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De nuevo, riesgos del etanol de mano de la CRE
La liberalización del mercado de gasolinas como resultado de la reforma energética abre una puerta de trastienda para mezclar etanol con las gasolinas. Esto, a través del Proyecto de Norma Oficial Mexicana 016, publicada por la Comisión Reguladora de Energía. La promoción del etanol ha sido algo recurrente en México. Desde el gremio azucarero y organizaciones corporativas de cañeros hasta empresas brasileñas de ingeniería agroindustrial (pasando por políticos desinformados o ingenuos), se ha tratado de introducirlo como oxigenante en las gasolinas. Una rotunda lógica económica y técnica ha impedido que la idea cristalice y ocasionalmente (como es el caso de esta columna), se han aducido también argumentos ambientales y energéticos como disuasivos. El etanol puede ser sugerente, sin duda, a ojos cándidos y de mirada somera, dado su uso extensivo en Brasil y Estados Unidos y, en menor medida, en otros países, y su aparente carácter renovable.
La verdad es que el etanol es un dislate energético y ambiental. Energético, porque su densidad calórica es menor a la de los combustibles fósiles, tanto en peso como en la cantidad de tierra necesaria para producir una determinada cantidad de energía. Producir etanol con maíz o caña de azúcar significa recurrir después de dos siglos de progreso tecnológico, otra vez, a la fotosíntesis y a la productividad biológica primaria del planeta para abastecer de energía a la humanidad. (Leña y etanol son equivalentes bajo esta perspectiva). Desde un punto de vista ambiental, ampliar la frontera agrícola directa o indirectamente para producir etanol conlleva deforestación y desplazamiento de ecosistemas naturales, o bien, la interrupción y remoción de procesos de sucesión ecológica. Además del impacto en la biodiversidad, ello implica sobreexplotación de recursos hídricos y contaminación de suelos y aguas por plaguicidas y fertilizantes. Su impacto ambiental directo es mayor que el de los hidrocarburos y sus derivados en varios órdenes de magnitud territorial. La producción de etanol tampoco contribuye a aliviar el calentamiento global. El balance neto de carbono en la producción y consumo de etanol a lo largo de toda su cadena de valor es desfavorable, en especial, si se toma en cuenta el desplazamiento o remoción de vegetación natural que genera una deuda de carbono.
Por otro lado, en un contexto de contaminación del aire urbano, el etanol posee una mayor presión de vapor que la gasolina, por lo que tiende a generar mayores emisiones evaporativas, que contribuyen a la formación de ozono. Más aún, su combustión en los motores tiene como subproductos (en mayor proporción que la gasolina) compuestos llamados aldehídos (formaldehído y acetaldehído), que son altamente reactivos en la atmósfera y que contribuyen a mayores concentraciones de ozono, aparte de su propia toxicidad para los seres humanos.
Sería altamente irresponsable en estos momentos de tensión y de episodios nuevamente persistentes de contaminación atmosférica por ozono en la CDMX y otras ciudades, la introducción de gasolinas con presencia de etanol como oxigenante, sea importado o producido en México. Recuérdese que, en la actualidad, Pemex utiliza como oxigenante un éter llamado MTBE (éter metil ter-butílico), cuya toxicidad y reactividad es simplemente similar a la de los propios compuestos (olefinas, aromáticos) encontrados en la formulación de las gasolinas. Es preocupante que la Comisión Reguladora de Energía, ahora a través de la NOM-016-CRE, sea instrumento para promover la producción y uso de etanol a pesar de todas sus desventajas, problemas e impactos ambientales, al permitir que las gasolinas tengan un porcentaje de alcohol anhidro de 5.8% en volumen.
El lobby del etanol nunca ha claudicado en promover sus intereses y ahora encuentra nuevos interlocutores y oportunidades. Cuidado, debe revisarse el proyecto de NOM para impedirlo.