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No toquen a la tele, anda chida: sobre los encuentros intergeneracionales en la pantalla
The Summer I Turned Pretty y The Studio, dos series que me tienen obsesionada y que, diferentes como son, tienen sus puntos en común

Opinión
¿Alguien aquí creció viendo Dawson’s Creek? ¿No? ¿The OC, tampoco?¿Seguros que no vieron 30 Rock? ¿En serio?
A ver, los que alzaron la mano, ¿ya tienen su carnet del IMSS-Bienestar? ¿Sus papeles para la pensión de 60 y más? Ah, lo que fue ser joven una vez y luego ver de cerca la muerte.
Después de los 35 alcanzas una fecha de caducidad en términos pop. De pronto ya no estás en onda (insértese aquí el meme del Abuelo Simpson sobre dejar de estar en onda), porque, como dice la canción de LCD Sound System, you are losing your edge. Perdimos el filo como tijeras oxidadas. Ya todo nos enfurece (insértese aquí otro meme del Abuelo Simpson: “Hombre le grita a una nube”) y no le tenemos paciencia a las nuevas creaciones pop. Simplemente dejan de hablarnos. En este mundo tan rápido, 35, 40 años es la edad del retiro.
Las series que vemos son sintomáticas. Los millennials, los jóvenes adultos contemporáneos, vemos más Netflix y su contenido menos arriesgado; Netflix como la tele abierta de las plataformas. La generación Z, la que viene a desplazarnos y matarnos —como toda generación debe hacer con sus antecesores —ve más Apple TV y Prime Video, según datos de Marketing News y Mashable. Streamers como HBO Max, Disney+, Paramount y Vix se mueven de manera más o menos indistinta entre generaciones.
Pero hay ciertos espacios en los que los Z, los Gen X y los millennials pueden sentarse en el mismo cuarto a ver las mismas series. Son momentos en los que la tele anda chida, in the zone. Esa conversación se está dando con dos series que, aparentemente disímbolas, tienen algo en común: su público.
Me refiero a las dos joyitas del momento: The Summer I Turned Pretty y The Studio.
The Summer I Turned Pretty (Amazon Prime) es una fijación generacional, una forma del grito pelado que la gente lanza en los conciertos. Todos los que vemos la serie estamos picadísimos con este culebrón adolescente al estilo de The OC o Dawson’s Creek, dos programas que tienen un lugar especial en la educación sentimental de los millennials.
Esa inquietud cuasi sexual disfrazada de comedia romántica es el alma de The Summer… La serie tiene enloquecido a TikTok y Reddit con teorías, fanfics y shippeos (traducción: la gente quiere explicar el show, escribir su propia versión de la serie y emparejar a los personajes de maneras inesperadas).
The Summer… tiene una trama contada una y otra. Y una y otra vez se traga crudo el corazón del público. Una chica, dos hermanos guapísimos, un triángulo, un entorno paradisiaco y aspiracional, y el primer amor. Pero hay puntos finos en la serie que la hacen totalmente contemporánea: la mariguana dejó de ser tabú o algo innombrable (nadie, ni los adultos, oculta sus porritos), uno de los protagonistas es bisexual (“Soy pro igualdad de oportunidades”, dice) e incluso en la segunda temporada hay un personaje no binario. Ni hablar del sexo adolescente, aquí se presupone que nadie es virgen.
La serie está basada en la trilogía de novelas de la escritora Jenny Hann —quien aparece como showrunner así que tiene control total sobre la adaptación de sus libros, lo que es raro en el mundo de las adaptaciones—. Una pieza pop de a libra.
The Summer... es la típica historia catchall, pon-todo-lo-que-es-cool, mételo a la licuadora y sírvelo helado: una serie licuachela perfecta (y, como dice el crítico de cine Alejandro Alemán, los productos licuachela suelen ser satisfactorios aunque se les note el exceso de limón). El soundtrack es totalmente licuachelero: va con fluidez de Oliva Rodrigo y Japanese Breakfast a Beck y Smashing Pumpkins; quien lo diseñó es un Gen X con buen tino para sacar a relucir el adolescente melancólico que todos llevamos dentro (lo sentimental no tiene edad, muere y renace con cada generación, en el hospital cada bebé recién nacido recibe su dosis de cursilería).
¿Es queja? Para nada, a mí denme otro vaso pero con más chamoy, s’il vous plait.
Ver una serie como The Summer… en la era TikTok es muy ¿raro? Ya no es que la vas a comentar al día siguiente en el salón como hacíamos con Dawson’s Creek o The OC. Ahora la conversación es con todo el mundo. Hay más oportunidades de destrozar el show, más muestras de amor exageradas, menos chances de ser fan de clóset porque la tentación de hundirte patológicamente en el discurso es irresistible. Quieres enterarte más y más sobre ese universo romántico/tóxico. Voy en la segunda temporada, me dicen que en la tercera acabas odiando a todos porque son unos enfermitos emocionales y hasta dan pena ajena. Sea lo que sea, por el momento la maratoneo sin vergüenza.
Ese encuentro intergeneracional también sucede con The Studio (Apple TV) otra serie que tiene obsesionado a internet aunque de otra manera: menos cursilería, menos fuegos artificiales, más carnita cómica. Chistes inteligentes, arriesgados, bien escritos, brutales y sutiles a partes iguales. ¿A qué me refiero con encuentro generacional? Que The Studio tiene él potencial de ser la nueva 30 Rock, una serie que nunca rompió récords de audiencia pero marcó el modo en que los millennials nos acercamos a la comedia . A cierta comedia: la de la Gen X.
Seth Rogen, alumno aventajado de Judd Apatow, aparece como escritor y protagonista de esta sátira de la industria hollywoodense. Matt Renmick (Rogen) acaba de ser nombrado CEO de un gran estudio. Tiene que navegar entre sus propias aspiraciones de hacer “cine de verdad” y complacer al dueño del estudio (un excepcional Bryan Cranston que le advierte al recién llegado que “aquí no se hacen filmes sino movies”). En el camino tiene que lidiar con el ego de los actores y directores y sus propias dudas existenciales. ¿Quieres entrar al mundo del entretenimiento? Pasa por tu platito de mierda a tragar.
The Studio es una sátira sin cortapisas. En el primer episodio Matt hace llorar a Martin Scorsese porque le “mata” un guión: el estudio paga veinte millones de dólares por él para que nunca salga a la luz. No es que Matt sea un desalmado, es que una serie de enredos lo hace destrozar corazones. En vez de filmar la película de Scorsese tiene que hacer una franquicia sobre Kool-Aid (si, la bebida en polvo) porque si se pudo hacer mil millones de dólares con Barbie por qué no intentarlo con Mr. Kool-Aid. El hecho, como nota Matt, es qué detrás de Barbie estaba la visión de una mujer-blanca-semifamosa: Greta Gerwig, una artista bona fide. ¿Por qué no empatar los millones con arte? Sí, ¿por qué no? ¿Por qué no intentar hacer dinero con cierto decoro? De responder esa pregunta de manera coherente trata la serie
Para mantener cierta integridad en el showbiz hay que hacerlo con astucia y sentido del humor. Matt es un malabarista que está diseñando la forma de las pelotas mientras están en el aire. Es una puesta al día de 30 Rock, la serie de Tina Fey sobre el mundo de la televisión. Como 30 Rock, The Studio no tiene piedad. ¿La serie se da balazos en el pie? Sí, no hay autocompasión. Encuerar a Hollywood requiere sacrificios a los dioses que reinan sobre Los Ángeles y si la ofrenda es uno mismo, basta y sobra.
The Studio es una serie cara, los personajes son reales: ese es el verdadero Scorsese, aquel es Steve Buscemi, ese es Paul Dano, cada uno interpretándose a sí mismo. Superestrellas que se burlan de sí mismas en primer plano. Genial.
Amazon Prime y Apple TV tienen en común que hacen poca promoción de sus series. Hay arrogancia en la estrategia de mercado: la seguridad de que sus series y películas son tan buenas que el público llegará solo. Pues sí, internet les da la razón. Las obsesiones empiezan de maneras misteriosas y mueren igual de rápido. Por el momento disfrutemos de ambas series. Seas uno más de los millones que buscan resonancias en tu cuenta de TikTok o un happy few que ve televisión con whisky en mano, disfruta. No siempre hay tanta joya en la pantalla.
