riñón artificial” del mundo en Seattle, la prioridad era para las personas con calidad moral. Este criterio ha cambiado aunque seguimos con recursos escasos.

No se puede proteger a todas las personas confinándolas y mantener activas las cadenas productivas de nuestras economías. Con las medidas para contener el coronavirus se produce simultáneamente un choque de oferta y demanda. La economía caerá inevitablemente. Quien piense que el Estado lo puede resolver, debe tener en cuenta de dónde provienen sus recursos. El endeudamiento es una solución de choque. Tampoco todos los estados tienen la misma capacidad de resistencia, ni se puede asegurar que las sociedades con estados más potentes económicamente vayan a resistir mejor la crisis. Y menos si hay una segunda ola de contagio. Pero el criterio de acción social es determinante en la solución de la crisis sanitaria y económica.

Algunos estados ningunearon la epidemia y perdieron unos días esenciales. Otros tomaron medidas desde el inicio o se anticiparon. Aunque no se puede identificar la eficacia con el autoritarismo o con la democracia, el fracaso en la contención está más cerca del “populismo”, del desprecio por la ciencia, la desinformación y las actitudes ciudadanas hacia los gobiernos de los cuales desconfían. Las llamadas patrióticas con pánico no funcionan. Menos si algunos patriotas corren hacia sus dorados refugios fruto y beneficio de sus refugios fiscales. Pero tampoco funciona cuando se enarbola la honestidad como excusa, para darse baños de masas en pleno contagio.

Es evidente que las capacidades de los estados son distintas y las actitudes ciudadanas hacia ellos también, por esto no puede haber fórmulas idénticas. Aunque la calidad de las administraciones importa. Ni tan siquiera sabemos si las instituciones saldrán reforzadas después de la crisis. William Torry, antropólogo, identificó la relación entre desastres, estructuras sociales e instituciones. En una sociedad cerrada al mundo exterior, observó que ante una crisis no se produce una destrucción de su orden social, sino su afirmación. Cuando se produce una hambruna, el sistema recorta las raciones a los desfavorecidos y a los que no tienen poder político. La falta de equidad produce una destrucción de una determinada categoría de personas. Cuando se supera la crisis los supervivientes no muestran resentimiento hacia sus explotadores, y a pesar de la mortalidad en sus familias, lo consideran normal. Se asume que la crisis es la causa de la desgracia, y no se culpa a los que tomaron decisiones en un marco de inequidad. En una crisis, el punto de partida de la estructura social e institucional es esencial para su final.

Se critica la globalización como causa de la pandemia avalando las políticas proteccionistas. Pero el virus no surge porque haya globalización, aunque se expanda rápidamente gracias a ella. Sin los medios y la tecnología que nos ha proporcionado la globalización, la rapidez del contagio y su letalidad hubiese sido mayor, ya que se contaría con menos medios para poder contener el virus y hacer funcionar una parte de la economía en teletrabajo. El problema no es la globalización, sino la estructura social en que se produce la crisis y la de los gobiernos que la gestionan. Una cosa es el cierre de fronteras y el confinamiento temporal de territorios, otra es el proteccionismo. El proteccionismo ha debilitado nuestras economías, ha frenado el crecimiento, ha limitado los recursos públicos, y el coronavirus ha encontrado vía libre. Hay que esperar que más vacunas y robotización, gracias a la globalización, hagan frente a futuras pandemias, si la ceguera del proteccionismo no lo impide.

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